Tegucigalpa – La Iglesia Católica cuestionó este domingo en la homilía oficiada en la Catedral Metropolitana San Miguel Arcángel de esta capital por el párroco Juan Carlos Martínez: “¿No estamos encerrados en nuestro pequeño bienestar?”.
La reflexión de la homilía corresponde al cuarto y último domingo de adviento explicó el párroco de la Catedral metropolitana de Tegucigalpa.
“¿No estamos demasiado encerrados en nuestro pequeño bienestar?”, preguntó el religioso a la feligresía, al tiempo que invitó a acercarnos más a María, Madre de Dios y como ella permitirle en esta Navidad que nazca y crezca en nosotros.
“En el fruto del vientre de María ha sido bendecido todo ser humano”, añadió. Asimismo, acotó que Jesús es la “esperanza del mundo y de cada hondureño”.
Recordó que la Iglesia primitiva de Jerusalén en el siglo primero ya reconocía a María como Madre de Dios.
Al respecto -dijo- que la Iglesia Católica continua invocando a María como la Madre del Señor, Madre de la Iglesia y Madre de la Comunidad.
Con base en lo anterior subrayó que es bienaventurado quien ha creído, el centro del evangelio de este día.
“La Navidad está cerca, cada año en el cuarto domingo de adviento el evangelio pone ante nuestros ojos a la Virgen María que supo esperar y abandonarse a Dios”, enfatizó.
La visita de María a Isabel nos recuerda que Dios nunca nos deja abandonados “él viene a nuestro encuentro independientemente en la realidad que estemos”.
Finalmente, instó a celebrar la Navidad como la fiesta de la vida en la que Jesucristo viene como luz a todos.
“Señor tú naces para todo hombre y mujer, solo tú puedes disipar nuestros miedos y apartarnos de la tiniebla, llenar de claridad nuestras vidas y fortalecer de esperanza… que la Navidad nos llene de alegría y nos permita acercarnos al pesebre así como María”, cerró.
A continuación Proceso Digital comparte el evangelio del día:
San Lucas (1,39-45)
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».