Tulcán (Ecuador) – Un hombre famélico, con sus vestimentas color hollín y zapatillas roídas, camina solo, con paso firme y portando un petate, en dirección al puente de Rumichaca, entre Ecuador y Colombia; es una de esas tantas puertas de la esperanza para los venezolanos que huyen del hambre y la pobreza.

Con dos hendiduras a ambos lados del rostro, que dibujan el contorno de su mandíbula y la piel quemada por el sol y las inclemencias de la cordillera andina, este venezolano de nombre Fredy Ramón Castillo, 60 años, ha recorrido más de 2.000 kilómetros desde Valencia, Estado de Carabobo, hasta el principal acceso a Ecuador y lleva ocho días caminando.

«El sueldo no me alcanzaba para comprar medicinas y decidí salir de Venezuela para ayudar a mi mamá», afirma antes de romper a llorar por su situación, que comparten los cerca de 2.000 a 3.000 compatriotas, hasta 5.000 en los días álgidos, que cruzan este límite.

Es una frontera que solo en 2018 fue atravesada por más de un millón de venezolanos, de los que más de 220.000 no registraron su salida del país por puertos oficiales, según datos oficiales.

Venezuela afronta en el último lustro una grave crisis económica, agravada por la escasez de comida, medicinas, productos básicos y servicios como electricidad o agua potable, inseguridad, que ha llevado a más de 4 millones a dejar su país y engrosar el movimiento más grande y rápido de personas en la historia reciente de Latinoamérica.

Ecuador es el cuarto receptor de venezolanos en América Latina después de Colombia, Perú y Chile, y tiene una población estimada de más de 300.000, cifra que podría acercarse al medio millón para finales de año, según vaticina su Cancillería.

Es además el país que recibe a más emigrantes en proporción a su extensión territorial y número de habitantes de la región.

Cada día cerca de una veintena de autobuses llegan a la divisoria con Ecuador procedentes de Colombia, donde comienza el éxodo por la región sudamericana, aunque numerosos individuos solos o en grupo hacen el recorrido a pie.

Es el caso de media docena de hombres y mujeres en la veintena, que alcanzan casi desmayados el límite territorial con dos bebés y sus vidas en apenas dos maletas con ruedas y varios bultos que se han ido turnando en cargar en su largo trecho.

«Comenzamos hace 19 días», refiere a Efe Edison Mendoza, del estado de Lara, con su hija de año y medio dormida en su regazo.

Su objetivo también es llegar a la capital peruana, donde tienen familiares, tras haber descartado Ecuador, «porque no tener nada que comer nos ha motivado a recorrer todo esto, y lo que nos falta».

De acuerdo a un reciente informe de seguimiento del flujo de la población venezolana en Ecuador de la Organización Internacional (OIM), el 54,4 % de los venezolanos inició su viaje entre 1 y 7 días antes de llegar a los principales puestos fronterizos, siendo el costo promedio del mismo entre 100 y 500 dólares.

Asimismo el 46,3 % viaja solo, el 42,9 % con familiares y el 10,6 % con un grupo no familiar, y el 33,8 % de los encuestados en la frontera expresó su deseo de permanecer en el país, el 52,3 % planea radicarse en Perú y el 12,4 % en Chile.

Con una economía dolarizada y un envío regular de remesas a Venezuela que promedia los 20 dólares, Ecuador se ha tornado para muchos en una opción donde empezar de cero.

El perfil de los que en estos momentos ingresan a este país está cambiando respecto a los últimos años, según subrayan los organismos internacionales, con un aumento de las mujeres (44,7 %), y en su gran mayoría con el bachillerato acabado (43,6 %), cuando en años precedentes solían hacerlo un mayor número de licenciados.

«Podemos decir que en una primera etapa de la movilidad fueron los cabezas de familia, y ahora desde hace un año tuvieron sus recursos económicos y pueden hacer la reunificación familiar», indica a Efe Vladimir Velasco, director distrital del Ministerio ecuatoriano de Inclusión Social (MIES) en la ciudad fronteriza de Tulcán, aledaña a Rumichaca.

A escasos metros del puente internacional, en la divisoria común, un autobús fletado por la OIM efectúa su última parada del trayecto desde Colombia y a sus escalerillas, un trabajador del organismo informa a los pasajeros venezolanos que descienden que se separen en grupos en función de los que se quedan en Ecuador y los que siguen recorrido a Perú, que desde el sábado exige visado humanitario.

Junto al grupo de recién llegados, tres jóvenes maleteros venezolanos esperan sacarse unas monedas ayudándoles a cargar sus pertenencias hasta el área donde deben proceder a regular su documentación.

Reciben pesos y dólares de la nueva modalidad de pasajeros emigrantes, que les dan para tirar, «algunos días llegamos, otros no» refiere Lewis Cuello, de Caracas, si tienen suerte incluso envían algo a la familia en la República Bolivariana.

A ambos lados del cruce varios habitáculos de organizaciones internacionales como Acnur, Unicef, Cruz Roja Internacional, Programa Mundial de Alimentos, ONG, Gobiernos locales y Cancillerías, se han convertido para muchos de los viajeros en parada y fonda en su trayecto.

Los niños juegan en espacios lúdicos y los mayores cargan sus celulares en un punto habilitado, chequean su salud o simplemente reciben alimentos en una espera que puede demorarse varias horas.

La mayor parte de los viajeros que atraviesan la frontera ecuatoriana lo hacen con cédulas de identidad y pasaportes, aunque el 2,5 % no poseen documentos, especialmente menores, constatan las entidades responsables.

Entre inicios de febrero y finales de marzo de 2019 el Gobierno ecuatoriano exigió la presentación de antecedentes penales apostillados a los venezolanos que ingresaron en el país, medida suspendida por la justicia.

Pese a liderar esfuerzos regionales para hacer frente al fenómeno, abogando por una flexibilización y políticas de «brazos abiertos» a la población vulnerable, el presidente, Lenín Moreno, ha anunciado que se exigirá una visa humanitaria, siguiendo con el ejemplo peruano.

Desde Rumichaca parten al día en función de la demanda, entre cuatro y ocho autobuses humanitarios con destino a Huaquillas, en la divisoria con Perú, flujo que podría frenarse una vez que ha entrado en vigor la disposición adoptada por Lima.

Una plazoleta que alberga las instalaciones humanitarias en el cruce con Colombia se ha tornado en un gran recinto de espera donde se agolpan las familias venezolanas con sus pertrechos.

Génesis Camacho, 24 años y oriunda de Zulia, espera su turno para poder alimentar a su hijo pequeño gracias al Banco de Alimentos. Viajó con su marido en autobús y piensa radicarse en Ecuador donde ya se encuentra toda su familia. «Eramos los últimos», asegura.

Cada vez se observan más casos de madres que migran con sus hijos, mayores o personas con discapacidad que en una primera etapa no se lo planteaban.

Una tendencia «creciente», según la alta comisionada adjunta de la ONU para los Refugiados (Acnur), Kelly Clements, que en su primera visita al país andino advirtió a Efe que la mayoría de los venezolanos en situación de movilidad por la región, requiere de «protección internacional».

El éxodo masivo de venezolanos se aceleró a partir de 2016, agudizándose en los últimos dos años, en paralelo al pulso de poder entre el líder chavista Nicolás Maduro y el opositor Juan Guaidó, reconocido como presidente interino por más de 50 países.

Como en casi todo el continente, muchos comienzan en un cruce de caminos con un cartel que reza: «Soy venezolano, tengo hambre, por favor ayúdame».