Ciudad del Vaticano – El papa Francisco animó hoy a las sociedades a actuar con responsabilidad frente al «sálvese quien pueda» para superar la pandemia de coronavirus, que ya dura dos años, durante su última homilía del año en el Vaticano.
«Esta época de pandemia ha aumentado la sensación de desconcierto en todo el mundo. Tras una primera fase de reacción, en la que nos sentimos solidarios en el mismo barco, se extendió la tentación del ‘sálvese quien pueda’. Pero gracias a Dios reaccionamos de nuevo, con sentido de responsabilidad», dijo Francisco, quien no presidió esta misa en la basílica de San Pedro del Vaticano, como ha hecho en el pasado, sino que asistió sentado.
La ceremonia comenzó poco antes de las 17:00 hora local (16:00 GMT), cuando el cardenal Giovanni Battista Re avanzó en procesión hasta los pies del altar mayor, mientras el papa esperaba sentado en una silla, situada en la zona derecha de la basílica, donde permaneció durante toda la celebración, a excepción del momento de la homilía.
El pasado año, fue Battista Re quien leyó las palabras de Francisco el 31 de diciembre, pues el pontífice sufría de ciática y no pudo asistir.
Este viernes se celebraron las primeras vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, un acto solemne en el que se entonó el «Te Deum», canto del tradicional himno de agradecimiento por la conclusión del año, mientras que mañana, 1 de enero, está previsto que el papa dé una homilía por la primera misa del 2022, en el día en el que la Iglesia católica conmemora la Jornada Mundial de la Paz, que esta edición estará dedicada al diálogo entre generaciones, a la educación y al trabajo.
El pontífice pidió que la Navidad no se limite a ser una celebración con «una emoción superficial, ligada al exterior de la fiesta, o peor aún al frenesí consumista».
«Si la Navidad se reduce a esto, nada cambia: mañana será igual que ayer, el año el siguiente será como el anterior, y así sucesivamente», destacó.
A la misa acudió el nuevo alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, y el papa aprovechó la ocasión para pedir que la capital italiana acoja a los demás y sea un hogar para frágiles y vulnerables.
«En Roma todos se sienten hermanos; en cierto sentido, todos se sienten como en casa, porque esta ciudad encierra en sí misma una apertura universal. Viene de su historia, de su cultura; proviene principalmente del Evangelio de Cristo, que aquí echó profundas raíces fecundadas por la sangre de los mártires», expuso Francisco.
Pero avisó: «Hay que tener cuidado, una ciudad acogedora y fraterna no puede ser reconocida por la ‘fachada’, por los bellos discursos».
Se la reconoce, prosiguió, por la atención que presta «a quienes más luchan, a las familias que más sienten el peso de la crisis, a las personas con discapacidad severa y sus familias, las que necesitan transporte público todos los días para ir al trabajo, las que viven en la periferia, las que se han visto abrumadas por algún fracaso en su vida y necesitan servicios sociales».
Francisco concedió que «Roma es una ciudad maravillosa, que nunca deja de encantar», pero que puede fatigar a quienes la habitan, porque «a veces descarta».
Animó, por tanto, a los ciudadanos a demostrar que la capital italiana es «una casa común, para los más frágiles y vulnerables», para que así quienes la visiten descubran su belleza y su gratitud.
La ceremonia duró poco más de una hora y pasadas las 18:00 locales (17:00 GMT) el canto navideño «Adeste fideles» marcó su fin.
En el pasado, el papa acostumbraba entonces a visitar a pie el Portal de Belén y el árbol de Navidad, ubicados en la Plaza de San Pedro, siempre escoltado por miembros de seguridad, pero este año la visita, inicialmente programada, fue finalmente cancelada para evitar aglomeraciones por la pandemia, según explicó el Vaticano.