Medellín (Colombia) – La focomelia no ha impedido que la colombiana Erika Patiño Pulgarín cumpla sus sueños. A sus 46 años es alma y nervio de una empresa familiar, que fabrica ropa y dotación hospitalaria, por su habilidad para las ventas, resiliencia y deseo de progresar.
Aún recuerda el primer negocio que concretó y no solo por el interesante monto. La sorpresa de su cliente, una vez ingresó a su oficina, puso a prueba a la mujer y a la asesora en ventas de Creaciones Hospitalarias.
«Causo mucho impacto, pero yo amo lo que hago», expresó a Efe Erika, que pasó de atender el teléfono a visitar a las empresas después de notar su potencial.
Sin embargo, la mujer de amplia sonrisa y cabello rojo reconoce que el camino no ha sido fácil al rememorar que hay momentos de discriminación por su condición, pero ha salido a flote con profesionalismo.
«Mi carta de presentación no es mi discapacidad. Yo sé lo que hago. Nunca llamo a un cliente a decirle: ‘Soy Erika, pertenezco a Creaciones Hospitalarias y no tengo pies y una mano’ para que me compre», afirmó.
Su ingreso al mundo empresarial llegó en un momento determinante de su vida y por azar cuando una tía, por quebrantos de salud, le propone que junto a su prima Marcela Pulgarín se hicieran cargo del taller que funcionaba en el solar de su casa.
«No había mucha esperanza conmigo en esa época», reconoce Erika debido a los problemas de depresión y el alcoholismo que afrontó.
No obstante, se le abrió un «panorama distinto» y encontró un lugar para desarrollarse laboralmente después de probar en tabernas, venta de loterías y fabricación de postres, al ver que «la gente no confía en que una persona con discapacidad pueda tener habilidades».
Con persistencia, Erika ha llegado a vender más 3.000 pijamas, ganado negocios a fuertes competidores y detectado oportunidades de expansión al dedicarse no solo a hospitales, sino a hogares geriátricos y a empresas privadas.
Su prima Marcela, la gerente de Creaciones Hospitalarias, confesó a Efe que al empezar como emprendedoras no sabían «que Erika tenía ese potencial», que ha sido parte del éxito para llegar a conformar un equipo de 17 personas y 20 talleres satélite.
«Ella me dijo que la dejara salir a vender en el carrito que entrega la mercancía. Eso fue un ‘boom’. Empezó a traer los clientes y yo me encargaba de lo administrativo», relató.
Ya son 11 años de «mucha evolución» con altas y bajas en un mundo hecho para personas con «fortaleza y capacidad» para hacer cosas diferentes en momentos críticos.
«Nosotras pasamos de trabajar en un solar a tener una sede propia con tres plantas. Nunca lo imaginé. Ese día lloré», contó Marcela al reconstruir la experiencia en la que también ha participado por etapas su hermana y la hermana de Erika.
Aunque han experimentado momentos para «tirar la toalla», el punto al que han llegado les impide desistir.
De su empresa, ubicada en el municipio de Bello, cerca a la ciudad de Medellín (noroeste), dependen 37 familias y hacen un «engranaje impresionante» con una fábrica que pasó de la fase manual a digitalizar sus procesos para responder a la exigencia del mercado.
En la Corporación Interactuar, en distintos ciclos, se han soportado con créditos y capacitación que les permitió dar un salto de calidad y ganar en 2014 un premio en la categoría «visión empresarial».
Actualmente, superan los 300 clientes, entre grandes hospitales, universidades y empresas, al descubrir que «la dotación se fue convirtiendo en moda», por lo que reforzaron el equipo con una diseñadora que amplió el catálogo y desarrollaron siete líneas de producto.
Con orgullo, Erika y Mónica cuentan que ya lograron exportar a Curazao y el proceso de expansión continuará con la visita de empresarios de Panamá y Ecuador.
«Hemos sido muy bendecidas», comentó la gerente, mientras que su prima subraya que con su trabajo ha demostrado que «la discapacidad está en la mente la gente».
Erika, que además inició un ciclo como conferencista para tocar vidas «sin cobrar un peso», ve con ojos diferentes a su malformación congénita que la atormentó en el pasado.
«Hoy en día siento y creo que así fue perfecto, antes no», apostilló la mujer, que lleva una vida plena en el ámbito personal y profesional.
«Hice el bachillerato, me enamoré, estuve en el mundo del alcoholismo y salí de ahí, trabajé, me separé. He pasado por todos los ciclos», sintetizó Erika, y agregó que sus vacíos «solo son llenados por Dios» y siente que tiene «una dura misión».