Ciudad de México – Desde hace 20 años Armando Vilches acoge en su refugio a inmigrantes que entran irregularmente en México y con un taller de reparación de coches sostiene económicamente su «misión».
En los últimos años este hombre de más de metro noventa centímetros ha visto cómo cada día más inmigrantes se quieren quedar en México y cómo es cada vez más difícil ayudarlos.
La madre de Armando Vilches dedicó también su vida a la beneficencia y de ella le viene esta vocación.
Con 68 años de edad, Armando ha pasado más 50 dedicado a ayudar a los más necesitados. Su refugio está a menos de un kilómetro de las vías por donde circula la Bestia, el tren al que se suben los inmigrantes y que viaja desde el sur de México hasta la frontera con EE.UU.
Son muchos los que se apean en el municipio de Ecatepec, colindante a la Ciudad de México, con la intención de regularizarse en el país azteca.
Armando, su esposa y su hijo llevan 20 años no solo dando refugio a salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, haitianos, «los más pobres, los que llegan sin zapatos», y durante estas dos décadas ayudó a miles a conseguir los papeles que les permite empezar una nueva vida en México.
MÉXICO COMO DESTINO
Una de ellas es la hondureña Cristian Lorena Menéndez. Hace tres años Armando la acogió, llegó sin nada y una furgoneta del taller fue su primer hogar en México, hoy por fin va a obtener su residencia.
«Hoy si Dios lo permite vamos a migración a tratar de sacar mis papeles, ya los quiero permanentes, son muchos procesos muchos papeles, voy con la esperanza de ver a mi familia, que vengan sin sufrir, tratar de hacer las cosas lo mejor que se pueda, salir adelante», cuenta Lorena visiblemente emocionada.
Oculta tras el gigantesco y mediático fenómeno migratorio rumbo a EE.UU., hay una realidad de miles de seres humanos que cada año buscan residir en México huyendo de la pobreza o la violencia de sus países.
«Definitivamente (México) era un país de tránsito, ahora es un país de destino, porque los inmigrantes piensan quedarse aquí, ya no son minoría los que piensan abrir un negocio, antes casi nadie pensaba quedarse aquí, todos iban a EE.UU.», relata Armando Vilches mientras espera el desayuno para los más de 30 migrantes que acoge en este momento.
«El destino principal de este albergue es dar papeles a los migrantes», explica Vilches.
INCREMENTO DE MIGRANTES
Las cifras dan la razón al «misionero», como el mismo se define. Según datos de la Secretaria de Gobernación de México, de 1.300 solicitudes de asilo en 2013, se pasó a casi 9.000 en 2016.
En 2020, en plena pandemia de la covid-19, hubo 41.000 solicitudes de asilo de inmigrantes en México, de acuerdo los datos de la Unidad de Política Migratoria, dependiente de la Secretaria de Gobernación, sin que el aumento haya ido acompañado de políticas activas de integración.
Armando antes regularizaba a tres mil migrantes al mes, ahora no llega a los dos mil. Cada regularización le llevaba 19 días de trámites, hoy, en el mejor de los casos, necesita 40 días.
La dirección del Instituto Nacional de Migración mexicano está en manos de los militares desde hace dos años. Tampoco el fenómeno está siendo atendido con un incremento de ayudas para atender las necesidades básicas que refugios como el de Armando intentan satisfacer.
Lo que ha permitido a Vilches subsistir estos 20 años ha sido un taller de reparación de coches que abre cada día en la misma casa de acogida sirviendo no solo de fuente de ingresos para pagar trámites, comida y enseres; también como herramienta de integración laboral.
Armando se queja de la ausencia absoluta de ayudas públicas para mantener su misión y con ello evitar que algunos inmigrantes recurran a la delincuencia.
LAS NORMAS DEL ALBERGUE
El día amaneció con un conflicto en el refugio de Armando. Un joven inmigrante salvadoreño fue acusado de introducir cocaína y robar un teléfono móvil por otros refugiados. Rápidamente es expulsado. Las normas son importantes en este albergue.
Muchos de los inmigrantes huyen de la violencia en sus países y la intentan esquivar en México.
Hugo Frias tiene una cicatriz que atraviesa su perfil, una marca de su pasado pandillero en Guatemala. En Tapachula, Chiapas, la frontera de México con Guatemala, fue captado por las mafias que controlan los aledaños de la oficina de Migración.
Una cuestión de cuotas puso precio a su vida por lo que tuvo que volver a huir. Ahora es uno de los más involucrados en sacar cada día el trabajo que el taller de reparación y refugio demandan.
Como tantos otros está a la espera de conseguir sus papeles para residir legalmente en México, pero las trabas aumentan justo cuando México colabora cada vez mas para evitar el cruce de la frontera norte.
Armando concluye que la situación en la que se encuentran los inmigrantes que buscan residir en México es «la más desastrosa de la historia del país» porque nunca antes se había enfrentado a tantos impedimentos legales y a tanta gente que busca ayuda desesperadamente.