Zaragoza – Ser víctima de un conflicto armado es todavía una realidad en países como Honduras, lugar de origen de Rosi y sus hijos, que tuvieron que huir hace ya nueve años de su país al ser extorsionados y golpeados por las maras.
Las maras, que fueron a buscar a uno de sus hijos mientras estudiaba para que formara parte de su organización criminal, están relacionadas con actividades delictivas como violación, narcotráfico, contrabando de armas, secuestro, robo y asesinatos por encargo.
Estos grupos tenían como objetivo que el hijo de Rosi pasara armas y drogas de una ciudad a otra. «Me lo comunicó nervioso y, en ese momento, lo saqué del lugar en el que vivíamos. Fuimos de un lado a otro buscando una solución», ha explicado en una entrevista con la Agencia EFE.
Por no desvelar el paradero de su hijo
Rosi, que tenía un negocio y vida «feliz», vio cómo su situación cambiaba de manera drástica cuando llegaron las maras hasta su local: «Se metieron hasta dentro, desde las 9 hasta las 3 de la mañana. Allí me golpearon, me pedían saber dónde estaba mi hijo. Aún tengo cicatrices en la cabeza de cuando me daban con la pistola».
«La orden era matarme, pero dijeron que no me querían a mí y que yo no les servía. Querían a mi hijo y sacarme información, pero jamás dije nada. Prefería que me mataran», relata.
Sin embargo, un operativo de policía militar llegó hasta el lugar de los hechos y Rosi pudo escapar, momento en el que se comunicó con su hermana y se marchó a España. Era el 20 de octubre de 2015.
Aunque ha valorado este traslado como su «oportunidad» para mantener la vida, Rosi ha recordado que su llegada a España fue «muy dura» y tuvo que hacerlo en solitario, dejando atrás todo y sin saber si sus hijos podrían venir pronto con ella.
«Tengo recuerdos muy malos y, a veces, tengo crisis y me pongo muy nerviosa. Sobre todo me pasa cuando veo a alguien con tatuajes o me gritan. No lo supero. Menos mal que mi hijo no lo terminó viviendo de cerca», ha subrayado.
Una nueva vida en España
Sus hijos pudieron llegar a España un año más tarde, después de haber estado «de pueblo en pueblo» y ella haber trabajado para recuperarse económicamente. «Necesitaba legalizar mi condición de refugiada para que ellos pudieran venir», ha dicho.
«Es duro escuchar la palabra Honduras, muy duro. Allí lo tenía todo, tenía una vida. Y aquí cobro y me quedan tres céntimos en mi cuenta. Aquí me ha tocado venir a rogar, pero al menos tenemos vida», ha reconocido.
No obstante, y aunque está «agradecida» por el trato que ha recibido en España «en todo momento», ha destacado que su hijo ha renegado de la nacionalidad hondureña, un hecho que a ella le «duele» y le hace recordar «todo» por lo que han pasado.
«Desde que vine he tenido las puertas abiertas. Hay mucha gente que no sabe lo que significa pedir asilo y creen que somos delincuentes. Más bien venimos huyendo de la delincuencia e inseguridad de nuestros países», ha señalado.
Una de esas puertas abiertas fue por parte de Accem, una organización que trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas refugiadas y migrantes o colectivos más vulnerables y que este año ha atendido a un total de 25,000 mujeres en toda España.
Rosi, quien ha confirmado que «aguanta la carreta» por sus hijos y que ahora ejerce de gerocultora, ha querido lanzar un mensaje positivo y esperanzador a las niñas de su país y de todo el mundo: «No queda más que luchar, salir adelante y buscar oportunidades».
«Me gustaría que las niñas pudieran estudiar y tuvieran la posibilidad de salir adelante. Son chicas muy inteligentes y es una pena que las maras, en las que incluso hay padres metidos, las tengan acaparadas y a los doce años ya hayan tenido un hijo. Pero si buscamos la ayuda adecuada, hay esperanza», ha remarcado. EFE