Tegucigalpa (Por Verónica Castro) – “Nací en Tegucigalpa, recuerdo que mi mamá me dijo que nací en el hospital Viera”, un centro médico ubicado muy cerca del Picacho y El Hatillo, cerros a 1,200 y 1,100 metros sobre el nivel del mar (msnm) que visitó durante sus primeros años de vida en Honduras.
– “Estoy muy agradecida con Dios porque nací y crecí en Honduras, son mis raíces”, expresa la alpinista que llevó la bandera catracha a la cima del mundo.
– Dora subió el tramo más retador con dos litros de agua y una barra de chocolate que le compartió su sherpa.
– La recuperación de Dora tomará entre tres y cinco meses, pero ya tiene en mente su próximo reto: completar las cumbres más altas de cada continente.
Y aunque, Dora Raudales de Handal relata que desde su niñez en Honduras disfrutada estar en contacto con la naturaleza, jamás imaginó que su esfuerzo, dedicación y disciplina la llevarían 43 años después a escalar los 8,848.86 msnm que hacen del Everest, el pico más alto de la superficie del planeta Tierra, y el sueño más ansiado para los alpinistas.
Así comenzó la plática con la primera hondureña que ha escalado hasta la cima del Monte Everest, realizada un día después de que Dora regresara a Monterrey, su hogar desde hace 18 años y donde la catracho-mexicana relató a Proceso Digital retazos de su vida.
Entre el encierro de la capital y la libertad del campo
Para Dora, vivir en Honduras y tener sus raíces en el país más montañoso de Centroamérica, fue un privilegio del que se siente orgullosa.
“Disfruté mucho Honduras, disfruté salir a los alrededores de Tegucigalpa, mis padres son de Cedros, Francisco Morazán, entonces los fines de semana nosotros salíamos al campo en Cedros donde mis abuelos”, recuerda con alegría.
Esas visitas al campo, junto a sus padres, doña Prady Vargas y don David Armando Raudales y su hermano David Raudales, son descritas por Dora como la parte de su niñez que más disfrutó, pues los pasó en contacto con la naturaleza, corriendo de aquí para allá, jugando con gallinas, vacas y cabras.
También recuerda sus visitas a El Hatillo, donde visitaba a unos tíos, donde disfrutaba de esa libertad ya que como vivía en la capital, la rutina giraba alrededor de la escuela y la casa, “para mí poder salir a estos lugares abiertos, de verdad que era como un sueño. Era mi Disneylandia”.
Sus estudios los realizó en la capital, la primaria en la escuela José Trinidad Reyes, y la secundaria en el Instituto Evangélico.
“Estoy muy agradecida con Dios porque nací y crecí en Honduras, son mis raíces, y todo lo que es la naturaleza, que luego acá en México en la pandemia cuando empecé a ir a las montañas de mi alrededor me traen ese recuerdo de mi niñez, que yo la pasé disfrutando, corriendo en lugares hermosos de Cedros”, afirma.
Para la alpinista, esa cercanía con el campo fue el despertar ese anhelo por querer estar en la montaña y en la naturaleza.
México, de una estadía de dos años que lleva una vida
Hace 18 años, cuando Dora y su esposo Allan Handal llegaron a México, la idea era quedarse dos años, pero con la llegada de Allan André (17) y Elizabeth (15), los planes cambiaron. Ahora con su hija menor, Catherine (11), la estadía pasó a residencia permanente.
“Mi esposo también es hondureño y un año después de que nos casamos a él le ofrecieron venir a México para apoyar una obra misionera cristiana y juntos decidimos mudarnos para apoyar esta misión que duraba dos años”, recuerda.
Allan André es made in Honduras, cuando llegó a tierras aztecas, la pareja tenía un mes de embarazo, “al venirnos acá, nace nuestro primer hijo, que no estaba en nuestros planes, nosotros queríamos venir por dos años y regresarnos a Honduras y hacer nuestra familia”, confiesa.
Luego, a los 10 meses estaba embarazada de su segunda hija, sonríe mientras cuenta que sus primeros hijos llevan muy poco tiempo de diferencia, por lo que al terminar el contrato de su esposo, Elizabeth estaba por nacer y es allí donde deciden quedarse en Monterrey.
Cuatro años después nació Catherine, quien según nos contó, es la que muestra más interés por seguir sus pasos en el mundo de los deportes extremos.
Del crossfit al alpinismo
Dora recuerda que antes de meterse al alpinismo, practicaba crossfit, participando en competencias que le hacían estar lejos de sus seres amados por cuatro o cinco días como máximo. Con el reto de escalar el Monte Everest estuvo casi dos meses lejos de ellos, siendo ésta el mayor tiempo que ha estado alejada de su familia.
