Sandoná (Colombia) – Los hilos de palma son la base con la que las artesanas colombianas del municipio de Sandoná tejen sombreros, bolsos o canastos, pero es también el que les permite aspirar a dar una vida mejor a sus familiares.
Los dedos de María Cabrera se mueven sobre cientos de hilos de origen vegetal con la precisión de un cirujano para darle forma a esas ilusiones de progreso con artesanías que son vendidas fuera de Colombia a buenos precios pero con poco margen de ganancia para ella.
María encabeza un grupo de 60 mujeres del municipio, ubicado en el departamento de Nariño, fronterizo con Ecuador, que trata de que no se extinga la tradición de tejer hilos de palma.
Al tiempo que atiende a los turistas en su pequeño taller abarrotado de «obras de arte», explica que el trabajo de las tejedoras comenzó en Ecuador, pero en Colombia ha tomado su propia identidad a través de más de 200 años de tradición.
«Nuestro objetivo es buscar mercados para los productos hechos a mano por mujeres campesinas, la mayoría cabezas de familia, que saben tejer aunque no todas dominan las mismas técnicas», dice María.
Detalla que el trabajo de las mujeres de Sandoná demanda esfuerzo y dedicación, pues es una labor adicional a las que realizan en sus hogares, donde la familia es el centro de atención.
La principal habilidad de María y otro puñado de mujeres, a las que últimamente se les han sumado algunos jóvenes, es el tejido a mano de la iraca, una fibra que se extrae de la palma toquilla («Carludovica palmata»).
Los hilos naturales de iraca, que se pueden teñir con anilinas naturales, dan vida a su principal producto: «el fino», un sombrero que puede ser de ala grande o corta, según el gusto de cada quien, y que en el exterior se conoce como «sombrero Panamá».
La paradoja geográfica del nombre comenzó cuando estos sombreros comenzaron a comercializarse «hace muchos años» y las piezas llegaban desde Colombia y Ecuador a Panamá, de cuyo puerto salían a Europa.
«Un ‘fino’ es un producto de alta calidad que lleva mucho trabajo. La tejedora, en promedio, puede demorar un mes en hacerlo, trabajando entre ocho y nueve horas al día», explica Cabrera que no se considera una líder, sino una tejedora que busca mejorar sus ingresos y los de las demás mujeres que trabajan con ella en el taller.
Para María, ese «fino» es uno de los cuatro tipos de sombreros que pueden tejer y que «en el gremio» se denominan «primer hilo, segundo, hilo, tercer hilo y cuarto hilo».
Con cada hebra se hace un tipo de sombrero diferente pero conservan la esencia de ser suaves y que se pueden doblar sin que el tejido se rompa.
«La tradición de las tejedoras mantiene los productos y muchas queremos seguir haciéndolos pero que se nos reconozca lo justo por nuestro trabajo porque por un ‘fino’ en el extranjero pagan cien dólares o euros y a las tejedoras les llega menos de la mitad», explica.
Los trabajos de las tejedoras sandoneñas han hecho parte de exclusivos desfiles de moda de Italia y Francia, en donde son valorados por tener características únicas de diseño y color.
Al respecto, Cabrera explica que además de los sombreros las mujeres tejen bolsos, carteras, collares y otras prendas que le dan a la mujer un toque diferente y único.
Recuerda que los tejidos de Sandoná tienen el «Sello de calidad hecho a mano», un certificado que el Gobierno colombiano otorga a productos elaborados artesanalmente, con parámetros de calidad y tradición que permite diferenciarlos de los fabricados industrialmente,y reconocen su valor como expresión de identidad y cultura.
«Las artesanías son un arte, cada pieza es única y por eso creo que quienes nos dedicados a esta actividad debemos recibir un reconocimiento justo por lo que hacemos» remarca la artesana, quien también trabaja con diseñadoras colombianas, lo que le ha «permitido tener más oportunidades».
Mientras espera que su realidad económica cambie, María sigue tejiendo con sus manos ilusiones que espera que se conviertan en realidades para las tejedoras de Sandoná.