Migrantes hondureños descansan el miércoles 24 de octubre de 2018, en la localidad de Mapastepec, en el estado de Chiapas (México). EFE

Mapastepec (México) – El cansancio empieza a hacer estragos en la caravana migrante, mucho más fragmentada hoy en su paso por México, donde muchas familias con hijos pequeños se rezagaron a la espera de un coche que los transporte gratuitamente.

«Estamos cansados. El niño ya va pidiendo ‘ride’ (transporte). El marido chineándolo (cargándolo) por ratos y yo también. Sentimos cansancio, mucho mareo y casi desmayos», dijo a Efe Jacqueline, una hondureña que viaja con su esposo y sus cuatros hijos, todos menores de edad, y fruto de una anterior relación.

Lucha, como la inmensa mayoría, por conseguir trabajo para «dar una mejor vida» a sus retoños. Salió del país con unos 900 pesos (unos 48 dólares).

Esta caravana formada por unos 7.000 migrantes centroamericanos, en su mayoría hondureños, partió este miércoles sobre las 04.00 hora local (09.00 GMT) de Huixtla rumbo a Mapastepec, un trayecto de unos 70 kilómetros.

El plan de este miércoles representaba, en distancia, lo mismo que recorrieron entre domingo y lunes pasado. Este martes descansaron y hoy asumía el trayecto con la ilusión de llegar a Estados Unidos intacta, pero el cuerpo más magullado.

Lo lograron, pero la caravana ya no era ese río compacto de gente a su entrada a México por Guatemala. Por el contrario, avanzaron en distintos convoyes.

Muchos de ellos, ya cansados porque partieron de San Pedro Sula (Honduras) el 13 de octubre, avanzaban despacio o esperaban, cobijados en la sombra de algún árbol, alguien que les transportara.

O pedía monedas para pagar el pasaje de algún autobús local.

Entre los últimos de la fila muchas familias con niños. Jennifer, con 24 años, arrastraba un cochecito con un su bebé de cinco meses.

A sus lados llevaba dos niños, de tres y cinco años.

La viva imagen de esta caravana conformada en gran medida por menores y mujeres, solas o acompañadas.

«Gracias a Dios la niña está bien, tiene un poco de gripita, pero está bien», indicaba a Efe, mientras controlaba a una de las chiquillas, que quería escabullirse de su mano y jugar.

De acuerdo con cifras del refugio para migrantes de Suchiate, fronterizo con Guatemala, de los 7.125 migrantes que entraron al país en el contingente hay 1.500 mujeres, 1.500 niñas y 900 niños.

El asfalto ardía. El termómetro marcaba 33 grados centígrados y un 60 % de humedad.

Ante la dureza, la solidaridad tampoco cesó.

Entre sus compañeros de periplo se movía Juan Orlando, un hondureño de 42 años, con la muñeca vendada y un garrafón de 20 litros de agua en la espalda.

«Nos ayudamos unos con otros. Miren, yo llevo este tambo de agua y les voy dando porque todos somos hermanos», señaló.

Como en días pasados, muchos civiles y asociaciones religiosas mexicanas apoyaron con víveres, ropa y medicamentos. Hoy por ejemplo, un grupo de jóvenes de este tropical e indígena estado daba plátanos a los migrantes.

Este miércoles, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha arremetido de nuevo contra la caravana al afirmar que permitir su entrada al país lo convertiría en un «caos total», y comparándolo con el fenómeno migratorio en Europa.

En días pasados, el actual presidente de México, Enrique Peña Nieto, prometió más mano dura y aseguró que no se tramitarán solicitudes de refugio en México si los migrantes no se apegan a la ley.

Pero parece que hay un doble discurso más acorde al posicionamiento del izquierdista Andrés Manuel López Obrador, el próximo gobernante, quien pidió respetó a los derechos humanos en el paso de los migrantes por Chiapas y les ofreció visas de trabajo desde el 1 de diciembre, cuando asuma el cargo.

Tal y como constató Efe a lo largo de este trayecto de unos 70 kilómetros, la solidaridad de México continúa, y a la del pueblo se le han sumado organismos públicos.

Protección Civil de Chiapas, perteneciente al Partido Verde Ecologista de México (PVEM), aliado al oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI), hoy repartía alimentos.

Y la Policía Federal, sin parar la marcha, controlaba aquellos vehículos que cargaban exceso de personas para evitar otra muerte como la del joven hondureño que fue arrollado por el tráiler que lo transportaba gratuitamente este lunes.

En un punto intermedio del trayecto, una estación de revisión del Instituto Nacional de Migración (INM) se convirtió, paradójicamente, en un punto de ayuda para los migrantes procedentes de Honduras, El Salvador, Guatemala y Nicaragua que anhelan llegar a Estados Unidos, todavía a unos 2.000 kilómetros.

Se los desvió ligeramente de la entrada a esta instalación y desde allí aprovechaban para pedir transporte a los vehículos que eran sometidos a control.

«Nos dejaron pasar tranquilamente. Vamos muy felices, sin miedo que nos agarren», explicó a Efe Fanny, una mujer hondureña de 35 años.

Aunque pueden cambiar de planes, la próxima parada sería Pijijiapan (Chiapas), y en próximos días podrían llegar a Arriaga, donde evaluarían si suben al tren conocido como La Bestia o continúan a pie.