Tegucigalpa/Nashville – “Cuando estábamos a horas de cruzar la frontera, me despedí de una de mis hermanas y me encomendé a Dios, el camino no había sido nada fácil”, dijo una joven madre de 32 años que salió de su natal Santa Bárbara, junto a su niña de siete meses y su compañero de hogar, para buscar, de manera irregular, entrar a los Estados Unidos.

– Ser madre e inmigrante, es el doble reto de miles de hondureñas que emprenden la travesía.

– En el presente año un total de 19 mil 753 mujeres han sido deportadas a Honduras, entre ellas 7 mil 694 menores de edad, revelando una considerable participación femenina en los flujos migratorios.

– Según datos oficiales más de 100 mil hondureños se van de Honduras al año, pero solo el 30 % logra pasar a EEUU y casi un tercio de migrantes que pasan por México sufren violencia.

– Actualmente cientos de migrantes hondureños se encuentran secuestrados en México, dijo el embajador Alden Rivera.

Noches sin dormir, días sin comer, largas caminatas y las reiteradas veces en que su bebé se vio afectada de salud, entre otras revelaciones, conforman partes del dramático viaje de esta mujer, que decidió abandonar el país, en busca de mejores oportunidades para ella y su familia.

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Yolani, otra de las miles de migrantes hondureñas.Yolani, no es su nombre, pero así llamaremos a la madre santabarbarense, quien conversó ampliamente vía telefónica, desde su casa en Nashville, Tennessee, con Proceso Digital, para contar todo lo que vivió desde que salió de su pueblo, en busca del llamado sueño americano “es un camino lleno de sorpresas”, confió.

Una decisión familiar

“Nunca me imaginé pasar por situaciones tan críticas”, agrega, ya que, “en el camino, no se sabe lo que puede pasar, pese a que las personas con las que se viaja nos hacen sentir que todo estará bien”.

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La ruta suele ser peligrosa.Según Yolani, “todos tenemos sueños y metas por cumplir, pero allá -Honduras-, es difícil poder lograr nuestros objetivos, -venirnos es para que nuestros hijos tengan al menos un futuro por delante, que crezcan con dignidad, por ellos tomamos estas decisiones, aunque tengamos que renunciar a nuestras familias”.

Prosigue contando que “yo trabajaba cuidando niños, y lo que se gana por esa responsabilidad es muy poco, no alcanza para vivir en condiciones dignas, mi marido laboraba en un taller de soldadura, tampoco es que ganaba tanto, sin embargo, como sea sobrevivíamos con eso, pero igual de manera imitada”.

Tras salir de Santa Bárbara, llegaron a Puerto Cortés donde les esperaba otro grupo de personas (14) que también iban para Estados Unidos, un microbús con espacio para 14 pasajeros llegó por ellos para trasladarlos a la frontera con Guatemala, hubo personas que hicieron su trámite normal en la oficina de migración, pero, -“a nosotros nos llevaron por otro lado caminando”-, contó.

Su salida de Honduras

“Recuerdo que eran como la 1:00 de la mañana, cuando cruzamos la frontera, nos llevaron a un hotel, nos acomodaron, nos dieron comida y salimos al siguiente día, otra vez de madrugada rumbo a la frontera con México, yo desconozco los lugares y poco recuerdo los nombres, tenía que ir más pendiente del cuidado de mi hija” dice sin perder el hilo de su periplo.

Relató que ha medida iban avanzado rumbo a Estados Unidos, más personas se unían al grupo, “cuando cruzamos la frontera de México, nos montamos en lachas, ya ahí eran como 60 viajeros, todo es rápido y no hay mucho tiempo que perder, recuerdo que eran como las 11:00 de la mañana”.

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Yolani recordó cada día que cruzó por México.Tras entrar a México, dice la mujer santabarbarense: “nos llevaron a unas casas como abandonadas, ya era de noche cuando nos encontramos a unos agentes de migración, quienes, al ver la caravana de varios carros con personas a bordo, interceptaron a uno de ellos y los detuvieron, los demás continuaron con su marcha normal”.

Una persecución y un rescate

Sin embargo, dice la madre al continuar deshojando sus vivencias en la ruta migratoria, “cuando menos acordamos, los agentes mexicanos al detener a uno de los vehículos descubrieron que todos eran migrantes y ahí comenzó la persecución, el conductor de nuestro vehículo también se da cuenta que lo están siguiendo y decide acelerar a manera de escapar, tomó en dirección a una carretera no pavimentada y muy oscura”.

