Cúcuta (Colombia) – En la sinuosa carretera entre las ciudades colombianas de Cúcuta y Pamplona, «ángeles de la guarda» socorren con ropa, alimentos y hospedaje a venezolanos que salieron caminando de su país para escapar de la crisis y buscarse la vida en otras naciones de Suramérica.
Son decenas o quizás centenares de personas las que recorren a pie cada día los 77,6 kilómetros desde el puente Simón Bolívar, por donde entran a Colombia, en la calurosa Cúcuta, hasta la fría Pamplona, una carretera en la que tienen que enfrentarse a duras pendientes y en la que, según cálculos de la Cruz Roja Colombiana, pueden tardar 17 horas caminando.
Pamplona, es la principal escala de un recorrido mucho mayor, de centenares de kilómetros, entre Cúcuta y ciudades del interior del país, como Bucaramanga, Bogotá o Medellín en el que tienen que sortear obstáculos como el Páramo de Berlín, cubierto de niebla y con temperaturas que rondan los cero grados en las madrugadas.
Sin embargo, en ese camino los venezolanos se encuentran con refugios, puestos donde les regalan ropa y les dan servicios clínicos, un alivio en su penosa travesía llevando a cuestas una maleta o un bolso y, en muchos casos, niños pequeños.
Uno de esos puntos es el que puso la iglesia evangélica Centro Mundial de Avivamiento, que está a cargo del pastor John Jairo Gauzayá, quien aseguró a Efe que su objetivo es «atenderles en comida, en alimentación, en zapatos, en vestido y, sobre todo, en la palabra de Dios».
«La intención es poderle dar a todos cuando hay la necesidad o cuando hay la provisión también, pero lo normal es que demos prioridad a la entrega de las ayudas», explica.
En la casa que su iglesia tiene adecuada en plena carretera para atender a los caminantes, donde cuenta con sillas y una pequeña bodega en la que se guardan pantalones, camisas y zapatos para donar, hay también espacio para que al menos 50 de ellos pasen la noche cuando sea necesario.
Gauzayá manifestó además que les da consejos a quienes pasan por ahí, entre los cuales están que no se fíen de todo el mundo y tengan mucha fortaleza porque no en todos los lugares los tratarán igual de bien.
Según los cálculos que hace, son en promedio entre 100 y 150 las personas que pasan todos los días frente a esa casa de asistencia a los inmigrantes.
Uno de esos casos es el de Elvis Torreal, que atendió a Efe antes de partir del refugio y quien tuvo que abandonar su natal Barquisimeto, capital del estado de Lara (norte), y dejar a su familia sin comida.
«Entre una hermana y mi mamá me hicieron una vaca (colecta) para el pasaje, llegué hasta San Antonio y de ahí pienso llegar hasta Bucaramanga a pie», afirmó.
Pese a que ese trayecto es de 190 kilómetros, Torreal está dispuesto a completarlo a pie, porque no tiene más recursos, para conseguir dinero para enviar a su familia.
«Nos han dado mucho apoyo con comida, con bebida, eso es muy importante. Yo ando triste porque dejé a mi familia en Venezuela, pero tengo el ánimo y la fe y la esperanza en Dios de que me vaya bien, entonces con la fe tengo fuerzas de salir adelante», añadió.
Uno de los apoyos que recibió fue de la Cruz Roja Colombiana, que tiene un puesto a las afueras de Cúcuta en el que provee de agua, medicinas y alimentos a quienes lo necesiten.
En el camino, todos se van haciendo amigos de quienes se encuentran y van formando grupos para protegerse entre sí, apoyarse y no decaer en su batalla.
Así le ocurrió a Osvaldo Antonio Vargas, que abandonó el estado norteño de Yaracuy para buscar oportunidades en el departamento colombiano de Nariño, que limita con Ecuador, en otro extremo del país, y camina con cerca de una docena de compatriotas suyos.
«Nosotros vamos donde un sobrino que nos está esperando en la frontera con Ecuador, él trabaja aquí, donde me dará hospedaje», relató a Efe Vargas, quien hasta hace unos meses era camionero, y agregó que ha recibido medicamentos y agua y lo han tratado «chévere».
Con él coincide Junior Javier, un joven venezolano que viaja con su pareja Andreína y que dijo que ha «conseguido personas en la calle que nos han dado buenos consejos, que nos han ayudado, nos han dado agua».
Su destino de paso es Bogotá, donde espera radicarse un tiempo y cuenta con amigos que lo pueden recibir por uno o dos días, pero la su meta es llegar a Perú, donde considera que tiene más gente que lo puede ayudar y habrá más facilidades para conseguir un empleo.
Sin embargo, su verdadero deseo es que la crisis de su país se solucione y pueda regresar lo más pronto posible a su hogar, Maracay, capital del estado Aragua (norte).
«Ese es el sueño de nosotros, allá está la familia», aseguró con la misma esperanza que llevan encima todos los venezolanos emigrantes.