Voluntarios recogen aceitunas en el Huerto de Getsemaní del Monte de los Olivos de Jerusalén. Los franciscanos abrieron hoy las puertas del protegido Huerto de Getsemaní, en Jerusalén Este, para la tradicional recogida de la aceituna entre las laderas de olivos donde, según la tradición cristiana, predicó Jesucristo, y con la que elaborarán un aceite "que no tiene precio". EFE

Jerusalén – Los franciscanos abrieron hoy las puertas del protegido Huerto de Getsemaní, en Jerusalén Este, para la tradicional recogida de la aceituna entre las laderas de olivos donde, según la tradición cristiana, predicó Jesucristo, y con la que elaborarán un aceite «que no tiene precio».

«Es un aceite que reconocemos único en el mundo pero no queremos que se vuelva un negocio. Lo utilizamos nosotros y regalamos botellas a algunos peregrinos. Luego si ellos quieren hacer un donativo, pueden hacerlo, pero este aceite no tiene precio», asevera a Efe el padre Diego.

Cada año, decenas de voluntarios se suman a esta actividad que hoy lideró este franciscano y comenzó frente a la Iglesia de Todas las Naciones que se erige junto al «huerto santo», un reducido espacio donde anchos troncos reflejan la antigüedad de dos mil años de sus olivos.

Getsemaní, explica el padre Diego, proviene del hebreo y arameo «gat-shemen» y significa «prensa de olivo» lo que indica la tradición de esta actividad, pero el lugar está también marcado por su significado bíblico.

«En la tradición judía, se sabe que el Mesías, en la shekiná (donde Dios se manifiesta frente a su pueblo), descenderá por este lado para entrar en Jerusalén. Para nosotros, los cristianos, además es el lugar donde Jesús ama venir. De día enseñaba en el templo y por la noche pernoctaba al aire libre, en el llamado Monte de los Olivos», explica.

En esta colina, donde se extiende el huerto Getsemaní, hoy vallado y que custodian parcialmente varias iglesias cristianas, Manuela Pegorario de Italia recoge por primera vez aceitunas con el fondo de la Ciudad Vieja amurallada y la saliente Cúpula Dorada de la Explanada de las Mezquitas.

«Es algo fuerte estar con otros voluntarios y franciscanos, en este sitio que es muy importante para nosotros, para todos los cristianos. No creo que se necesite creer mucho para sentir algo», expresa Pegorario a Efe.

Los franciscanos cuidan de más de 900 árboles, cuyas aceitunas recolectan cada año y envían al Monasterio de Latrún, en el centro de Israel, a la espera de recibir una prensa con la que elaborar el aceite de forma inmediata para que no pierda calidad. Con los huesos del fruto fabrican rosarios.

Nicoleta Zannoni, de Italia y residente en la localidad cisjordana de Ramala desde hace siete años, se estrena este año arrastrando los frutos con un rastrillo que deja caer en grandes lonas, una práctica que ha visto hacer a sus amigos palestinos, en jornadas festivas, donde las «familias se reúnen, comen y están juntos».

Pegorario destaca también la importancia que esta actividad representa en Palestina, donde en torno al 40 % de la economía se sustenta en el olivo, desde la producción de aceite y jabones, al aceite que ella compra a productores locales que venden en «botellas de refresco» recicladas.

«Creo que para los palestinos y la gente local que siempre ha tenido árboles es muy importante. Es una tradición pero también para la economía, sabemos que hay problemas en Cisjordania, asegura sobre las aproximadamente 100.000 familias palestinas que llevan a cabo la recolecta en pequeños campos, afectados por la ocupación israelí y las colonias.

En las laderas de la localidad cisjordana de Al Walaja, próxima a Belén, sobrevive el que se considera el olivo más antiguo, al Badawi, de entre 4.000 y 5.000 años.

La campaña de recogida, que comenzó hoy en la denominada tierra de olivos, se extenderá aproximadamente un mes y los franciscanos seguirán abriendo las puertas del huerto de Getsemaní hasta que termine la recolecta que este año «no ha sido ni mala ni buena», adelanta el padre Diego.