Fotografía fechada el 11 de septiembre de 2019 de un pasillo de la cárcel La Modelo en Bogotá (Colombia). EFE/Juan Diego López

Bogotá – El sol se asoma a través de una tela negra en el patio de la Cárcel Modelo de Bogotá, cientos de prendas de colores quedan tendidas en los barrotes de las ventanas por las que entra luz al claustro en el que pagan condenas 13 españoles, en su mayoría por narcotráfico.

En la primera altura a través de las rejas, llenas de zapatillas de varios tonos para que se aireen, la cámara de televisión llama la atención de un preso colombiano, su cara refleja asombro, algo de rabia, y sus ojos, cuando habla, quedan perdidos en el horizonte.

El recluso tiene 20 años, está en prisión desde hace ocho meses, cometió un homicidio en Medellín con tan solo 19, por lo que pasará en prisión los próximos 20 años.

«Camellaba (trabajaba) con una gente; 52 machetazos, lo maté», afirma a Efe, mientras que a través de los barrotes saca los dedos haciendo la forma de pistola; está en la Modelo por sicario.

En la misma prisión, junto con el colombiano, conviven los presos españoles pero están en un patio diferente, en el tres, el de extranjeros.

Sus gestos y sus líneas de expresión transmiten desesperanza, agonía y sobre todo reclaman ayuda.

Javier, vasco, con dos hijos de 20 y 25 años, abandonó España cuando la crisis económica afectó al país, cerró el restaurante que tenía y decidió viajar a Colombia para buscar un futuro mejor y poder saldar las deudas que dejó.

Su estancia en el país suramericano duró siete años y cuando decidió volver a España un conocido colombiano le propuso transportar la «dama blanca», la cocaína, la del dinero fácil.

Consciente de lo que hacía accedió, llegó al aeropuerto, pasó los controles y como dicen los presos colombianos, «no coronó» porque a último momento un funcionario se «enamoró» de su mochila y entró en el infierno.

«La primera impresión al entrar es que llegas a primarias, donde reciben a los presos nuevos, el día que entré se había ahorcado un tipo o lo habían ahorcado, no sé muy bien; ves unas ratas que parecen gatos, es duro», afirma a Efe Javier.

Por 10.000 euros que iba a cobrar lleva en La Modelo 32 meses, entre lágrimas espera una repatriación a España que tardará en llegar.

En medio de su drama, los reclusos muestran agradecimiento y alegría cuando hablan de la Fundación +34, una ONG que da asistencia a españoles que están en desamparo en el exterior.

Javier Casado, creador de la Fundación en 2014, dice a Efe que «Colombia y Perú han sido los países donde más presos españoles ha habido», y afirma que en el primero «llegó a haber hasta 260, ahora solo tiene 37».

La Fundación +34 (prefijo de España) tiene repartidos por todo el mundo a 400 voluntarios que ayudan a casi 1.000 presos.

«Es la doble condena, la cumple el preso pero también el familiar que está en España, son familias que han tenido problemas económicos, estas personas no son delincuentes, es el albañil que te hizo la casa, el pintor que trabajó con un familiar tuyo, el cocinero que se quedó en la ruina cuando cerró su restaurante», asegura Casado.

La Modelo, construida en los años 60, tiene capacidad para unos 3.000 presos pero en este momento están hacinados unos 5.100. Llama la atención la diferencia de patios: extranjeros, personas con problemas de movilidad y reclusos son separados del resto por tener el VIH con tratamiento en prisión.

Los dragoneantes (funcionarios) del Inpec afirman que los portadores del VIH están en el patio «Nuevo Milenio» para que no transmitan el virus al resto de presos.

A 10 kilómetros de la prisión de hombres se encuentra la Cárcel El Buen Pastor, la de mujeres, donde un portón grande azul se impone ante decenas de familiares que esperan en la puerta para entrar con bolsas de víveres para las reclusas.

Allí está Carmen, de Cádiz, 35 años, camarera, decidió hacer el famoso viaje cuando sus padres, ya con edad avanzada, necesitaban 3.000 euros para pagar una deuda. Con la agonía del déficit familiar una «amiga» le habló de unos conocidos dominicanos que la podían ayudar.

Días después se reunió con ellos y aceptó el viaje del destino de la coca, solo debía pasar 14 días en Cali (Colombia) para que 9.000 euros fuesen suyos.

Después de dos semanas pagadas en un hotel, el 22 de junio volvió a Bogotá para regresar a Madrid; en la puerta de un hostal subió a un coche, dio su maleta a unos desconocidos y llegó a El Dorado, el aeropuerto de la capital colombiana, donde, como Javier, pasó los controles, pero más tarde un policía vestido de paisano le dijo que le acompañara.

Tampoco «coronó», llevaba en la maleta 9,7 kilos y puede pasar en prisión de siete a diez años.

Su familia se enteró 15 días después. «Solo pensaba en mi madre, se muere cuando sepa que estoy aquí, primera vez que viajaba en avión, primera vez que salía de España, no volvería a hacerlo por nada del mundo», asegura.

Javier y Carmen no tenían antecedentes, la angustia, el desánimo y el desaliento vivido en España durante los últimos años por la crisis económica los llevó a un abismo que difícilmente podrán olvidar.