“Llegamos a unos potreros, ahí nos escondimos, porque los agentes permanecían en la zona, incluso cayó la noche y nosotros estábamos ahí, a eso de las 10:00 de la noche, llegaron más policías con sus linternas para tratar de encontrarnos, pero estábamos escondidos entre el zacate y no nos lograron ver, sentimos que era el final de nuestro viaje” dice con un acento que aun la exalta.

Detalla que quienes les trasladaban -coyotes-, “lograron ubicarnos, y escogieron la noche para sacarnos de ahí, ya los policías se habían ido de la zona, fue un paso muy sacrificado porque yo tenía que cargar a mi hija, hay momentos en que uno piensa en echarse para atrás, pues a veces las cosas se complican en el camino”.

En aquella zacatera, dice, “había zancudos y mucho frío, pero no teníamos más opción que aguatar, o entregarnos, luego nos llevaron a una casa donde permanecimos cinco días, tampoco fue fácil la estadía ahí, porque no había buenas condiciones, nos tocaba dormir en el suelo y sin cobija, tuvimos que salir por la madrugada porque es una zona con bastante presencia de autoridades”.

En Villahermosa

La siguiente estación fue en Villahermosa, la capital de estado de Tabasco, gran centro de negocios y clave en la administración de la industria petrolera al sureste del país azteca. Allí el grupo de migrantes fue trasladado a unas bodegas que Yolani describe como grandes construcciones, “donde habían bastantes personas, ahí los coyotes llevan a sus clientes, el lugar era un poco más decente, podíamos cocinar, pero solo comíamos una vez a la semana, mi niña se enfermó –alergia y fiebre-, les pedí que me la atendieran y ellos consiguieron medicinas”.

Dijo que “en el camino, conocí gente de varios países, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y de allá -Honduras-, todos con historias distintas, pero con un objetivo de llegar a Estados Unidos, ellos, lo que menos quieren es regresar a su país, escuchar las causas de su viaje, como que nos dio más fuerza para continuar y no renunciar al camino, pese a todas las dificultades”.

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Las vicisitudes del viaje es algo que no olvidará.“Yo tenía la opción de regresar si me decidía”, dijo, mientras al fondo se escuchaba a una niña llorar, -era su hija de siete meses que se despertó mientras ella atendía el teléfono, explica, mientras pide una espera para atender a la pequeña y luego reanudar el diálogo.

En su viaje rumbo a los Estados Unidos, Yolani conoció a Wendy, de origen salvadoreño, “ella no podía regresar a su país, porque estaba amenazada de muerte, el camino hacia Norte América era la única forma de salvar su vida, y en mi mente decía que al menos yo no tenía ese tipo de problemas, no íbamos juntas, tuvimos que separarnos para poder llegar, nos despedimos y nos deseamos éxito, espero que ella haya logrado entrar”.

Un secuestro y su negociación

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Tras un largo viaje en un autobús dispuesto por los coyotes, su familia y otro grupo de personas, llegaron a un punto fronterizo entre México y Estados Unidos, aquí les tocó vivir quizá el momento más crítico y riesgoso de su viaje, donde no tenían garantías de ningún tipo y donde se comienza una nueva negociación con los coyotes.

Una casa en muy mal estado, deteriorada, fue el alojamiento por más de 12 días, para ella, su hija y para más de 100 personas, era el momento crucial para todo migrante que, en aquella travesía, buscaba llegar a la nación del norte, donde, además, se termina un acuerdo y comienza una nueva negociación con los coyotes.

Más que un refugio, la casa donde se guarecieron era una especie de prisión de la que solo podían salir tras pagar y negociar el resto del recorrido, externa la mujer. “Se trataba de una especie de secuestro de migrantes, porque si no se paga, no se sale de ahí, les cobran 1 mil dólares, -casi 25 mil lempiras- los que tienen el dinero salen el mismo día rumbo a Estados Unidos y lo que no deben esperar y mientras no pagas, no sales del lugar, pedimos ayuda a nuestra familia en Honduras para ajustar la cuota”.

