La Habana.- A 170 kilómetros del último islote de la Florida, un país entero contiene el aliento a la espera del resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos: Cuba también se juega mucho en estos comicios y su futuro no será el mismo si gana Joe Biden, que si revalida Donald Trump.
A la isla, cuya apurada economía ya arrastraba problemas por la crisis de su aliada Venezuela, se le formó en los dos últimos años la tormenta perfecta: los meses luminosos del «deshielo» de Barack Obama los apagó la Administración de Donald Trump a golpe de sanciones. La pandemia del coronavirus hizo el resto, aunque en este tiempo la hostilidad de Washington tampoco remitió.
La Cuba de finales de 2016 bullía con proyectos y comenzaba a cambiar tímidamente al calor del «boom» turístico que provocó el acercamiento con EE.UU. La Cuba de finales de 2020 comienza a superar la crisis sanitaria, pero no hay turistas, la escasez hace mella en las necesidades más básicas y el reforzamiento del embargo, del que no han escapado ni las remesas, ha llevado al límite las finanzas del país.
Según estimaciones del Gobierno cubano, la isla perdió en el último año la cifra récord de 5.570 millones de dólares a causa del embargo financiero de EE.UU.
BIDEN, EL CANDIDATO «DE ADENTRO»
Sin necesidad de encuestas, Biden es el obvio candidato de los cubanos «de dentro», conscientes de que su victoria puede suponer la diferencia entre levantar cabeza económicamente o enfrentar cuatro años más de mano dura.
El aspirante demócrata ha avanzado en su campaña que reencauzará la relación bilateral y revertirá las sanciones de los últimos cuatro años, de enorme impacto para la industria turística y los viajes de los estadounidenses a la isla.
Entre ellas, los vetos a los cruceros y a los hoteles estatales, la prohibición de volar a aeropuertos cubanos excepto a La Habana y nuevas restricciones a los viajes de los estadounidenses al país vecino.
«Biden ha insistido en que reanudaría la política promovida por Obama de acercamiento al Gobierno cubano en asuntos de interés mutuo, restaurar el derecho de viajar a Cuba y revertir las sanciones de Trump que han dañado a los cubanos y también sus lazos con sus familias cubanoamericanas», recuerda el profesor William LeoGrande, profesor de la Universidad Americana de Washington.
Para el exdiplomático cubano Carlos Alzugaray, ese giro es «lo que conviene a los intereses norteamericanos más generales que incluyen cooperación en tema de seguridad y alcanzar cierto nivel de influencia en Cuba como lo puede tener España, por ejemplo, pero en el bien entendido que no se puede forzar las decisiones que tomen los cubanos, que, de todas formas están en procesos de cambio».
La aproximación de Biden «es mucho más inteligente y estratégica porque no es todo o nada, sino buscar caminos para alcanzar varios objetivos. A pesar de que esa política tiene sus riesgos, el de que esa influencia sea usada para imponer cambios que los cubanos no aceptaríamos de otra manera, yo le doy la bienvenida y creo que Cuba debe aceptar el reto», reflexiona.
Mientras, el profesor cubanoamericano Arturo López-Levy, de la Universidad Holy Names (California), advierte de que «el retorno a la política de Obama no implica retornar al mapa de ruta de normalización que fue la orden presidencial de octubre de 2016 sobre la relación con Cuba».
O lo que es lo mismo: Biden volvería al otoño de 2016 pero sin ir más allá, de momento.
Por tanto, el demócrata ha evitado pillarse los dedos acotando sus planes a desmontar el «giro irracional de hostilidad», «las sanciones, abusos y excesos del presidente Trump contra los viajes de cubanoamericanos, las licencias para viajes, y los contactos pueblo a pueblo», dice López-Levy.
«Eso es bastante pero una política coherente de distensión hacia Cuba, gobierno y sociedad, empoderando vectores de cambio insertados en la política cubana por distensión requiere más», incluyendo el desmantelamiento de todas las sanciones comerciales y financieras.
CUBA, ¿PRIORIDAD O NO?
Otro interrogante es qué prioridad dará Biden, si gana, a todo este asunto, teniendo en cuenta la cantidad y magnitud de las políticas de Trump que el demócrata quiere revertir en todos los ámbitos.
Para LeoGrande, hay dos motivos que pueden forzar a una futura Administración Biden a tomar decisiones sobre Cuba antes de lo que se espera: la crisis en Venezuela, «que no se puede resolver sin la cooperación cubana», y la IX Cumbre de las Américas en otoño de 2021, de la que EE.UU. será anfitrión.
También López-Levy ve clave ese foro multilateral al que Cuba regresó en 2015 tras el deshielo. «Cualquiera que sea la administración a cargo de organizarla, el tema Cuba es una bomba de reloj activada», afirma.
«Ambos Gobiernos tienen mucho que perder en un mal manejo de una participación espinosa. A Cuba no le conviene salir de las cumbres, y a EE.UU. en competencia con otros grandes poderes, no le conviene una cumbre limitada a reiteraciones», a lo que se suman las experiencias que la isla puede compartir en materia de cooperación internacional tras su buen manejo de la crisis sanitaria.
Alzugaray, por su parte, indica que «ciertos pasos en la política hacia Cuba pueden ser fáciles y poco costosos», como reanudar los 22 acuerdos y otros tantos grupos de trabajo bilaterales que se crearon tras el restablecimiento diplomático.
«El Gobierno cubano ha dicho que está dispuesto a retomar todos esos diálogos donde se quedaron», apunta el exembajador.
También urge, en su opinión, «restablecer la normalidad de los vínculos» entre los cubanos de las dos orillas, una relación «que la Administración Trump ha golpeado insensiblemente».
Y, en cualquier caso, «Biden tendría 4 años para hacer avanzar sus políticas», agrega.
TRUMP: MÁS DE LO MISMO
Frente a los casi seguros cambios que concitaría una victoria demócrata, los tres analistas coinciden en que un segundo mandato de Trump supondría cuatro años más de hostilidad en busca de, en palabras de Alzugaray, «un cambio de régimen pero con máximo perjuicio, con saña».
Todos ellos descartan que, ya sin la presión de la reelección y sin tener que cortejar al electorado anticastrista de Florida, Trump pudiera bajar el tono con La Habana.
«Pensar que pudiera cambiar de política es iluso pues esas sanciones son intrínsecas a su accionar internacional», comenta Alzugaray.
En la misma línea, LeoGrande considera que no hay «ninguna razón» para esperar cambios y recuerda que Trump delegó la política hacia Cuba en el senador cubanoamericano Marco Rubio y los republicanos de línea dura de Florida, que se opondrían a cualquier relajamiento por parte de Washington.
«Más allá, la dureza de las sanciones evita que los competidores (empresariales) de Trump tomen ventaja en el mercado cubano», apostilla el experto.
López-Levy coincide en que el influjo de Rubio puede trabar cualquier intención del líder republicano de mejorar las relaciones con Cuba, aunque recuerda que con Trump todo es incierto porque «mira lo político desde lo personal, con un enfoque transaccional, sin garantías de que vaya a permanecer en posición alguna».