Tegucigalpa – Con 14 años de laborar en Medicina Forense y unas 2 mil 600 autopsias sobre sus espaldas, la doctora Ana Floricel Molina Velásquez abrió su corazón para desgranar historias muchas veces desgarradoras no contadas y otras exclusivas de un país con altos índices de violencia y peculiares patrones criminales.
– Los cuerpos encostalados son los que más le gusta autopsiar porque tienen ciencia y elementos interesantes para un investigador, describió la entrevistada.
– Dijo promover la muerte natural, pero reveló que si ella fallece de forma violenta ya tiene designado el equipo que le practicará la autopsia.
“Puede ser que para ser médico forense hay que estar un poquito loco, es un poco extraña la situación. Nadie espera convivir con la muerte de manera frecuente y lo que uno realmente desea es encontrar la verdad de las cosas”, expresó la galena que aspira en algún momento de su vida tutelar la Dirección de Ciencias Forenses.
Hay situaciones propias a su profesión que tocan el lado más sensible de su ser. Hay sucesos que la marcan en un país donde la espiral de violencia parece agregar cada día nuevos episodios cruentos.
Flori -como le llaman sus amigos- nació el 26 de septiembre de 1983 en el seno familiar que conforman Rosa Aminda Velásquez Moreno y Rubén Antonio Molina, ambos originarios de La Paz, al oriente de Honduras. La doctora es la mayor de los hermanos Molina Velásquez: Rubén Antonio (ingeniero), Cinthia Marisela (abogada) y Juan Daniel (ingeniero eléctrico).
Su sueño era ser cirujana pediatra y de hecho lo encaminó, pero en una oportunidad en Patología Forense estaban demandando médicos recién graduados en el período de la doctora Lucy Marder. “Ella me hizo la entrevista con preguntas básicas y me dijo que era la candidata idónea -estaba soltera y tenía disponibilidad- porque tenía que entregar el 100 % al trabajo. Mi idea inicial era trabajar un año y después hacer los trámites de una especialidad en el extranjero”, narró.
Agregó que el trabajo en Medicina Forense es arduo y de hecho estuvo los primeros tres meses ‘ad honorem’. Durante la práctica profesional recibía clases, hacía turnos, colaboraba con las autopsias, lo que derivó que le hicieran una evaluación y fuera contratada en marzo de 2010.
Mujer preparada
Gracias a las pláticas con su padre, el fiscal de carrera y abogado penalista Rubén Molina, forzó una pasión por el derecho, carrera que estudió y de la cual está a punto de egresar. Su papá ha sido una fuente de inspiración por ser una persona muy respetada en el MP, él es un símbolo de honestidad y decencia, dijo la entrevistada.
Pero ahí no se quedaba su curiosidad por los conocimientos en el mundo de las ciencias forenses. Seguidamente sacó un diplomado en fotografía forense, otro en biología forense, uno más de genética, sendas maestrías de criminalística y criminología, un diplomado en antropología, y próximamente buscará una certificación para un reconocimiento latinoamericano.
Igualmente, fungió por un tiempo como editora asociada de la revista de Ciencias Forenses, siendo una de las iniciadoras del proyecto en el área de identificación humana.
“Así me adentré en este mundo de las ciencias forenses, quizás no las conozco a profundidad, pero sí me da un mayor conocimiento de lo que tengo dentro de las instalaciones, con qué pruebas cuento en Honduras y cómo sacarles mejor provecho”, explicó.
Pese a sus cuatro décadas de vida, agradece a Dios por ser una mujer soltera porque eso le ha permitido escudriñar la medicina forense, un área muy poco explorada en Honduras. “Me llaman mucho la atención los temas de investigación”, expresó con un brillo en sus ojos.
Refirió que aunque para la sociedad es importante el hecho de tener una familia e hijos, la doctora Molina sigue enfocada en seguir descubriendo el mundo de las ciencias forenses.
