Huixtla (México) – Con una bandera del arcoíris anudada en el cuello, el hondureño César Mejía avanza en la caravana migrante reivindicando los derechos del colectivo LGBT tras años de discriminación en su país, sintiéndose libre de prejuicios.
«Estoy escapando de la pobreza, de la delincuencia, la discriminación y todo. No hay trabajo y no hay nada. No hay comida. Yo creo que he comido más en este camino que en mi casa», comenta a Efe este chico de 23 años.
Originario de San Pedro Sula, una de las principales ciudades del país centroamericano, el joven era voluntario de Unidad Color Rosa, una ONG que da información a jóvenes gays y transexuales para prevenir enfermedades de transmisión sexual como el VIH, y reparte preservativos.
«Con lo que me daban no me alcanzaba. (…) Prácticamente ni hasta para transporte y este fue mi último trabajo, aunque para mí era un voluntariado», agregó desde Huixtla, donde este contingente de más de 7.000 personas retomará hoy la marcha con la que esperan llegar a Estados Unidos, una travesía de todavía más de 2.000 kilómetros.
En su ciudad natal, César vivía con su mamá. Relata los problemas que tenían para llegar a fin de mes con su limitado salario y la falta de empleo de su madre, que perdió a los 62 años cuando cerró la fábrica en la que trabajaba.
Asegura haber sufrido discriminación desde que hizo pública sus homosexualidad, especialmente por parte de jóvenes pandilleros, quienes le insultan por la calle.
«Allá empiezan a llamarme culero (homosexual)» e insisten en que voy a volver gay «a los niños», denuncia este chico que estudió hasta los 16 años.
En una ocasión, llegaron a golpearlo e interpuso una denuncia, que no prosperó. Un ejemplo de la impunidad en los crímenes en muchos países latinoamericanos, especialmente hacia el colectivo lésbico, gay, bisexual y transexual (LGBT).
Recientemente asesinaron a tres amigos suyos gays en Puerto Cortés. «Fue en un solo hecho, los enterraron, los velaron, y ahí quedaron», agregó.
Para él, la caravana significa alejarse de la pobreza y la violencia, y todo ello abrazado por un mensaje de aceptación.
Y no es el único.
En una calle de Huixtla están sentados cuatros compañeros de viaje de El Salvador. Son Danilo y Noé, dos chicos gays, y Loli Marceli y Chanta, dos chicas trans.
Traen también una pequeña bandera del arcoíris, icono para el colectivo, y decidieron huir del país por la gran discriminación que sufren, que a menudo les empuja a trabajos marginales como la prostitución.
«Yo aquí he andado con mi bandera, he andado cualquier cantidad de horas, de días, y nadie me dice nada», afirma sonriendo César.
Expuesto a los medios que siguen esta caravana que partió de Honduras el 13 de octubre, él teme ahora que, de ser repatriado a su país natal, sea más reconocido y por ello, más perseguido.
Su meta es llegar a Estados Unidos, pero también tiene miedo. «Si me entrego para un asilo (migratorio) quizás me tienen años preso o días, y me devuelven a mi país. (…) A Honduras no puedo volver», dice tajante.
Anhela llegar a una tierra donde prosperar y sentirse liberado. E incluso, después de solucionar su situación económica y familiar, enamorarse.
En México y Estados Unidos «existe lo que es el matrimonio, así que es mejor. Pero pues primero tengo que enfocarme en mi mamá. Pero si sale algo, pues vamos a ver», apunta el muchacho.
Un valiente más en esta caravana que, pese a todas las inclemencias, ya lleva más de 700 kilómetros recorridos y se dice imparable.