La guatemalteca Lidia Xol pone los zapatos a su hija Lea Che, de 4 años, el pasado miércoles, 30 de enero de 2018, en el interior del Monasterio Benedictino de la ciudad de Tucson en Arizona (EE.UU.). EFE

Tucson (AZ) – Ante la incapacidad de las autoridades migratorias de acoger en sus instalaciones al elevado número de indocumentados que cruzan la frontera con México, el icónico Monasterio Benedictino de la ciudad de Tucson, en Arizona, ha abierto sus puertas a familias migrantes.

El monasterio se ha convertido en un refugio para los inmigrantes, un lugar donde pueden descansar, comer, recibir asistencia médica, ropa limpia y ayuda para continuar su viaje hacia su destino final en algún lugar de Estados Unidos.

De acuerdo a cifras de Patrulla Fronteriza, diariamente están deteniendo en el sector Yuma (Arizona) un promedio de 100 a 200 indocumentados, y el pasado jueves en el sector Tucson se reportó el arresto de 242 migrantes provenientes de Centroamérica.

Esto ha saturado las instalaciones de la Patrulla Fronteriza y el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), que deben liberar a los inmigrantes en estaciones de autobuses, albergues e iglesias locales y ahora en este monasterio benedictino construido en 1940.

Ya estaba previsto que el Monasterio se convirtiese en un albergue, pero tuvieron que adelantar la fecha debido al alto número de familias que están siendo liberadas.

«Teníamos programado comenzar a operar durante los primeros días de febrero, pero durante el fin de semana ICE nos contactó y nos preguntó cuántas familias podíamos recibir. Eran más de 100 personas y no las podíamos dejar en la calle», dice a Efe Victoria Ortiz, voluntaria en el Servicio de Comunidades Católicas.

En los largos pasillos y salas del que fuera hogar de las Hermanas de la Perpetua Adoración Benedictino por más de 75 años ya no hay monjas sino niños y familias migrantes como la de Eliasar Ramírez Carrillo y su hijo Brian.

Mientras ayuda a pintar al pequeño en la primera oportunidad en mucho tiempo de disfrutar de un tiempo juntos, este guatemalteco de 24 años cuenta que pasó cuatro días detenido después que se entregara en el puerto de entrada en Nogales, en Arizona, para solicitar asilo político.

A pesar de sentirse más aliviado porque ya se encuentra en los Estados Unidos, dice que no puede dejar de pensar en su hermano, quien aún permanece detenido a pesar de que viaja también con su hijo pequeño.

«No sé por qué aún no lo han dejado libre, no sé cuánto tiempo más estará detenido», lamenta.

El monasterio cerró sus puertas en 2016 para después ser vendido por 5,9 millones de dólares a un inversionista que planea construir apartamentos y tiendas a su alrededor, lo que ha suscitado protestas de vecinos y autoridades locales.

Y mientras se decide su futuro, el nuevo dueño lo presta de manera gratuita a la voluntaria de esta organización que tiene varios albergues para migrantes en Tucson para que sirva temporalmente como lugar de acogida para familias migrantes.

El edificio principal cuenta con tres pisos, cada uno con más de una docena de cuartos, baños, cocina y un amplio comedor.

En el primer piso se recibe a los migrantes, y se les pregunta a dónde van, si tienen más familia detenida y se les presta un teléfono para que se comuniquen con sus seres queridos.

Uno de los cuartos se utiliza como consultorio médico en el que voluntarios evalúan la salud de los llegados.

«Debido a que muchos de los migrantes a veces no hablan ni siquiera bien el español, hicimos unos dibujos del cuerpo humano donde preguntas básicas como ¿Te duele algo? Han sido traducidas en lenguas indígenas como es el Man», explica Ortiz.

Muchos menores llegan enfermos e incluso una mujer embarazada comenzó a dar a luz pocas horas después de llegar al monasterio y fue llevada de emergencia a un hospital local.

Uno de esos menores es la hija mayor de la mexicana María de los Ángeles Díaz, quien sufre convulsiones y todavía no saben la causa.

Esta madre de tres niños no pudo contener lágrimas de felicidad cuando finalmente se pudo comunicar con unos amigos que pagarán pasajes para ella y sus hijos a Utah.

«Por primera vez me siento segura, pude dormir tranquila junto a mis hijos, teníamos tanto miedo», destaca a Efe la mexicana.

En el monasterio, donde han habilitado una sala de juegos para los niños, descansa también Lidia Xol, inmigrante guatemalteca que asegura tener un tumor en el estómago y que explica que viajó por horas junto con un grupo de migrantes para cruzar la frontera.

«No teníamos otra opción, teníamos que salir de Guatemala, nos estaban amenazando», dice Xol a Efe mientras recoge sus pocas pertenencias antes de dejar el monasterio para viajar hacia Tennessee.

Ortiz considera que estas familias migrantes son solo una pequeña parte de la crisis humanitaria que se vive actualmente en la frontera entre Estados Unidos y México, por lo que trabajan para preparar más cuartos en el monasterio, con una capacidad actual de 130 personas.