Miami, (EEUU) – (Especial para Proceso Digital-Por Alberto García Marrder) -A las seis de la mañana del 6 de mayo de 2018, la hondureña Sandra Sánchez salió a escondidas de su casa en Puerto Cortés, en la costa noroeste de Honduras y cerca de la ciudad de San Pedro Sula.
Solo llevaba una mochila en la espalda y en sus brazos, a su hija menor de dos años, Yanela Denise, aún dormida.
Su destino final: Estados Unidos, a 2,280 kilómetros, vía Guatemala y México. En transporte terrestre y más de un mes de viaje.
Y, lo más inquietante: sin visa legal de entrada a Estados Unidos.
Por ahora, la preocupación de la madre era que la niña empezara a llorar y despertara a su marido, Denis Javier Varela Hernández y a sus otros tres hijos (Wesly, Cindy y Briana).
Frente a la modesta casa le esperaba una camioneta de un “coyote”, donde estaban ya dos mujeres con niños. Cada mujer había pagado unos 6,000 dólares por los servicios de este “coyote” y de otros dos más (en Guatemala y México).
Sánchez nunca se hubiera imaginado esa mañana, mientras se dirigían al cercano puesto fronterizo de Corinto, con Guatemala, la que iba armar su hija en un mes y medio, en todo el mundo.
La impactante foto de su detención en la frontera mexicana-americana de Texas y la niña llorando fue primera página en miles de diarios en el mundo y su hija pequeña compartió portada de la revista “Time” nada menos que con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Y gracias a Yanela Denise, esta vez no la deportaron inmediatamente a su país de origen, como lo hicieron el 18 de julio de 2013, en su primer intento de entrar ilegalmente a Estados Unidos, el gran sueño americano de muchos hondureños.
Entonces, apenas estuvo 15 días en suelo americano.
Y ahora, ella y su niña, llevan ya más de dos años esperando en una casa-refugio, en las afueras de Washington, que un juez de inmigración decida sobre su petición de asilo.
Y sin poder trabajar….legalmente.
El 12 de junio de 2018, el tercer “coyote”, este mexicano, llegó, de noche, a la orilla del lado mexicano del Río Grande (también llamado Rio Bravo) y les dijo a Sánchez y a otros ocho hondureños más: “Hasta aquí llega mi compromiso… al otro lado del río está Estados Unidos…estas barcazas los llevarán…suerte”.
Al otro lado, cuatro agentes federales de la temida Patrulla Fronteriza (“Border Patrol), (uno de ellos llamado Carlos Ruiz) seguían paso a paso el intento de cruzar el río, viendo las siluetas en sus cámaras infrarrojas termales.
Era un poco más tarde de las diez de la noche, sin luna, como la que escogen los “coyotes”.
Y con el grupo de los “Border Patrol”, estaba un prestigioso foto-periodista, el norteamericano John Moore, de la Agencia Getty. Y ganador de un Premio Pulitzer de Fotografía Periodística. Pero esa noche ganaría un reconocimiento mundial que aún no había tenido, a pesar de llevar ya más de diez años fotografiando la migración, en los trenes y caravanas de miles de migrantes, muchos de ellos hondureños.
Mientras cruzaban el río en la barcaza, muy cerca de McAllen, Sánchez amamantaba a su hija. Y al llegar a la orilla americana fueron detenidos todos y obligados a sentarse en la arena.
Y a quitarse los cordones de las zapatillas, una estipulación rutinaria de seguridad.
(Lo hacen para que no se hagan daño deliberadamente y no los usen como un arma).
En plena oscuridad, solo las luces de los vehículos iluminaban a los inmigrantes y los “flashes” de la cámara de Moore.
A Sánchez le pidió una agente federal que dejara en el suelo a su hija para cacharla, sobre su pantalón “jeans” azul y sucio por más de un mes de recorrido y una niña en sus brazos.
Esta lo hizo y apoyó sus dos manos en la parte trasera de una camioneta del “Border Patrol”.
Tan pronto la niña quedó en el suelo, empezó a llorar y gritar, rabiosamente.
Moore, que estaba cerca, vio la escena, se agachó al nivel de la niña, enfocó y tomó una de las mejores fotos de su carrera profesional. Con la que ganaría meses después el premio mundial a la mejor foto periodística del año, la “World Press Photo 2018”, el galardón más codiciado por los fotos-periodistas.
La que se publicaría, al día siguiente, en la primera página del diario “The New York Times”, como en otros miles en el mundo entero.
Ruiz, preocupado, se acercó a Sánchez y le preguntó, en español, si le pasaba algo a su hija:
“Está cansada y tiene sed…llevamos más de un mes de viaje”, le contestó la hondureña, según informó días después el agente federal.
El grupo fue llevado a un centro de detención en Karnes City, el primero de dos más.
Las dos estuvieron bajo custodia de la “Border Patrol” exactamente cinco días. El 17 de junio de 2018 fueron transferidas al ICE (“Inmigration and Customs Enforcement”), la agencia federal que se encarga de la inmigración ilegal.
Comienza entonces una gran controversia: ¿Fueron separadas, la madre y la niña?
Llevo dos años investigando este caso y mi sospecha inicial era que posiblemente sí. Como le ha pasado a más de 2,300 niños en la frontera con México, según la BBC de Londres. Esa era la política inmigratoria entonces, pero no ahora.
Sin embargo, la Cancillería hondureña en Tegucigalpa insiste que no fueron separadas y que tuvieron la asistencia de la Cónsul hondureña en McAllen (Texas), Ana Bulnes.
Datos adicionales:
(El autor ha tomado ciertas libertades periodísticas al reconstruir el viaje de Sánchez y su hija hacia la frontera de Texas, pero los datos básicos son testimonios de otros inmigrantes que han hecho la misma ruta y su conocimiento personal de la costa noroeste de Honduras, de la frontera con Guatemala y la méxico-americana en Texas). Ha contado también con el testimonio del fotógrafo John Moore y el agente del “Border Patrol”, Carlos Ruiz).
(El padre de la niña, Denis Javier Varela Hernández fue detenido en mayo pasado por las autoridades navales de Costa Rica, cuando capitaneaba una embarcación con media tonelada de drogas en la costa del Caribe de ese país centroamericano, junto a dos colombianos).
(Enlace al anterior reportaje sobre el primer hombre en la luna y un OVNI al acecho:)