Jerusalén – En un momento en que la religiosidad es una de las fuentes de división internas más importantes en Israel, la festividad de Pésaj que comienza este viernes, central en la tradición judía y celebrada por corrientes más y menos religiosas, no sólo genera un clima de alegría sino también de fuertes tensiones.
Más allá de que Israel se encuentre en un punto de inflexión en cuanto a la religiosidad del Estado y la influencia de partidos confesionales en el Gobierno nacional, las celebraciones religiosas se reciben en un ambiente festivo y representan una oportunidad para reunir a las familias, en muchos casos dispersas a lo largo y ancho del país.
Pésaj, la Pascua judía, no es una excepción y es una de las preferidas de los israelíes, que se preparan con tiempo y sacan a relucir su mejor vajilla y sus mejores recetas para una cena ceremonial llamada «seder», donde leen la historia del éxodo desde Egipto, comen platos típicos y organizan juegos familiares y actividades para los niños.
Las familias, dependiendo de sus orígenes y su nivel de religiosidad, destinan más o menos tiempo a la historia y las canciones durante la cena, a la que se acostumbra a invitar a gente sin allegados en el país para que nadie se quede sin su seder de Pésaj.
Este clima de unión y alegría, sin embargo, no es necesariamente compartido por todos, no sólo por las históricas disputas entre laicos y religiosos, que se dan en múltiples ámbitos de la vida cotidiana, sino por una regla en particular de esta festividad: la prohibición del consumo de productos con levadura.
«La religión judía tiene muchas reglas y lamentablemente en Israel quienes no practican la religión también tienen que someterse a ellas, siendo Pésaj uno de los picos de sometimiento del año», valora a Efe Ram Vernon, presidente del Foro Secular Israelí.
Según un estudio recientemente publicado por el Instituto de la Democracia Israelí, aunque más de dos tercios de la población judía se abstienen de comer productos con levadura durante la semana de Pascua, incluyendo pan y cerveza, casi un 60 por ciento se opone a la prohibición en espacios públicos.
«El hecho de que quienes respetan puedan comer productos sin levadura está bien, pero trae aparejadas muchísimas restricciones para el resto, como que los supermercados y panaderías no vendan pan por una semana, o que las bases militares cierren sus cocinas por dos días para limpiarlas de harina y chequeen las habitaciones y pertenencias de los soldados para asegurarse de que no entren con comidas prohibidas», enfatiza Ram.
El rabino Dov Halbertal, exdirector de la Oficina del Rabino Mayor de Israel, considera, por el contrario, que un soldado no puede servir en el ejército durante la semana de Pésaj si no se prohíbe el «jametz» (palabra hebrea para la harina leudada).
«Esta restricción, por la importancia de esta festividad y su historia, se convirtió en un símbolo de la nación judía, tal como el shabat (sábado de descanso), y corrientes liberales están atacando estas tradiciones, que no son solo respetadas por los religiosos sino por gran parte de los judíos de Israel», agrega.
Uno de los espacios donde más se respira esta tensión es en los hospitales, donde judíos religiosos conviven con laicos y con ciudadanos de otras religiones, todos regidos por la prohibición de comer productos con levadura.
«Además de no poder consumir estos productos, tampoco los familiares pueden traer cualquier tipo de comida cuando visitan a alguien en el hospital, y los encargados de controlar esto son los trabajadores, que deberían estar cuidando a los pacientes en lugar de controlando qué comidas les traen las visitas», se queja Vramen.
Vramen lidera actualmente una campaña en contra de estos controles y dice haber contribuido a que trece hospitales recientemente declaren que no los llevarán a cabo este año.
Para el rabino Halbertal, no obstante, lo que está en juego no es solamente la presencia o no de productos con levadura:
«La verdadera cuestión es la relación entre la religión y el Estado, sobre todo ahora que los liberales se sienten amenazados por la presencia de más miembros ultraortodoxos en el Parlamento, por lo que reaccionan desde una posición antagonista generalizada, olvidándose de que si queremos ser una nación judía, todos debemos ceder un poco, y en esta caso les toca ceder a ellos».