“Mis padres nunca me han sacado carrera. Algunos familiares sí me preguntan que para cuándo pienso tener mi novio, pero no hay prisa, creo que para todo hay tiempo, hasta para la muerte porque a veces nos da chance hasta de despedirnos de nuestros seres queridos”, caviló.
Es una apasionada de la lectura, le gusta cocinar, escuchar música y cocinar. Por ahora disfruta mucho su nuevo papel de tía, ya que su hermana Cinthia le dio una sobrina. “Me pasa que quiero llegar luego a la casa para ir a jugar con ella, es la felicidad que Dios nos ha dado”, dijo la joven médica.
Un sueño dirigir las ciencias forenses
La galena enfatizó que está enfocada en aspectos de su vida profesional y tiene en mente especializarse con un doctorado para ponerle la fresa al pastel a su vida académica.
No ocultó que aspira a cumplir el sueño de dirigir la Dirección de Ciencias Forenses, adscrita al Ministerio Público. “Tengo mucho que aprender para dirigir una institución de esa envergadura tiene que ser un profesional de altos quilates de las ciencias forenses y que sobretodo sea imparcial, que se enfoque en la realidad, en la verdad. Sí me gustaría, creo que es un sueño que quisiera culminar”, apuntó.
Los 14 años de laborar en Medicina Forense le han servido para acumular una serie de conocimientos que la hacen una mujer con temple y que recién la llevaron a ser la voz autorizada de los médicos durante la crisis institucional que duró casi 80 días, que provocó no se realizaran levantamientos de cadáveres y que no exista registro de unas 600 autopsias, de acuerdo a datos públicos de la Secretaría de Seguridad.
Contó que mínimamente para realizar una autopsia se ocupan dos horas, pero hay otras que se pueden hacer en menor tiempo, sin embargo cuando se trata de cadáveres de privados de libertad se tiene que aplicar el Protocolo de Minnessota y perfectamente se demoran más de 12 horas.
Entre tres y cuatro personas -incluyendo el odontólogo- participan en una autopsia. Son éstos: el médico, su asistente y el fotógrafo, éste último toma las imágenes que sirven como medios de prueba en potenciales casos en los tribunales de la República.
Vivencias forenses
Hay una estela de acontecimientos que han marcado su carrera. Algunos los recuerda con agrado, otros simplemente forman parte del cúmulo de experiencias en un terreno ávido y convulso como son las ciencias forenses.
Sobre algunas versiones de personas que aseguran que cuerpos que han sido autopsiados logran recuperar la vida, respondió que “eso es difícil, después de una autopsia literalmente se rompen áreas de suma vitalidad para el cuerpo: arterias, vasos sanguíneos, corazón, pulmones… literalmente separamos todos los órganos, es casi imposible que alguien pueda vivir después de eso. Creo que lo que existe es la somatización, cuando se autopsia un cuerpo se constata la muerte”.
Confesó que sobre las camas donde practican las autopsias hay momentos únicos e irrepetibles, situaciones dolorosas incluso para los propios autopsiantes. Hace unos años pasó que un compañero de trabajo hizo la autopsia de un cuerpo desconocido, pero al paso de los días se llegó a la conclusión que era su hijo. Resulta que era de su primer matrimonio y no convivía con él. “No lo reconoció porque estaba en estado de descomposición, le parecía muy similar un tatuaje, pero no creyó que podría tratarse de él. El desenlace fue fatal y traumático para todos”, mencionó.
Dijo que muchas veces le ha tocado hacer levantamientos de cuerpos de personas conocidas, lo que los hace enfrentarse a situaciones bastantes sentimentales.
Declaró que en una oportunidad se opuso a hacer una autopsia porque se trataba de una persona muy cercana, “al final no pude hacer ni el levantamiento, ni la autopsia, a esas situaciones nos enfrentamos porque somos seres humanos y tenemos sentimientos”.
