Una obra colectiva de Enrico Baj, Roberto Crippa, Gianni Dova, Erró, Jean-Jacques Lebel y Antonio Recalcati, "Grand Tableau Antifasciste Collectif" de 1960 y que forma parte de la exposición. EFE

Madrid – Un París devastado por la Segunda Guerra Mundial intentó recuperar su reputación como capital cultural del mundo y lo logró gracias a la llegada de numerosos artistas extranjeros cuyas obras acoge desde hoy y hasta el 22 de abril el Museo Reina Sofía.

«París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968» reúne más de 200 obras de más de un centenar artistas de diversas nacionalidades, estilos y formatos, algunas de ellas nunca mostradas, indicó hoy durante su presentación el director de Reina Sofía, Manuel Borja-Villel.

Se trata de una muestra «de interés historiográfico y actual», dijo, porque en un momento en el que «la deportación es normal y Europa no parece saber qué hacer con sus fronteras y con la inmigración» merece la pena recordar que «París fue capital europea de la cultura gracias a los extranjeros».

Con Picasso y Kandinsky como referentes, numerosos artistas del resto de Europa, América, África y Asia llegaron a la capital francesa huyendo de la discriminación racial, la homofobia o la represión política, o simplemente atraídos por el foro artístico parisino.

Eduardo Arroyo, Jean-Michel Atlan, Anne Eve Bergman, Minna Citron, Ed Clark, Beaufor Delaney, Erró, Claire Falkenstein, Sam Francis, Chu Teh-Chun, Wols, Rufino Tamayo, Loló Soldevilla o Nancy Spero son sólo algunos de los que recalaron en el París de los bares, clubes de jazz y galerías de arte.

En el contexto de la reconstrucción, tras la II Guerra Mundial, del nuevo orden geopolítico de la Guerra Fría, de la consolidación de la sociedad de consumo y de los movimientos antiimperialistas, el arte fluyó en la Ciudad de la Luz libre de prejuicios y alejado de academicismos.

No todos lo tuvieron fácil, recordó el comisario de la muestra, el canadiense Serge Guilbaut: «Los afroamericanos eran bienvenidos si hacían jazz, si pintaban ya no tanto. Y hubo interés por el arte de las mujeres gracias a pequeñas galerías dirigidas por mujeres que las exhibieron hasta 1953, después fue muy difícil y no sé por qué».

Muchos de esos artistas extranjeros han sido «olvidados por los historiadores», por lo que Guilbaut se propuso, junto con el Reina Sofía y la Comunidad de Madrid, recuperarlos para mostrar no sólo su arte, sino cómo este fue reflejo de «lo compleja que era la situación artística» entre el final de la II Guerra Mundial y el arranque de Mayo del 68.

También ha querido destacar con esta exposición «la fuerza de la inmigración, porque los franceses sabían que sin inmigración la fuerza de París no podía continuar».

Al otro lado del Atlántico, en Nueva York, triunfaba el expresionismo abstracto con el beneplácito de crítica, mercado e instituciones, pero en París las corrientes fueron tan variadas como la disparidad de la época y realismo socialista, abstracción, figuración, surrealismo y experimentos cercanos al automatismo convivieron en un agitado escenario.

Así fue hasta que en 1964 el estadounidense Rauschenberg ganó el León de Oro en la Bienal de Venecia, lo que puso fin a la supremacía cultural parisina en el mundo, con un ambiente artístico aún más politizado y crítico con la consumista y conservadora sociedad francesa gaullista.

Luego vendría el Mayo del 68, cuya antesala pone fin a «París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968». Esta es, para el comisario, una de las partes «más fuertes» de la exposición porque mientras que en Estados Unidos la crítica al consumismo se tomó con humor, como hizo Andy Warhol, en Francia se conminaba al espectador del arte a la movilización y la acción política.

La exposición, ha manifestado Borja-Villel, tiene por tanto «un sentido artístico e histórico muy importante», la voluntad de «replantear» ideas transmitidas como que Francia fue la capital del cubismo en una época en la que, en realidad, bullían los estilos y «muchos artistas no acaban de encuadrar en ninguna tendencia».