Tegucigalpa – La pandemia de la COVID-19 le ha alterado la vida a muchos hondureños emprendedores, que han tenido que cambiar de actividad para sobrevivir. Tal es el caso de Óscar Garay y María Jiménez, quienes dejaron de diseñar joyas y elaborar jabones artesanales para dedicarse a hacer mascarillas.

Ambos son profesionales universitarios. Óscar estudió Sicología, y María Trabajo Social y, aunque no se conocen, han tenido en común dedicarse a algo para lo que no estudiaron, como le sucede a muchos de sus compatriotas, en un país que no siempre le ofrece un buen trabajo a los que cursan estudios superiores.

De hecho, hay casos de jóvenes que obtienen su título en universidades públicas o privadas y les lleva hasta tres años conseguir un empleo, que no siempre es bien remunerado, lo que les obliga a dedicarse a otros menesteres.

MASCARILLAS CON DISEÑOS NOVEDOSOS

Óscar trabajó poco tiempo como psicólogo por el mal salario. Pero luego, «buscando siempre ser creativo», según dijo a Efe en Tegucigalpa, se dedicó hace unos ocho años a hacer algo que le gustara, lo mismo que a sus clientes.

Añadió que, además de diseñador de joyas, decidió entrar al mundo de la moda con estampados en camisetas y diseños personalizados, y que a raíz de la pandemia añadió a su actividad la de hacer mascarillas, a las que define de dos tipos: una plana y otra 3D.

En su proyecto Óscar, que figura como Casa D’ Garay en Facebook, dijo que ha contado con el apoyo de familiares que viven en Estados Unidos.

Para la confección de las mascarillas, «porque ahora no es tiempo para que las mujeres piensen en joyas», Óscar ha hecho una alianza con su madre, de 70 años, quien sabe coser a máquina.

Madre e hijo viven cada quien en su casa, en el extremo oriental de Tegucigalpa, y con las mascarillas han creado otros dos empleos indirectos, además de la proyección social que tiene su producto.

Óscar subrayó que «no es agradable» llevar un tapabocas, obligado por la COVID-19, pero que con sus «diseños novedosos», como el de una que solicitó un padre, con una fotografía de su hija, provoca en la gente «un poco de más ganas de llevar la mascarilla, en medio de la tragedia que vive el país».

La COVID-19 ha dejado en Honduras 312 muertos y 8.858 contagios, desde que se confirmaron los primeros dos enfermos el 11 de marzo.

Según explicó Óscar, los dos tipos de mascarillas que confecciona con su madre se pueden lavar y la diferencia entre una y otra es que «la plana es a todo color» y puede llevar desde un nombre personal, «una fotografía o una pintura de cualquier artista. Es un lienzo para que el cliente le ponga lo que quiera».

La 3D «es un poco más cómoda», es más para gente de empresas, las que están obligadas a brindar seguridad a sus empleados y puede ser personalizada o llevar el logotipo de la compañía, indicó el empresario.

Un pequeño cuarto de su casa le sirve a Óscar como taller para trabajar con la impresión que llevan las mascarillas que ha hecho su madre, en tamaños para adultos y niños.

Entre la variedad de clientes que Óscar ha ido sumando figuran los que piden logotipos de reconocidos equipos del fútbol local e internacional, o figuras de dibujos animados.

SEGURIDAD PARA LOS HONDUREÑOS

El coste de las mascarillas que ofrece Óscar es de 100 y 130 lempiras (4 y 5,2 dólares), lo que contrasta con las que hace María, quien las vende a 35 lempiras (1,4 dólares) «porque son sencillas, no llevan nada impreso».

Óscar indicó que para la seguridad se asesoró con un amigo, ingeniero químico, quien le ayudó con lo que tiene que ver con los textiles y el filtro que llevan en medio «para que no pase nada».

Al final, el producto es algo seguro, además de fresco, y protege a quien la utiliza, enfatizó, mientras hacía una demostración a Efe de su nuevo trabajo y explicaba que se puede utilizar por ambos lados y durar tres meses.

En lo que respecta a prendas de vestir, Óscar dijo que su sello de marca es «Mostacho», en homenaje a su padre, quien falleció hace varios años de cáncer de próstata, por lo que en su honor desarrolla campañas sociales de prevención de la mortal enfermedad.

LAS MASCARILLAS DE MARÍA

La confección de mascarillas de María es más modesta, comenzando porque las suyas no llevan ninguna imagen impresa, pues el fin es que la gente que las necesita, principalmente la de bajos ingresos, pueda tener acceso a ellas.

María dijo a Efe que antes de la pandemia se dedicaba a elaborar jabones de manera artesanal, pero que por la paralización que ha tenido el país la empresa distribuidora de la materia prima, como glicerina y algunos aceites, entre otros productos, no ha vuelto a abrir.

Añadió que con la asesoría de un médico amigo empezó la confección de mascarillas, relegando los jabones, con los que comenzó en 2019 «a manera de juego, haciendo muy pocos, más que todo para regalar» a algunas de sus amistades.

«Mis mascarillas también llevan tres capas, la de en medio es un filtro para evitar el contagio y las externas de tela», indicó María, quien además recalcó que la actividad tampoco le está generando mucho dinero porque está vendiendo pocas, por lo general por encargos de amigos.

María dijo que sus mascarillas pueden ser lavadas unas 30 veces, «el doble de las que está regalando el Gobierno».

La emprendedora echa de menos los jabones naturales en diversas fragancias que elaboraba, «algunos muy personalizados», pero no descarta que luego pueda abrir la distribuidora de materia prima que le abastecía para continuar con esa actividad, que «es más agradable que hacer piezas por la grave situación sanitaria que vive el país».

«Necesito tener un ingreso para seguir ayudando a mi hijo, de 17 años, que estudia Ingeniería en Sistemas», en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Unah), expresó María, quien abogó porque su país salga de la crisis y «que no haya más casos de contagios y muertos».

Óscar y María no son los únicos que se están dedicando a hacer mascarillas, un producto que escaseó y encareció en las primeras semanas de pandemia, por culpa de los acaparadores.

Efe también conoció el caso en San Pedro Sula, en el norte hondureño, y principal epicentro de la enfermedad, de un empresario que decidió importar unas 400,000 mascarillas que, puestas en el país, le representaban una inversión de 18.5 lempiras (74 centavos de dólar) por cada una.

Sin embargo, el pedido llegó mes y medio después, cuando ya no había acaparamiento, por lo que para no perder del todo asegura que las vende al mismo coste que pagó para importarlas.