México – Tras una larga reivindicación, el censo de México cuantificó por primera vez los 2,5 millones de afrodescendientes que tiene el país, aunque la lucha sigue por parte de unas comunidades a menudo discriminadas y borradas de la historia oficial.
«Ya podemos decir que sí existimos y aquí estamos. Ahora necesitamos políticas públicas dirigidas a nuestras poblaciones», reivindica este viernes en entrevista con Efe el activista afromexicano Hugo Arellanes, de 34 años.
Originario de la Costa Chica, entre los sureños estados de Guerrero y Oaxaca, Hugo combate desde hace unos años a través del arte y la fotografía el mantra de que «no hay negros en México».
«Ser afrodescendiente en México es difícil. Uno, porque apenas se está reconociendo que México tiene población afrodescendiente. Dos, porque hay mucho racismo. Y tres, porque todavía falta mucha información sobre afrodescendientes», resume.
EL CENSO Y LA DESINFORMACIÓN
Hasta ahora no se tenían datos sobre el número de población afromexicana. Lo más cercano era una encuesta hecha en 2015 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), según la cual eran 1,3 millones de personas.
Finalmente, el censo nacional, realizado cada 10 años, incluyó el asunto en 2020 y despejó muchas dudas: 2,5 millones de personas se autodefinen como afrodescendientes, el 2 % de la población.
«Es un gran logro que se construyó gracias a la demanda de académicos y organizaciones sociales», subrayó María Elisa Velázquez, investigadora sobre afrodescendientes en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
No obstante, señaló a Efe que «todavía muchos mexicanos desconocen sobre este tema porque ha sido menospreciado y silenciado» a lo largo de la historia.
«Mi familia sí dice que descendemos de negros y sí, mis abuelos eran negros, pero no veo que vayan al punto de decir que sí son afromexicanos», explica a Efe Denisse Salinas, quien considera que es un término demasiado «académico» que no ha llegado a muchas comunidades.
Ella nació hace 25 años en Puerto Escondido (Oaxaca) y, aunque siempre fue consciente del origen de su familia, no pensaba mucho en el tema hasta que entró a la universidad en Ciudad de México y se encontró en un entorno diferente que la impulsó a reflexionar.
«De niña tuve ciertos problemas de pensar por qué mi piel es de este color o por qué se burlan de mí en la primaria y lo dejaba pasar. Fue allí (en Ciudad de México) que empecé a darme cuenta de dónde vengo y de esta huella histórica de una injusticia humana muy tremenda», cuenta.
BORRADOS DE LA HISTORIA
Se calcula que entre 250.000 y 300.000 personas llegaron a México por el contrabando de esclavos durante la colonia española, primero de África y posteriormente del Caribe y Centroamérica.
Aunque en la actualidad las mayores comunidades negras se encuentran en las zonas costeras de Guerrero, Oaxaca, Baja California Sur, Yucatán, Quintana Roo, Veracruz y Campeche, hay afrodescendientes en casi todos los 32 estados del país.
Y muchos se sienten borrados de la historia oficial.
Apenas el mes pasado, en un acto de homenaje, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, reconoció al héroe independentista Vicente Guerrero como «afromexicano».
«Desde hace años luchamos para que en los libros de texto se reconozca la participación de miles de afrodescendientes en su historia, entre ellos Vicente Guerrero, quien además abolió la esclavitud», expresa la historiadora del INAH.
En 2019, el Congreso mexicano reformó la Constitución para reconocer a la población afromexicana, muchos años después del reconocimiento en 1994 de los pueblos indígenas, que son 11,8 millones de personas.
Tradicionalmente, las comunidades negras habían sido excluidas de apoyos para el desarrollo al no pertenecer a una etnia determinada ni hablar un idioma indígena.
Pero hay quienes temen que el reconocimiento actual solo sirva para «folclorizar» o «exotizar» a los afros.
«Todos quieren hablar ahora de danzas (tradicionales), playas, formas de vestir, pero no es mi prioridad. Yo prefiero hablar de política pública y derechos», recalca Hugo.
EL RACISMO COTIDIANO
«Cuando llegué a la Ciudad de México me di cuenta que mucha gente no sabe que hay personas negras en México. Siempre es como que son cubanos, guatemaltecos, venezolanos o brasileños; gente que va de paso a Estados Unidos», relata el activista.
Hugo guarda en el recuerdo infinidad de anécdotas de policías que lo han hostigado por su color de piel, aunque lo que más le molesta es la falta de oportunidades.
En un país donde la gente blanca y rubia suele protagonizar la publicidad y los morenos son los «asaltantes de la telenovela», se perpetúan todo tipo de clichés.
«Para las personas con tez oscura es más difícil conseguir empleo porque hay muchos estereotipos alrededor de lo negro como violentos o flojos (perezosos)», sostiene Hugo, el único de sus hermanos que pudo ir a la universidad.
Un estudio del Inegi publicado en 2017 demostraba que los mexicanos con color de piel más blanca tenían más oportunidades de tener mejores empleos.
«Creo que el racismo va totalmente relacionado con el clasismo», opina Denisse.
De pequeña, no entendía por qué en la escuela se burlaban de ella por su piel cuando en su casa le llamaban «negra» de forma cariñosa.
Pero de adulta, estas burlas se volvieron comentarios racistas, como cuando la madre de un amigo le preguntó si se había quemado la piel o cuando en la universidad le cuestionaron que se reivindicara como negra.
«¿Por qué no hacerlo si es mi historia, la de mi familia, la del lugar de donde vengo. Es una superdeuda que hay que decirla: hubo personas esclavizadas y personas culpables y de ahí venimos».