200 mil lempiras para un sacrificado viaje

Era la tercera ocasión en que la pequeña hija de Yolani se enfermaba, esta vez la situación era más complicada porque, la casa donde se alojaban estaba en condiciones deplorables, muy deplorables detalla para luego expresar que, – “creo que nunca antes habíamos estado durmiendo en un lugar así, feo, con frío, olía muy mal y de paso teníamos que dormir en el suelo, solo contaba con una pequeña colcha para mi hija”.

“Tenía tos, fiebre y una alergia muy fea, a parte ella estaba muy inquieta porque en las noches había frío y durante el día un tremendo calor, fue un ambiente muy pesado no solo para ella, sino para todos los que estábamos ahí, no teníamos los mil dólares, había que conseguirlos a como diera lugar”, dice.

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Ella se marchó a Estados Unidos, con ayuda de su suegra y de su familia en Santa Bárbara, “ella –la mamá de mi marido- fue quien contactó al coyote que nos traería, también nos apoyó económicamente, porque esa capacidad financiera no la teníamos, el viaje viene saliendo como a 200 mil lempiras más o menos”.

Sigue relatando que comían apenas una vez al día y había días que no probaban alimentos, – “en esa zona no puede haber mucho movimiento de personas, porque eso podría alertar a los oficiales de migración de la presencia de migrantes en el lugar, nos daban la comida en la medianoche, porque aprovechan la noche para movilizarse”, externó.

Largas horas de camino para cruzar a EEUU

“Cruzamos la frontera a eso de la 1:00 de la mañana, unas horas antes nos habían sacado de la casa en que estábamos, luego nos montaron con grupo de 10 personas en una lancha hasta que llegamos al otro lado, – llegamos -, nos dijo el señor de unos 50 años que conducía el bote, no llevamos absolutamente nada”.

Y nos dijo “caminen todo derecho y si tienen que tomar un camino que sea a la derecha, toda la madrugada caminamos hasta llegar a un pueblito, la intensión era encontrarnos con los policías de migración, al interceptarnos nos pidieron que nos montáramos a la patrulla y nos llevaron a un lugar donde hay miles de personas.

Yolani llamó ese lugar como “la perrera” dice que allí “no había camas, ni colchonetas, sino que está todo cercado con malla ciclón, luego nos llevaron a otra parte, era un cuarto muy frío, una de las personas que iba con nosotros dijo mientras nos trasladaban – nos llevan a la hielera -”.

Cuarto congelado y la perrera

“Nos dejaron más de una hora en el bus, no había aire casi nos asfixiábamos, mi niña se inquietó y me acerqué para decirles a ellos que nos auxiliaran, en eso deciden llevarnos a las carpas, donde ellos ponen el aire muy fuerte, más de 100 personas estuvimos 10 días, aquí es donde todos lloramos porque ellos lo hacen a propósito”.

El relato es crudo y Yolani lo revive con detalles, “el lugar era muy helado, uno como adulto no lo soporta y los niños peor, hasta se enferman, porque el aire pasa encendido las 24 horas del día, luego nos trasladan a otro lugar, pero ya no era tan frío, había colchonetas, pero nos las quitaban a las 5:00 de la mañana y no nos explicaban nada”.

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En aquel ambiente la niña de la santabarbarense continuaba su calvario y su salud se deterioraba , “Le dije a un agente que mi hija estaba mal de salud, le rogué que me la asistieran pero me ignoraron y ante la insistencia, uno de ellos respondió que no se podía, pasaron tres días y la niña no pudo ser atendida, sino hasta que me llamaron para que diera los datos, luego en una iglesia nos hospedamos, nos trataron bien, nos dieron comida, ropa y donde asearnos, luego nos pidieron la dirección y el nombre de la persona a dónde íbamos”.

Por ahora el caso de Yolani y su familia está en proceso en la corte, dice que han pedido reiteradamente la cita para comparecer, pero no han sido atendidos, dijo que ellos pedirán asilo y luego quieren mandar a traer a su otro hijo de 11 años que está en Honduras, – “ahora nos queda trabajar y cumplir, un día quiero regresar a mi país, pero habiendo ayudado a mi familia culminó su relato.

Mientras espera, Yolani cuida de su hija en Nashville, Tennessee, su esposo trabaja, mientras su pequeña se recupera de su salud.