Desde el inicio, su esposo Allan apoyó. “Él ha visto cómo me gusta el deporte y sobre todo me gusta la competencia, entonces él me ha ayudado con el aspecto que durante mi ausencia él me ayudaba con el cuidado de los niños”.
Con la pandemia de coronavirus en 2020 y al igual que en el resto del planeta, Monterrey cerró todos los comercios, incluyendo los centros y eventos deportivos, con sus compañeros de crossfit empezaron a buscar alternativas.
Fue así que hace un poco más de dos años, incursionó en el alpinismo. La deportista siempre trataba de buscar montañas que estuvieran cerca de su casa, para no sacrificar el tiempo con su familia.
“Pero como tengo esa vena, que cada vez quiero un poco más, me pasó lo mismo con la montaña, una vez que ya había escalado la montaña de cierta altura, quería escalar otra mayor”.
Y entonces llegó la primera montaña de un grado mayo de dificultad, la más alta de México, el Pico de Orizaba, en Puebla, donde realizó un ascenso de cinco mil 636 metros de altura. Y donde con cada metro, la idea del Everest estaba más que firme.
Con esa meta en mente, el siguiente reto fue el pico más alto de América, en los Andes. Como eran 20 días que iba a pasar fuera de casa, Dora se sentó con su esposo, fue la primera vez que se separó de su familia por bastante tiempo.
El Aconcagua, en Mendoza, Argentina, 6,960.8 msnm fue la reafirmación de que a la par de la preparación física, el pico más alto del mundo requería preparar su mente.
“Yo le digo a mi esposo, yo no podría, yo no pudiera estar haciendo esto si no tuviera su apoyo incondicional, esto ha sido un trabajo en equipo para realizar este sueño que salió hace dos años, con la pandemia”, reconoce al hablar de lo difícil que ha sido dejar su casa para cumplir sus sueños de llegar a cada vez más cimas.
Y es que Dora ha sido siempre la que mueve todo en su hogar, conformado por un esposo, dos adolescentes y una preadolescente y todo lo que implica esta labor tan completa.
Una meta con fecha y mucha preparación
Con cada ascenso, Dora se enamoró de las alturas, al punto de ponerse como meta conquistar la cima más alta del mundo, el Monte Everest.
“Todo surgió hace dos años con la pandemia y cuando ya en mi cabeza entró la idea ´quiero subir el Everest´ y llegó a mi cabeza muy seriamente fue cuando subí el Pico de Orizaba y pensé que si pude con esa montaña podía con más”, relata.
Justo para esas fechas, se conoció la noticia de que Ronald Quintero, el primer hondureño había subido el Everest y dos personas le mandaron la noticia, una llegó de México y otra de Honduras, justamente las banderas que la acompañaron hasta conquistar la cima el 20 de mayo pasado y las que dice la seguirán acompañando en sus demás conquistas.
“Inmediatamente lo busqué en Instagram, le escribí para felicitarlo y para contarle que yo tenía este deseo de subir esa montaña y le pedí algunos datos y él me explicó lo que había hecho y vi que sí requería de una buena preparación”, y ese fue el siguiente paso.
Con su esposo contrataron una couch que le ayudó con la parte mental y en febrero de 2023 ella le ayudó a ponerle fecha a la añorada meta, pues dijo que no podía trabajar en lograr algo sino le ponía fecha y fue así como su calendario quedó marcado con el 2024.
Otro couch le ayudó con un programa de entrenamiento para hacer train running, participando en varias competencias con la mirada fija en cumplir la fecha.
En febrero pasado, después de escalar el Aconcagua, marzo fue un mes intenso en las montañas mexicanas, con prácticas con mochilas con mucho peso. Y abril; la hora de subir al avión rumbo a Nepal. El vuelo aterrizó en Kathmandu, avanzó 141 kilómetros en helicóptero a Tobuche, y luego caminó junto a un grupo por 15 km hasta la Base de Campo del Everest.
45 días de adrenalina y fuerza de voluntad
“El Monte Everest es una montaña que por su altura no es fácil, aquí todo es para arriba. Le contaba a mi familia que yo tenía una idea de cómo era la montaña, posiblemente por mi experiencia en otras escaladas, pero fue extremadamente difícil, sí se requiere mucha fuerza física, pero sobre todo no rendirse”, destaca.
La catracha relató su travesía por cada uno de los cuatro campamentos que comprenden la expedición hasta llegar a la cima. Algunos tramos implican rotaciones, práctica previa al último recorrido que lleva a la cima en los que se debe regresar y tomar descansos de tres a 5 días. “Cuando pasé al campamento tres donde la montaña se empieza a poner extremadamente inclinada, llegué sin oxígeno hasta allí me dieron oxígeno para dormir, ya estábamos a 7,200 msnm”, relata.
