Phoenix (AZ) – Cuando Stephanie Coronel recibió en 2016 la llamada de su angustiada madre desde Nogales (México), donde acababa de ser deportada, estaba dormida y pensó que tenía una pesadilla pero descubrió que no, que despertaba a una nueva realidad en la que tuvo convertirse en el sustento de sus cuatro hermanas.
“Cuando capté la realidad sentí el pecho oprimido y se me cayó todo al piso. Sabía que no había nada que hacer, por un momento sentí que todos sus sacrificios no iban a valer la pena”, recordó en declaraciones a Efe Stephanie, la hija mayor de Maritza Vergara Ibarra.
Desde que en 2011 deportaron a su esposo tras una parada de tráfico, Vergara se había erigido en la única proveedora de sus cinco hijas, todas nacidas en Estados Unidos: Además de Stephanie, ahora de 24 años; Maritza, de 23 años; Eliza, de 21 años; Andrea, de 17 años; y Verónica, de 16.
El caso de esta mujer, de 48 años, 20 de ellos en Tucson (Arizona), ha vuelto a cobrar relevancia tras la detención de Elvira Contreras, que cumple 18 meses de prisión por hacerse pasar por una agente del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y por una abogada de inmigración.
Vergara le pagó 10.000 dólares para que acelere su caso y el de su hermano, pero se convirtió en una de las estafadas por Contreras, que desapareció con el dinero.
Sentenciada este mes, la mujer aseguraba que trabajaba con un agente de ICE y, una vez que descubrió la estafa, Vergara fue a las oficinas de esta agencia a denunciar el caso, donde le confirmaron que el agente en cuestión trabajaba ahí. Días después, la detuvieron en una señal de «Pare» y un oficial de ICE la subió a su vehículo y la llevó directamente a la línea divisoria, cerca de Nogales.
“Creo que tomaron represalias por la denuncia», opinó la mujer en declaraciones telefónicas a Efe.
«Me llevaron a la frontera y solo me dijeron vete caminando por ahí hasta que llegues a Nogales. Pero yo llorando le decía al oficial que necesitaba hablar con mi abogado, que tenía cinco hijas aquí y una de ellas enferma del riñón. No le importó y así me cruzaron, sin tomarme huellas o llevarme a una oficina de migración”, añadió.
Stephanie, en ese entonces con apenas 20 años, tuvo que explicarle a sus hermanas que su madre había sido deportada y que en adelante tenían que salir adelante solas.
“Es cuando tuve que pensar con madurez y asumir la realidad de que mi madre no iba a estar. Yo era la mayor, por lo tanto me tocaba mover montañas”, recordó.
Relata que sus hermanas no querían comer, no salían de su cuarto y estaban muy deprimidas, además de que en la escuela les decían que eran hijas de la deportada.
No solo era afrontar la ausencia y el dolor. Los recibos se empezaron a acumular y llegaron a quedarse sin agua a causa de una deuda de mil dólares que tuvieron que subsanar con los ahorros que tenían para sus estudios superiores, meta que quedó aparcada de manera casi definitiva.
La hermana mayor llevaba a Verónica a sus terapias del riñón, pero a causa de conflictos con su trabajo estuvo en riesgo de que intervenga la Agencia de Protección al Menor (CPS).
“No me daban permiso en mi trabajo y el doctor me advirtió que iba a poner una queja. En un momento estaba entre la salud de mi hermana y mi trabajo, del que dependían todas”, rememoró.
Las cinco hijas estaban viviendo en carne propia los sacrificios que hacía su madre para sacarlas adelante, y para honrarla decidieron ser positivas y sacar lo mejor de sus enseñanzas.
“Yo ascendí a supervisora en un centro de llamadas, mi hermana Eliza subió rápido trabajando en un (restaurante de comida rápida) Panda Express, Maritza labora en un (local de hamburguesas) ‘In n Out’, y las otras estudian pero ya quieren trabajar”, comentó Stephanie.
Vergara está más tranquila porque ha visto a sus hijas salir adelante, y aunque aún derrama lágrimas por no poder estar con ellas, se siente orgullosa que lograron abrirse camino ante la adversidad.
La madre, que con algunos ahorros logró comprar una carreta con la que vende tacos en Nogales, asegura que el dolor persiste, pero ha aprendido a vivir con él.
“Llevo cuatro años aquí y aun no me acoplo a estar sin mis hijas, trato de tener mi mente ocupada para no pensar, pero la verdad es que destruyeron mi familia injustamente, con una deportación que no fue legal”, recalcó.
No pierde la esperanza de que algún día, quizás cuando concluya la Administración de Donald Trump, pueda regresar legalmente al país. Lo mismo sus hijas, que aseguran que esa tristeza que las ha llevado a estar separadas por años se ha convertido en su fuerza para seguir adelante.
“Mi madre no es una criminal, no ha hecho ningún daño, hay personas que hacen cosas horrible y no hacen justicia, pero los inmigrantes que solo se dedican a trabajar para sus familias son los que están viviendo estos abusos”, afirmó Stephanie.