A punto de cumplirse un año de la llegada del Aquarius a España, Keita, uno de sus 629 inmigrantes rescatados en aguas libias, cuenta a EFE su epopeya. EFE

Valencia (España) – El guineano Keitia ha encontrado la paz en España, adonde llegó hace un año a bordo del buque humanitario «Aquarius», que lo rescató en el Mediterráneo central cuando huía de un torbellino de corrupción, violencia y esclavitud, según cuenta en una entrevista con Efe.

Llegó el 17 de junio de 2018 con otros 628 inmigrantes, después de que el Gobierno español autorizara su desembarco en el puerto de Valencia (este) ante la negativa de Italia y Malta.

Ketia, de 30 años, era hasta 2017 el comandante más joven de la unidad militar antidroga de Guinea y un feliz padre de familia, pero tuvo que emprender un viaje azaroso por África.

«Es una nueva página de mi vida. Aquí he conocido la paz, todo el mundo me cuida y me trata bien», confiesa a Efe en la zona de protección internacional de Cruz Roja en Valencia.

Sus profesionales le facilitaron desde entonces asistencia legal, lingüística y laboral.

A pesar del calor de junio, lleva enfundadas las manos en guantes, tras terminar su jornada laboral en una empresa de obras y canalizaciones viarias.

Lo hace para proteger, sobre todo, la mano que se quemó con hierro candente cuando sobrevivía a duras penas en una cantera de Libia. Y ahora trabaja a diario en Valencia con un martillo mecánico en un ambiente laboral que valora y donde nunca ha ocultado que él llegó en el «Aquarius»; la gente le sonríe, no ha tenido «ningún problema» y ya tiene algunos amigos.

Sin embargo, el miedo ha hecho mella en su carácter: «Solo confío en mi madre y mis hijas», que se quedaron en Guinea, según explica, y con quienes habla por teléfono y se escribe por Whatsapp. «Mi sueño es traerlas aquí», reconoce.

¿Y cómo un militar de élite acaba taladrando las calles en España? Por una historia que cuenta pausadamente en su francés natal, con toda la educación que le deja la emoción y, en ocasiones, las lágrimas al recordar sobre todo a aquel amigo que murió por él, la razón de su éxodo y el peaje vital que ha tenido que pagar por una pesadilla que justifica por su honradez y su sentido del deber.

Keita narra cómo no se dejó corromper por un poderoso narcotraficante que acabó en la cárcel tras intentar comprar su silencio, aunque salió tres meses después y le amenazó de muerte.

Sin embargo, el destino quiso que fuera un amigo suyo quien muriera en su lugar y le advirtiera antes de que aquellas balas tenían otro objetivo.

Tras comprobar que sus superiores estaban también implicados en esa trama corrupta, cuenta, y que su sentencia de muerte estaba ya dictada, decidió huir del país; primero a Costa de Marfil, luego a Burkina Faso y a Níger, para después emprender una travesía por el desierto hasta Libia.

Allí fue vendido como esclavo y obligado a trabajar en una cantera fuertemente vigilada, de la escapó seis meses después, tras un minucioso plan de evasión: «Yo quería salir vivo de allí», relata, y lo logró junto a un compañero con quien se escondió incluso en un contenedor de basura.

Llegaron a Zwara, adonde Keita quería ir por ser la única ciudad libia ajena a los combates civiles y en la que se sintieron, por fin, «un poco libres».

Allí trabajó en una cantera y con el salario pagó una plaza para navegar hacia a Europa, como otros miles de migrantes que se aventuran en el Mediterráneo en embarcaciones precarias.

Solo en Europa veía posible su salvación y poder curarse la mano, recién infectada por el hierro.

Otros de sus compañeros no querían ir con él porque decían que ese viaje «era mortal», y lo comprobó al ver que aquella barcaza hacía agua cuando estaban ya demasiado lejos de la costa como para regresar.

«El viaje fue muy duro. Vi la muerte de cara, no había esperanza», rememora para describir un panorama claustrofóbico, donde estaban «todos desesperados».

Pero apareció el «Aquarius», de la ONG francesa SOS Méditerranée. Varios días después de ser rescatados, Keita y sus compañeros de viaje estaban en España, donde fueron recibidos por 2.300 profesionales entre personal sanitario, jurídico, asistencial y policial, y ante la mirada de 700 periodistas.

«Desde que puse un pie aquí, he conocido una vida nueva -asegura -.Nunca podré olvidarlo.