Una persona burla las alambradas de acero en Tijuana (México). La ilusión en México de cientos de integrantes de la caravana migrante de centroamericanos, que aguardan con paciencia la llegada del resto de sus compañeros, unos 3.000 que se trasladan desde Mexicali, ha encontrado un espacio en los puentes de la fronteriza ciudad de Tijuana. EFE

Tijuana (México) – La ilusión en México de cientos de integrantes de la caravana migrante de centroamericanos, que aguardan con paciencia la llegada del resto de sus compañeros, unos 3.000 que se trasladan desde Mexicali, ha encontrado un espacio en los puentes de la fronteriza ciudad de Tijuana.

La avenida Frontera, en la ciudad de Tijuana, está a unos 500 metros de la garita de San Ysidro, el cruce fronterizo más transitado entre México y Estados Unidos. Su sección final, de este a oeste, es un puente y en su bajada hay un enorme estacionamiento llamado Parking La Línea.

Hacia la derecha está la Avenida de la Amistad y, terminada esta se encuentra el puente de El Chaparral, desde donde se puede observar el cruce fronterizo peatonal de la garita con el mismo nombre y que atraviesa el río Tijuana, cuyos últimos nueve kilómetros, de sus 195, recorren la ciudad hasta desembocar en las aguas del Pacífico.

Ese canal de concreto, por donde deberían fluir aguas y que por ahora está seco, fue también aprovechado por la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) de Estados Unidos para levantar una especie de dique en el lecho del río y desenrollar enormes bobinas de alambre de púas en varias capas.

Es un alambre de seguridad con navajas rectas y de tipo arpón que se ha convertido en la mejor herramienta para los agentes estadounidenses, con la cual buscan inhibir un cruce masivo de los integrantes de la caravana migrante, quienes día con día observan cómo aumentan los riesgos si lo intentan.

La impresión para miles de ciudadanos locales que utilizan los pasos para ir a trabajar a Estados Unidos es de algo duro pero necesario, mientras que para los migrantes resulta desalentadora, pero apenas uno más de los obstáculos que habrán de librar en su kilométrica travesía para pedir asilo en aquel país.

Desde ambos puentes, en una especie de miradores desde donde se puede ver «el otro lado», todos los días decenas de centroamericanos se instalan, unos minutos o quizás horas, para encontrar en ese horizonte limitado muchas preguntas, pocas respuestas, pero sobre todo sueños.

«No somos delincuentes; solo queremos trabajar, salir adelante y ayudar a nuestras familias», son las frases que más repiten los centroamericanos que se ocupan por estos días un albergue en la popular zona norte de Tijuana, en el estado noroccidental de Baja California.

Ellos esperan estos días la llegada de más de 3.000 compañeros, desde la ciudad de Mexicali, también en Baja California, para contar con mayor presencia y por ende mayor fuerza ante las autoridades estadounidenses que se han desplegado por miles al otro lado de la frontera.

Una muestra de ese despliegue de seguridad se puede observar todos los días y a cualquier hora en la valla de la zona de Playas de Tijuana, donde los postes metálicos que sirven como contención se internan varios metros en las aguas del Océano Pacífico y detrás de ellos están apostados agentes fronterizos y militares.

Con tiempo de sobra para pensar en su futuro y tal vez en una nueva vida, los migrantes que se detienen minutos u horas en ambos puentes le dan un nuevo aire a vialidades que han visto pasar a millones de centroamericanos con el misma ilusión y el mismo sueño: llegar a Estados Unidos.