Tegucigalpa – “Nuestra sociedad está marcada por la ansiedad y la tristeza, nuestra sociedad desarrollada produce ciertamente bienestar, pero no da respuesta al sentido de la vida”, es parte del mensaje vertido este domingo en lo homilía de la Iglesia Católica de Honduras.

La homilía dominical celebrada en la Catedral Metropolitana de Tegucigalpa, fue brindada por el sacerdote Juan Carlos Martínez, quien reflexionó sobre la actual sociedad no solo en Honduras sino en el mundo y como esta no da respuesta al sentido de la vida.

“A menudo el deseo de acumular riquezas y de tener todas las seguridades humanas se convierte para muchos en una obsesión, esta ambición de tener nos lleva a la injusticia en nuestro mundo”, enfatizó el párroco.

Acto seguido, criticó que el afán de poseer es lo que ha conducido a la actual sociedad a un mundo de pobres.

“Este afán de poseer es lo que nos ha conducido a un mundo de pobres y a un mundo de hambrientos”, refirió el religioso.

Al respecto, enfatizó que en la actual sociedad es inaceptable un mundo hambriento ya que existe abundancia.

Reveló que 800 millones de seres humanos mueren de hambre cada año y ante eso no puede dejar de ser insensible.

Ante lo anterior instó a buscar la dicha y la felicidad que ofrece Jesucristo, el verdadero pan de vida que sacia el hambre.

“El evangelio de hoy también nos pone de frente el contraste, hay de ustedes los ricos porque ya tienen su consuelo, es decir los que caparan bienes y ponen en ellos su corazón”, zanjó.

“Los ricos no podrán participar de una alegría profunda, ellos se cierran las puertas de la felicidad y del amor compartido, mientras que para los pobres el Evangelio es una buena noticia que alimenta su esperanza, para los ricos es una amenaza que urge a la conversión”, prosiguió.

Finalmente, exhortó a ricos y pobres a buscar la alegría de Jesús y serle fiel al servirle con amor y esperanza.

A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomado del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26):

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.

Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.

Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»