Mapastepec (México) – «Voy a llegar a Texas», «estoy bien, pero masacrado», se escucha en un cibercafé del municipio mexicano de Mapastepec. Frases divertidas, emotivas y reconfortantes de migrantes de la caravana a sus preocupados familiares.
Es día de fiesta en el Cyber Pc Express, con un rótulo en la entrada que dice «Bienvenidos». Los migrantes centroamericanos hacen cola tranquilos esperando alguno de los quince ordenadores del local.
Una pantalla se enciende. Es la enésima vídeollamada que hoy se realiza en este sitio de conexión a Internet de esta localidad del suroriental estado de Chiapas.
Frente a la vieja computadora, un chico sonríe alegre y saluda a la mujer que tiene en pantalla. Es su madre.
«Me preguntan cómo estoy y cómo la estoy pasando. Me dicen que me regrese porque escuchan noticias malas, pero les digo que todo bien, que estén tranquilos», explica Eduardo a Efe, un joven de 24 años de Honduras, de donde procede la mayor parte de las 7.000 personas que participan en este éxodo sin precedentes.
Son momentos de reposo cuando todavía tienen por delante 2.000 kilómetros. Más que nostálgicos, se ven felices por llevar buenas nuevas. Están sanos y salvos tras 13 días de ruta.
Los echo de menos «pero voy para arriba», afirma convencido este joven que ahora ve un partido de la Champions y usa Facebook para hablar con sus amigos e, incluso, publicar en el muro algún mensaje de aliento.
A su lado, Luis Fernando Paz lleva una gorra con «Texas» escrito grande y claro. Jovial, habla de todo un poco, desde su estado de salud a la relación que mantiene con su chica.
Sin cortar la vídeollamada con sus tías, explica a Efe que toda la familia junta le apoya en el trayecto y le da dinero para comida.
«Están bien alegres porque voy para allá (Estados Unidos). Y yo tranquilo, alegre, emocionado, para estar con la familia», subraya el joven, que se comunica cada vez que tiene ocasión y enfrenta con ganas su primer periplo migratorio.
Tiene familia en Estados Unidos y no descarta contratar un «coyote» para cruzar la frontera, dice entre risas mientras su tía, sabiendo que no ha de meterse en problemas ante la cámara, lo regaña desde muy lejos.
Sentado entre dos escritorios aprovecha un enchufe de electricidad José Pablo Montero, un hondureño de 35 años que prueba, por quinta vez, cruzar a la primera potencia mundial y encontrar trabajo para conseguir un «buen empleo» y ayudar a sus padres.
En las anteriores ocasiones, fue repatriado tras ser interceptado en el norte de México.
El hombre viaja sin dinero y pide monedas para comprar, entre otros insumos, tarjetas telefónicas. «Cuando hablo no me da tristeza, sino alegría por oír la voz. Pero ellos se preocupan de verdad», relata a Efe.
Del otro lado de este establecimiento, iluminado casi únicamente por los monitores encendidos, Jairo, de 27 años, contacta a su hermana Arely por Facebook.
«Te mando 1.500 lempiras (unos 62 dólares). ¿Dónde?», le escribe la mujer, que vive en España. Él le cuenta que todavía no sabe cómo recibir una transferencia pero agradece este apoyo transoceánico.
«Me vine esperanzado porque ella me puede echar la mano y así sacar adelante a mis hijos», comenta a Efe. Con 27 años tiene cuatro, y en esta ruta repleta de peligros, como enfermedades o atropellos, va con uno de ellos.
Tania tiene 17 años y es de Guatemala. Salió del país con su madre y un amigo del pueblo, y navega por Facebook como pez en el agua.
En su país natal dejó a su hermana menor, que tiene 15 años y quedó al cuidado de una vecina, mientras que su padre está preso en El Salvador.
Este martes, cuando descansaron todo un día en Huixtla (Chiapas), los más jóvenes inmortalizaban su papel en esta caravana con «selfis» en uno de sus puentes.
«Me hacen falta un poquito las redes sociales», reconoce esta muchacha que, como la mayoría, viaja con el teléfono apagado para ahorrar batería y, por lo tanto, son contados los momentos en los que puede tener red o tomarse fotos.
Corren los minutos y las horas. Los migrantes entran y salen del cíber. Se concentran en estas conversaciones que erradican en cuestión de segundos una distancia creciente.
Las redes sociales devienen un salvoconducto contra la soledad.