Madrid – Andre Agassi, «El Kid de Las Vegas» cumple este miércoles 50 años. Medio siglo de una vida dedicada al tenis, un deporte que él mismo confesó que odiaba desde que su padre colocó una raqueta en sus manos cuando contaba dos años, pero en el que logró una «revolución» hasta convertirse en uno de los siete jugadores capaces de ganar los cuatro Grand Slams.
El «hombre de los pasitos cortos», el de las pelucas para ocultar su alopecia, el extravagante jugador que usaba pantalones vaqueros cortos para saltar a la pista, que lucía pendientes y que incluso admitió que había tomado metanfetamina, disputó su último partido en aquel US Open de 2006 ante el alemán Benjamin Becker cuando tenía 36 años. Pero hasta entonces se había labrado ya un potente historial.
Deportivamente, Agassi será recordado siempre porque ha sido uno de los 26 números uno que ha tenido el tenis, un puesto que ocupó durante 101 semanas, y en el que logró acabar una vez una temporada, en 1999, y porque además ganó 60 torneos, ocho de ellos del Grand Slam.
En ese aspecto puede sentirse feliz porque además es el único en la historia que ha ganado los siete títulos más prestigiosos en el tenis individual masculino: los cuatro Grand Slam, el Masters, ahora denominado Finales ATP, la medalla de oro olímpica (JJ.OO. de Atlanta 1996) y la Copa Davis (1990, 1992 y 1995).
Fue además el jugador con menor edad en llegar a superar el millón de dólares en premios, tras sólo disputar 43 torneos. Pero un vistazo a su biografía muestra que en esos 50 años su vida no ha sido tan dichosa.
Aunque los niños le adoraban, aunque era el irreverente y «guay» que muchos alababan, Agassi nunca se sintió querido por el gran público americano que en mayor medida dedicaba su amor a Pete Sampras, con quien rivalizó en sus mejores momentos, y a quien dedicó luego cumplidos como, «era más robótico que un loro».
Fue, eso si, un estandarte publicitario, un soplo de aire fresco que salpicó y revolucionó el tenis con su aspecto, fuera de los cánones que se usaban entonces. Con su raqueta protagonizó lo que se dio en llamar «El Rock and Roll del tenis». Pero al final toda su figura quedó sometida a una frase que le persiguió: «la imagen lo es todo».
En su biografía «Open», firmada también por el premio Pulitzer J.R. Moehringer y publicada en 2009, muchas de sus verdades ocultas durante un tiempo quedaron al descubierto. Su temor cuando saltaba a la pista con peluca y temía que se le cayese era una de sus principales obsesiones.
«Me puse a rezar cuando calentaba antes de iniciar el partido (final de Roland Garros en 1990 contra el ecuatoriano Andrés Gómez). No era por la victoria, sino para que la peluca no se me cayera», describe allí.
El odio que sintió por el tenis, un deporte que le fue impuesto por su padre, Emmanuel «Mike» Agassian, que compitió en los Juegos Olimpicos de 1948 y 1952 representando a Irán en boxeo, marcó toda su carrera. Agassi no eligió este deporte, pero sí su progenitor que soñaba con que uno de sus cuatro hijos fuera una figura con la raqueta.
«Todavía odio el tenis. Y ahora como entrenador, no tengo que amarlo. Mi trabajo es hacer que un jugador mejore sus actuaciones, se meta en su cabeza, entienda a quién tengo enfrente de él. Y aprendiendo de él», comentó en «Open».
Azuzado por su padre, Agassi tomó «Speed» sin saberlo hasta que su hermano Philly se lo advirtió. Después, cuando se debatía en los momentos más bajos de su carrera, hundido en el puesto 141 con una grave lesión en la muñeca, admitió que también había ingerido Cristal, como se conoce a la metanfetamina.
«Esto te hará sentirte como Superman», le dijo Slim, su asistente, animándole en su primera toma.
«Hay un momento de arrepentimiento, seguido por una vasta tristeza. Luego viene una ola sísmica de euforia que barre los pensamientos negativos de mi cabeza. Nunca me sentí tan vivo, tan esperanzado… nunca sentí tanta energía», dice Agassi en «Open» al relatar aquellas sensaciones de 1997.
«Mi nombre, mi carrera, todo estaba en juego. Días más tarde me senté en una silla con un bloc de notas en mi regazo y escribí una carta a la ATP. Estaba llena de mentiras, mezcladas con medias verdades», añade al referirse a como se sintió entonces, después de que un doctor de la ATP le avisase que había dado positivo en un control antidopaje por una sustancia de tipo II.
Agassi recurrió a lo que podría haber sido una sanción de tres meses al señalar que había sido «un error de su asistente» y se salvó de la pena.
Ese arrepentimiento quedó al descubierto en su biografía. También sus duros años en la academia de Nick Bolletieri donde coincidió entre otros con Jim Courier, su relación y matrimonio con la actriz estadounidense Brooke Shields y su posterior boda con la alemana Steffi Graf, icono de la americana para mantenerse en forma, cuya foto figuraba en el frigorífico.
Rapado ya luciendo con orgullo su calva, Agassi y Graf se casaron en 2001 en Las Vegas con solo tres personas en la sala, el juez que les unió y las madres de ambos. Luego tuvieron dos hijos: Jaden Gil y Jaz Elle.
La vida desde entonces cambió para él. Su fundación «Andre Agassi Para la Educación», volcada en los niños parece haberle cambiado y mejorado. Ha sido entrenador, temporal, de Grigor Dimitrov y de Novak Djokovic, y se ha declarado admirador de Rafael Nadal, a quien considera incluso por encima de Roger Federer.
Su frase «Juego al tenis como medio de vida pese a que lo odio, lo odio con una pasión secreta y siempre lo he hecho», quedará en el recuerdo pero también su legado como un jugador rebelde, irreverente y simpático.