Tegucigalpa – El cardenal de Honduras, Óscar Andrés Rodríguez, recordó este domingo que dos terceras partes de la humanidad pasan hambre y clamó por los más desprotegidos de la sociedad hondureña y del mundo.

Durante su homilía dominical el arzobispo de Tegucigalpa reflexionó sobre la parábola del hijo pródigo, a la que dio un nuevo significado al decir que el protagonista y el pródigo no es el hijo sino la misericordia y el amor del padre.

“Él (Padre) sale al encuentro para animarnos a trabajar por la justicia, el amor y la compasión por lo que sufren”, caviló el religioso.

El también coordinador del Consejo de Cardenales del Vaticano, dijo que hoy es domingo de la misericordia y por ello todos debemos situarnos delante del amor de Jesús.

“Hoy podemos decirle al Señor tú has venido a buscarnos en los caminos a lo largo de nuestras vidas, de nuestras huidas y cuando estamos perdidos concédenos contemplar tu rostro de misericordia que nos busca siempre”

En ese orden, exhortó a la feligresía a nunca sentirse un caso perdido ya que el amor y la misericordia del Padre siempre está ahí para cada uno de nosotros.

La persona que siente que está perdida debe darse cuenta que Dios lo está buscando, agregó.

“En estas parábolas se subraya de manera desconcertante la misericordia de Dios en favor de los marinados, de los despreciados de aquella sociedad y de la nuestra”, razonó.

Lamentó que el mundo se divide en dos grupos: los que se creen justos y los pecadores.

Sin embargo, la forma de ser y de actuar de Dios coloca en entredicho a aquellos que se consideran justos y desprecian a los demás.

“El amor de Dios siempre nos va a buscar, ahí donde estamos, aunque estemos perdidos y siempre nos va a recibir con alegría, por eso Jesús es la mirada de ese Padre lleno de ternura sobre cada ser humano”, apuntó.

A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomada del santo evangelio según san Lucas (15,1-32):

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».