Washington, (EEUU). (Especial para “Proceso Digital”-Por Alberto García Marrder).
El Partido Republicano de Estados Unidos ha perdido la presidencia del país y la mayoría en el Senado.
Y ahora su dignidad e identidad propia.
Este partido, que debería ser una oposición seria al actual gobierno del demócrata Joe Biden y una alternativa conservadora viable de poder, se ha convertido en una fiel ovejita de los dictados del desprestigiado expresidente Donald Trump.
Y es incapaz, actualmente, de frenar el ascenso en sus propias filas del ala radical ultra derechista, inspirada en lo que ha dejado Trump: un “trumpismo”, un movimiento populista-nacionalista-supremacista que rompe con lo establecido.
Si Trump mantuvo en sus cuatro años de gobierno, un control férreo sobre el partido desde la Casa Blanca, ahora lo sigue haciendo desde su exilio dorado en su mansión en Palm Beach, en el sur de Florida.
A Trump le funciona bien su táctica del miedo
Su táctica: ahora y antes: el miedo. Trump tiene aún una fuerte masa de seguidores (más de 70 millones votaron por él en las pasadas elecciones presidenciales del 3 de noviembre). Y su respaldo o rechazo, puede significar la vida o muerte política de los congresistas o senadores republicanos en las elecciones de medio término en el 2022 o en las generales del 2024.
La dependencia es mutua. La próxima semana, Trump va a depender de los 50 senadores republicanos que lo salven del segundo “impeachment” (juicio político) en su contra.
Está acusado, esta vez, de haber incitado a sus simpatizantes, el pasado 6 de enero, a asaltar el Capitolio y de haber pedido, ilegalmente, que el estado de Georgia anulara 11,780 votos a favor de Biden y que se los asignaran a él.
El veredicto, tal vez a finales de febrero, ya se sospecha: No culpable. Unos 45 senadores republicanos, por lo menos, van a respaldar a Trump.
Es necesario una votación de dos tercios de los cien senadores, para declararlo culpable.
“Ante los ojos de la historia, la absolución de Trump solo servirá para declarar culpables a aquellos que no tuvieron el coraje suficiente de señalarlo como culpable”, escribe Ruth Marcus, columnista en “The Washington Post”.
¿Para qué enjuiciar a un expresidente si ya no está en el poder?
Entonces, la pregunta pertinente es: ¿Para qué hacerle un “impeachment·” a un expresidente?
Tanto los demócratas como “algunos” republicanos (los que piensan en el 2024), están sumamente interesados en que se apruebe también una resolución adicional donde se le prohíba a Trump presentarse a unas elecciones presidenciales de nuevo.
Trump ha propiciado los rumores de que va a intentar presentarse a las elecciones presidenciales del año 2024. Para entonces, el Partido Republicano (si todavía existe en ese año), podría tener otros precandidatos.
El Partido Republicano, en una situación caótica
La actual situación del Partido Republicano es caótica: sufre una división interna destructiva impulsada por el ala radical que lo empuja al abismo. Y todo, bajo la sombra del único que manda e influye: Donald Trump.
Eugene Robinson, también columnista del diario “The Washington Post”, escribe que para que ese partido “renazca de sus cenizas, primero tendría que arder”.
La actual crisis del partido está bien reflejada en cómo están tratando de esquivar los problemas creados por dos congresistas republicanas, las dos de muy discrepantes criterios sobre Trump.
Dos congresistas desafían al liderazgo republicano
La que más está poniendo en apuros al liderazgo republicano en el Congreso es Margorie Taylor Greene, la nueva representante del estado de Georgia, una simpatizante peleona del ala radical del partido y que entre otras falsas conspiraciones, apoya la tesis de Trump de que le robaron las elecciones de noviembre.
Y antes de ser elegida congresista el año pasado, apoyaba unos grupos que pregonaban el asesinato de Nancy Pelosi, la presidenta (“Speaker”) de la Cámara de Representantes y afirmaba que la masacre de 14 estudiantes de una secundaria “High School” de Parkland (Florida), en 2018, fue un invento de los defensores del control de armas.
Kevin McCarthy, el líder republicano en esa Cámara, censuró las palabras y acciones de Taylor Green, pero no tuvo el valor de quitarla de dos comités que se le habían asignado, como le pedían los demócratas.
La razón: no quiere disgustar a Trump, que tiene bajo su protección a esa joven congresista.
Ante la pasividad de McCarthy, la mayoría demócrata de esa cámara votó el jueves pasado, por 230-199, expulsarla de esos dos comités, con el voto de once congresistas republicanos que rompieron filas.
La segunda en discordia es Liz Cheney. La tercera, y única mujer, en el liderazgo republicano de la Cámara de los Representantes e hija de Dick Cheney, exvicepresidente con George W. Bush (2001-2009).
Congresistas republicanos pro-Trump querían quitarle ese cargo debido a que fue una de los diez del grupo que votaron a favor del “impeachment” del expresidente. En una votación de 145-61, fracasó ese intento y se la renovó en el cargo.
Trump, aunque ya no es presidente, sigue ejerciendo una enorme influencia sobre un Partido Republicano, que se muestra maniatado y sin rumbo.