México – Con el ánimo reforzado por los kilómetros ya recorridos, las miles de personas de la caravana migrante que ya se encuentran en Ciudad de México esperan a los compañeros todavía dispersos en otros puntos del país, con la intención de continuar todos juntos su travesía hacia Estados Unidos.
Los autobuses no dejan de llegar a las puertas de un complejo deportivo ubicado en la parte oriente de la capital, donde medio millar de integrantes durmieron la noche del domingo y donde, previsiblemente, llegarán a juntarse unas 5.000 personas, de acuerdo con estimaciones del Gobierno de la ciudad.
César Adrián Serrato tiene su brazo izquierdo vendado desde hace unos días, cuando se cayó bajando por una escalera. La dolorosa inflamación que ahora presenta no ha rebajado sus ánimos para continuar un camino que, asegura a Efe, hace para ayudar a su familia, especialmente a su madre, con artritis y problemas de visión.
Todavía es incierta la ruta que seguirán los migrantes, en su mayoría hondureños, cuando terminen de llegar a la capital aquellos integrantes que están saliendo de los estados de Puebla y Veracruz.
Aunque hay varios caminos -entre ellos el más largo, que lleva a Tijuana, o el que les trasladaría a Nuevo Laredo, considerado más peligroso porque hay que atravesar el estado de Tamaulipas-, César considera que los imprescindible es no separarse.
«A los compañeros que me hablan de eso les digo que sigamos la caravana, que no la dejemos, porque se va a debilitar y perder fuerza, y podría fracasar», considera este hondureño.
Además, viajar todos juntos es «más seguro», para no caer en manos de los grupos criminales ni ser detenidos por las autoridades de migración mexicanas.
El grueso de los migrantes, unos 2.000 hasta ahora, se ha alojado dentro del complejo deportivo -muy cerca del aeropuerto y del autódromo en el que se celebró recientemente el Gran Premio de México de Fórmula Uno- en un estadio de fútbol al aire libre en el que se ha dispuesto una gran carpa.
En la parte exterior del estadio se ha instalado otra carpa en la que decenas de migrantes descansan entre cobijas y mochilas.
Una migrante, Marlin Duarte, se entretiene con algunas de las amigas que ha hecho por el camino, peinándose y maquillándose.
«Gracias a Dios nos ha ido muy bien porque nuestros compañeros mexicanos nos han ayudado mucho, con medicinas y todo. Vamos a seguir con la caravana hasta donde podamos», asevera a Efe.
Sus jornadas empiezan temprano, en la madrugada, y la mayoría de los tramos los han realizado en autobuses o con ayuda de aquellas personas que les han ofrecido viajes en camiones y vehículos, aunque también les ha tocado caminar, de 3 a 6 kilómetros diarios.
Estando en Ciudad de México, «todos estamos felices, porque hemos avanzado demasiado», apunta Marlin, aunque agrega que desde que la caravana salió el 13 de octubre de San Pedro Sula (norte de Honduras) ha habido algunos que han dejado el grupo porque «no han podido y se cansan».
«Venimos cansados y agotados, pero ahí vamos para adelante, hay que seguir», reconoce por su parte Leticia Xiomara, quien ha dejado a sus cuatro hijos en Honduras.
A diferencia de muchos de los migrantes que caminan con la caravana que ya tienen parientes en Estados Unidos, esta joven de 25 años es la primera de su familia en emigrar hacia el norte.
En todas las etapas les han alertado de que corren «peligros» y que no se pueden separar -«Siempre intentan meternos miedo»-, pero lo más duro, explica, es lo que han vivido en su país.
«En nuestro país no ha habido motivos para seguir allá; si hubiéramos tenido trabajo hubiéramos tenido cómo sobrevivir y no hubiéramos migrado», subraya.