Asunción.- Rostros con expresiones de dolor y desesperación contrastan con fotografías de personas sin faz en la exposición «¿Los ven?», una pregunta retórica que la española Genoveva Fernández plasma en sus obras sobre el éxodo sirio y en la que exige al visitante cuestionarse sobre lo que no quiere ver.

La venda que la sociedad se ha puesto en los ojos oculta «lo que no le gusta», aquello «para lo que no quiere buscar respuestas, soluciones», dijo la artista a Efe mientras ultimaba el montaje de la muestra en el Centro Cultural Español Juan de Salazar, en Asunción.

«Cuando empecé a ver las imágenes de miles y miles de personas saliendo de sus casas, con sus maletas, con toda su vida a cuestas, pensé: ‘Qué horror si fuera yo quien tuviera que dejarlo todo e irme a saber a dónde…’. Y me tocó la víscera y pensé: ‘Tengo que decir algo, no me puedo quedar callada'», recordó Fernández.

De aquella indignación de hace más de cuatro años surgieron fotografías y fotomontajes que desafiaron a la autora, tanto emocional como técnicamente.

«La primera imagen soy yo, porque quería dar también esa vuelta de rosca a ser ellos, pero podríamos ser nosotros. Yo he querido saber cómo me podría sentir así, y he sacado el dolor que he pensado que tenía que ser cuando la gente se ha muerto en el mar, toda la gente hacinada y durmiendo a saber en dónde», relató.

En cuanto a la técnica, Fernández dejó atrás su formación «más clásica» para apostar por una creación «contemporánea», que le ha llevado a «ir aprendiendo cosas que no sabía hacer».

Así se enfrentó al uso de Photoshop, para recortar una por una las caras que nadie quiere ver, y recurrió a materiales como el metal, los alfileres y los tubos de las agujas de acupuntura para dar una imagen tridimensional y fragmentada.

El reflejo de las vidas que dejan los más de 5,6 millones de personas que han huido de Siria desde 2011 a raíz de la guerra, según los datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur).

Su intención con esta muestra es poner «los pelos de punta» y que «toque la piel» a todo el que acuda a verla, para que al menos media hora se dé cuenta de esta situación y «a lo mejor piense que hay algo que puede hacer».

Fernández llegó con esta exhibición a Asunción después de haber expuesto en Rabat y Casablanca (Marruecos) y aunque cree que no es «un problema que afecte especialmente» a los paraguayos, en el fondo «es un problema que nos afecta a todos», con movimientos migratorios que encuentran barreras y muros en cualquier parte del mundo.

Esa idea del muro, de la imposibilidad de llegar a algún lugar, aparece en la primera obra que realizó cuando decidió mostrar la realidad de los sirios que huyen.

Unas barras de metal sobre un pedestal dejan intuir lo que hay al otro lado, pero están tan próximas que el ojo no puede descubrir la realidad de lo que espera en el destino y la mano ni siquiera puede deslizarse entre sus espacios para intentar tocar la tierra prometida.

Sobre esas barras, Fernández colocó tiras con 8.000 rostros, de los que 1.100 eran individualizados, de hombres y mujeres de todas las edades, como un «bosque de personas».

«Mi idea fue esa humanidad que se viene encima y a la vez quería construir un muro, algo por lo que no puedes pasar (…). Aquí están los rostros individualizados y detrás están las caras vacías, porque de alguna forma es como si fuera la noche, que no los vemos», explicó la autora al enseñar la parte posterior de las barras, donde solo aparece la silueta de los rostros.

Junto a ese muro de personas olvidadas, cuelgan los fotomontajes de hombres y mujeres atravesados por el dolor, rotos por la guerra, que gritan su desesperación y que se abrazan a sus hijos como tabla de salvación, entre un mar de chalecos naranjas o ciudades devastadas.

«No he querido ir a lo morboso de la situación, quería que sirviese para sacudir la conciencia pero no para llegar a la incomodidad», añadió.

Entre los rostros, destaca una composición solo de manos masculinas que emulan a las de Poncio Pilato, como metáfora de quien evaden los problemas y dejan que «el éxodo se transforme en el agua que se va por el desagüe», donde «no molestan».