Nueva Morolica (Honduras) –  A 25 años del devastador paso del huracán Mitch, que dejó una estela de muerte y destrucción en Centroamérica, el dolor acompaña aún a los habitantes de la comunidad de Nueva Morolica, en el sur de Honduras, a quienes el fenómeno les sepultó su pueblo el 30 de octubre de 1998.

La gente mayor de la Nueva Morolica recuerda con dolor aquel 30 de octubre, cuando el Mitch, convertido en tormenta tropical con torrenciales lluvias, arrasó con la vieja Morolica, arrastrando además a doce personas que murieron ahogadas, pero trata de sobreponerse, aunque el temor a que otro huracán cause daños a su nuevo pueblo permanece latente.

Exalcalde recuerda los gritos de la gente pidiendo ayuda

«No es fácil contar la historia y peor la que nosotros vivimos, nos trae muchos recuerdos, pero Dios es bondadoso porque nos permitió salir adelante después de quedar entre arena y piedra», indicó a EFE el exalcalde de este municipio del departamento de Choluteca, en el sur del país, Ramón Adalberto Espinal.

Sencillo como el mismo pueblo de la Nueva Morolica, Espinal, de 64 años y padre de tres hijos, dijo que recuerda cada día «los gritos» de su gente pidiendo auxilio en la antigua comunidad, que había sido elevada a la categoría de municipio en 1943.

«Estos recuerdos siempre se mantienen, es difícil borrar de la mente a muchas personas que vivíamos (en el pueblo), nunca voy a olvidar a aquella gente que lloraba por la pérdida de su pueblo, la gente que estaba al otro lado (del río), las familias que pedían auxilio», señaló Espinal.

Con su voz entrecortada, el exalcalde recordó además que el 31 de octubre, un día después de que Morolica quedó sepultada entre toneladas de lodo, arena, piedras, troncos de árboles y todo tipo de basura, viajó a pie Tegucigalpa en busca de ayuda para su gente.

Luego de caminar unos 100 kilómetros, junto a su padre, Vicente, ahora de 88 años, llegaron a la capital, Tegucigalpa, donde el Gobierno y países amigos decidieron movilizar ayuda de emergencia para Morolica, de la que apenas asoma un pedazo de pared de la fachada de lo que fue la iglesia San José y de algunas viviendas.

 «La gente quedó sin nada, en la calle, no tenía nada para levantarse, pero el tiempo y la fuerza de Dios nos motivó y dijimos al mundo necesitamos de ustedes para levantarnos», subrayó Espinal.

Los momentos «más duros de mi vida»

Observar la destrucción de Morolica por las aguas desbordadas de los ríos Texiguat y Grande o Choluteca, fueron «los momentos más duros de mi vida», enfatizó Espinal, quien ejerció como alcalde entre 1994 y 2006.

«Nunca voy a olvidar esos días tan difíciles donde miraba familias de brazos cruzados, con niños que no tenían leche y ancianos que creían que su futuro ya había terminado», dijo el exalcalde de Morolica, donde las víctimas mortales fueron doce, incluidos la familia de Sandra Isabel, una niña de 12 años que se salvó de milagro porque estaba en la casa de María Luisa Espinal, en cuya hacienda trabajaba su padre.

Espinal rememoró también la escena cuando las casas de los morolicas, en su mayoría de adobe y con techos de teja de barro, «iban cayendo una por una».

La falta de dinero para levantar una nueva comunidad era el mayor reto, señaló el exalcalde, quien agradeció el apoyo de la organización alemana Molteser, España y Suiza, lo mismo que de organismos de las Naciones Unidas para crear la Nueva Morolica, donde sus habitantes se dedican a la ganadería y la agricultura.

Con el esfuerzo de sus ciudadanos y la solidaridad internacional, la Nueva Morolica «se levantó de las cenizas» y hoy es una comunidad de más de 400 viviendas construidas por sus 6.500 habitantes, con bloques de cemento, añadió.

El temor persiste entre los morolicas

A unos cinco kilómetros del viejo pueblo, en un sitio más alto, fue inaugurada el 15 de marzo de 2001 la Nueva Morolica, donde sus habitantes, entre ellos la maestra Glenda Sierra, tienen muy presente la trágica noche que vivieron el 30 de octubre de 1998.

«Fue un impacto muy fuerte que todavía está presente en nuestros pensamientos, en nuestras vidas», dijo a EFE Sierra, que tenía 28 años de edad y cuatro de vivir en Morolica cuando ocurrió la tragedia.

Señaló que ella, junto a su esposo, José, y su hija de 18 meses, fueron de los primeros en salir de las zonas de riesgo luego de que el entonces alcalde les advirtió sobre el daño que podría sufrir el pueblo.

La maestra indicó que después de la desaparición de Morolica, palabra indígena que significa «En el agua de los gorriones», muchos de sus habitantes, incluida ella, sufrieron conjuntivitis y estuvieron «ciegos por varios días».

«Lloraba angustiada, no podía ver realmente lo sucedido», relató Sierra, para quien uno de los momentos más difíciles fue ver cómo pedían auxilio las doce personas que murieron ahogadas.

Además, recordó con tristeza el momento en que el agua de los dos ríos que bordeaban al pueblo comenzaba rápidamente a subir, así como el llanto y la desesperación de la gente que intentaba rescatar algunas pertenencias.

Aunque ahora viven en una parte alta, el temor de que otro huracán afecte a la Nueva Morolica persiste entre sus habitantes, quienes lloran al recordar la peor tragedia sufrida por Honduras, que dejó al menos 5,657, según fuentes oficiales.