A partir de ese punto, Dora venció uno de los retos que describe como de los más difíciles de los que ha enfrentado hasta ahora. “Fue sumamente pesado, fueron casi 12 horas caminando para llegar al campamento cuatro, donde solo tuvimos tres horas de descanso, llegué con hipotermia, me cambié los calcetines, no tenía otra ropa para cambiarme porque íbamos directo”.
El 19 de mayo, alrededor de las 12 de la noche, el sherpa encargado de Dora le dijo que ya era hora de continuar. Ella confiesa que físicamente no se había recuperado, no se había calentado del todo, le pusieron un nuevo oxígeno y en ese cambio, sacó sus snacks para el camino, “a la hora de irme por lo apresurado, estaba nevando, dejé los snacks y así nos fuimos”. Fue así como Dora subió el tramo más retador, la llamada “zona de la muerte” con dos litros de agua y una barra de chocolate que le compartió su sherpa, y con la determinación que iba llegar.
“En todo momento iba pensando en mis hijos, en cada una de sus palabras de aliento, Catherine me decía: mamita linda, lo vas a lograr. Esas voces en mi cabeza fueron las que me acompañaron cuando yo no podía dar el paso, aunque sí lo quería dar”, comenta.
Finalmente llegó a la cima, dándolo todo de sí, venciendo el horario tope para lograrlo, el GPS que llevaba, según le contó su hermano, quien la monitoreaba a 13,988 km de distancia desde Monterrey que esas últimas tres horas “de la nada empezaste a subir súper rápido”.
“Me subieron el oxígeno y pasaron esas tres horas, y fue cuando llegué a la cima, miré las banderas y dije wow, ya lo hice, lo logré”, allí los minutos que pasó se le hicieron cortos, entre el cansancio, la emoción, las banderas de Honduras y México llegaron gracias a Dora Raudales.
Un descenso temeroso
Llegar a la cima solo fue el 50 % del camino, el descenso fue duro, el que la alpinista describe como desafiante en la que sintió mucho miedo y bastante sufrido, al grado que al llegar al campamento dos, para el 22 de mayo, se dio cuenta que los dedos pulgares de sus pies tenían una coloración morada y negra, además del dolor, tenía la cara inflamada del lado derecho.
Dora fue trasladada a un hospital en helicóptero y estuvo internada cinco días con un tratamiento intenso. En ese periodo recibió la noticia de que un amigo cercano a ella, originario de Inglaterra, había fallecido en el Everest a causa de una caída en un barranco.
Finalmente el pasado 28 de mayo regresó a casa, donde su familia la esperaba, además de su esposo e hijos, estaba su hermano, quien también vive a pesar de todo lo vivido y su mamá que llegó desde Honduras.
El siguiente día, cuando la alpinista fue a chequeo en Monterrey le confirmaron el diagnóstico que le dieron el Nepal, la recuperación llegará con el tiempo, entre tres y seis meses para rehabilitar sus dedos, pues uno del lado izquierdo tuvo congelación grado tres y en la mano derecha es un grado dos y sanará más rápido. Ahora, toca estar un poquito quieta, dice entre risas que es algo que su esposo aplaude porque estará en reposo.
Alaska y las siete cumbres más altas del mundo
Mientras llega la recuperación, y luego de que cuando estaba bajando la montaña más alta del mundo se dijo “en qué momento me metí en esto, no lo vuelvo hacer, pero ya estoy aquí abajo y ya estoy pensando en regresar al frío”.
Es así que confiesa que le gustaría ir al Denali en Alaska, la montaña más alta de América del Norte, “con un grado de dificultad interesante porque tienes que cargar trineos, es un reto muy bonito”, adelanta y agrega, que si es posible completar las siete cumbres más altas de cada continente.
Ya lleva en la lista Asia y América, así que le quedan en la lista el Elbrus en Europa, el Kilimanjaro en África, el Mount Vinson en la Antártida y la pirámide Carstenz en Oceanía. Un reto que según sus planes comenzará con el Denali en Norteamérica.
Visita a Honduras
Para la última semana de este mes de junio, los planes de Dora incluyen visitar su natal Tegucigalpa donde vive toda su familia, donde al igual que ellos, toda Honduras celebra su hazaña, una hazaña que la convirtió en la primera mujer hondureña en escalar el Everest.
“Se siente como si soy una embajadora de mi país y me siento muy agradecida de que Dios me haya permitido vivir esta experiencia y poder estar aquí para contarlo”, expresa.
Dora resalta que su logro es un ejemplo de que los hondureños pueden lograr lo que se pongan en la mente.
“Animo a los hondureños a ponernos metas grandes, cuando yo me puse el reto del Everest pensé que era un tipo de reto para otras personas, para personas tipo extraordinarias, lo pensé, y ahora que yo lo pude lograrlo, no soy una persona extraordinaria, soy una persona común y corriente, con hijos, con una vida normal pero que creí en mi mente y mi corazón que podía lograr cosas extraordinarias”, finalizó. VC