Washington, (EEUU) – (Especial para “Proceso Digital. Alberto García Marrder).
Estados Unidos tardará mucho tiempo en reponerse del dantesco espectáculo del asalto al Congreso. Pero va a perdurar la vergüenza, indignación y repugnancia que se siente ahora en todo el país por ese inaudito acto de sedición.
Nunca en su historia de dos siglos y medio se había visto a todo un presidente de la nación, Donald Trump, de incitar a sus miles de simpatizantes a ocupar el Congreso e impedir el traspaso pacífico del poder a un presidente electo, Joe Biden.
Y una vez ocupado el Congreso, las turbas, con banderas de apoyo a su ídolo, Trump, saqueando las oficinas de los líderes y tomándose fotos “selfies”. Y todo esto, durante una hora sin presencia policial.
¿Y el presidente que hacía? Nada, como todo el mundo, viendo por televisión lo que él había provocado y sin hacer nada para impedirlo. Y, peor aún, sin sentirse culpable.
El edificio del Capitolio, con su cúpula, es el símbolo histórico más sagrado que existe de la democracia americana. Esta es la segunda vez en su historia que es profanado. La primera fue el 24 de agosto de 1814, cuando tropas británicas lo incendiaron, así como la Casa Blanca también.
Los dos periódicos más importantes del país, “The New York Times” y el “The Washington Post” han pedido, en sendos editoriales, la “inmediata” salida de Trump del poder y que rinda cuentas a la justicia.
Y en el Congreso, a raíz de lo sucedido el miércoles pasado, la presidenta (“speaker”) de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, y el líder de la minoría (próxima mayoría), en el Senado, el también demócrata Chuck Schumer, han pedido que se invoque “inmediatamente” la Enmienda 25.
Mediante esta, el vice- presidente, Mike Pence y el gabinete pueden despedir a Trump, por no estar en capacidad de ejercer la presidencia.
Y si eso no es posible, que el Congreso inicie, por segunda vez, un “impeachment” (un juicio político) contra Trump. Esas dos opciones y por el tiempo que queda, no parecen factibles.
La pregunta pertinente, en este caso, es : ¿Por qué tanta prisa si Trump tiene que dejar el poder el 20 de enero, cuando Biden asuma la presidencia?
La respuesta: Porque no se fían de Trump, ya que en los diez días que le dan en la Casa Blanca puede cometer cualquier otra atrocidad como la del miércoles pasado o la del sábado 2 de enero. En ese día, hizo un intento ilegal y anti- constitucional de revertir su derrota electoral para permanecer otros cuatro años más en la Casa Banca.
Es la primera vez en la historia de Estados Unidos que un presidente, y desde la Casa Blanca, trate de revertir con todos los medios a su alcance, la voluntad del electorado, la de los 81 millones que votaron por Biden, cuando el solo logró 74 millones. Una ventaja demócrata de siete millones. Y en el vital Colegio Electoral, por 306 votos a 232.
Eso lo hizo Trump hace una semana cuando trató, en una llamada telefónica de casi una hora, de intimidar al más alto funcionario electoral del estado de Georgia para que le buscara 11,780 votos para superar, por un voto, los 11,779 votos que le sacó de ventaja Biden.
En pocas palabras, un presidente ordenando que se robe unas elecciones a su favor y sugiriendo que lo más fácil es “recalcular” los resultado finales. Y, encima, lo amenaza de que corre el riesgo de ser procesado por incumplimiento de una orden de un presidente.
La grabación de esa conversación fue divulgada en exclusiva por el diario “The Washington Post”, el mismo que en los años 1972-73 revelo el llamado escándalo del “Watergate” que provocó la renuncia del presidente Richard Nixon, en 1974.
“Lo de Trump ahora es mucho peor que el “Watergate””, lo dice nada menos que el periodista Carl Bernstein, que con Bob Woodward sacaron a la luz los trapos sucios de Nixon, cuando ambos trabajaban para “The Washington Post”.
Además, deja a un país enfermo por un incontrolable COVID-19 (20 millones de contagiados y más de 350,000 muertos por el virus) por la mala gestión de su gobierno de la pandemia. Desde las elecciones del 3 de noviembre, Trump ha estado más enfocado en denunciar un supuesto fraude electoral y en jugar al golf.
También deja un país fuertemente polarizado entre los demócratas que quieren que se vaya lo más pronto posible y sus fieles aliados republicanos que han apoyado ciegamente, tanto en el Congreso como en los tribunales, sus intentos fallidos de anular la indiscutible victoria electoral del exvicepresidente Joe Biden.
Trump dejará la Casa Blanca casi como un “apestoso”, desprestigiado y refunfuñando que le han robado las elecciones por un fraude masivo, que solo existe en su fantasía.
Y con la amargura que los hasta hace poco fieles aliados republicanos, lo están dejando solo.