Siendo Honduras un país femicida, donde una mujer pierde la vida en condiciones violentas cada 23 horas, la joven doctora narró que no tiene conflictos para hacer autopsias de féminas, sin embargo sí le produce rechazo cuando la víctima está embarazada, y más aún cuando el proceso está casi finalizado y se forma casi el bebé. “Es la parte más conflictiva para mí, es bastante doloroso, hacer autopsias bajo estas circunstancias es sumamente difícil para mí”, refirió.
Ahondó que “se vuelve más complicado cuando hay sospechas de abuso sexual, ahí sí, ver la saña por el género se vuelve casi diabólico, ver cómo les quitan los pechos, los pezones, los genitales y muchas veces les laceran sus partes íntimas”.
En otras de sus vivencias, recordó que antes de la pandemia de COVID-19 era muy frecuente que los médicos forenses comieran -incluso- dentro de la sala de autopsias, una situación que ocurría cuando había mucha carga de trabajo.
La joven médica compartió que en muchas autopsias practicadas por muertes violentas, a la par descubre que la persona tenía un cáncer, o tumores cerebrales, aneurismas y otras patologías que eran desconocidas para los familiares que reclaman los cuerpos. Igualmente, mujeres que estaban embarazadas y sus deudos lo ignoraban por completo.
Rabia e impotencia
Floricel Molina detalló que en una oportunidad realizó un levantamiento en un lugar montañoso llamado Cartagua, en el municipio de Curaren en Francisco Morazán, hasta donde demoraron unas 10 horas en llegar por lo inhóspito de la zona.
Nunca se me olvida -narró- era una casa de bahareque, puertas de tapesco (hojas secas), una casa bien bajita que se iluminaba con un candil. Con la escena que me topo es cuando abro la puerta está un señor parado y me dice: ‘cuidado doctora, ahí está mi mujer’, entonces cuando volteo en la parte de atrás estaba la señora sentada muerta, pero a la par veo un ataúd pequeño y había un bebé de 18 meses. Me cuestioné verle ese niño, que no tiene ni conciencia de las cosas externas, que tenía tres disparos en la cabeza, sólo porque el sobrino de la señora le pidió 50 lempiras, ella le dijo que no tenía, el sujeto se fue y regresó, le dio tres disparos al niño y otros tres a ella.
“Fue una escena que me hizo sentir impotencia, furia, rabia y mucho dolor”, dijo con mucho pesar.
Consultada sobre las autopsias que les practican a los cuerpos que aparecen encostalados, respondió que “me voy a escuchar mal, pero son las que me gustan hacer. Siento que tienen ciencia. Quizás mi formación en criminología me hace pensar en el victimario.
Representó que cada grupo o subgrupo delictivo que cometen estos hechos tienen sus propios patrones. “Ahí siento que hay ciencia porque el investigador tiene mayor cantidad de indicios para retratar un grupo de estos. Estas autopsias nos pueden llevar hasta cuatro horas”.
Refirió que en el tema de los descuartizados suele pasar que no se encuentran las partes completas, lo que dificulta unirlo para que quede en un solo cuerpo.
La patóloga caviló que en Honduras hay mucho terreno para hacer investigaciones en el área forense. “De hecho países como España, como Perú, ellos encuentran sumamente interesante las diferentes formas de los homicidios o de asesinatos que ocurren en el país”.
En la parte final de la entrevista, Molina dijo que no le gustaría ser autopsiada y por eso -según ella- mejor promociona de manera frecuente la muerte natural. “Espero morir de muerte natural y no de muerte violenta porque la autopsia se hace cuando la causa fue una manera violenta”, recordó.
Acentuó que le ha manifestado a la doctora Ethelinda López que en el caso que muera en circunstancias violentas, que sea ella quien le haga la autopsia, incluso ordenó qué fotógrafo y qué técnico. “Les dije, sólo ustedes, nadie más…”, delineó.
Así se despidió Ana Molina mientras redobla el paso porque seguramente en el Centro de Medicina Legal y Ciencias Forenses, la esperan varias autopsias por realizar en un país donde al menos se registran nueve homicidios cada día.