Ciudad del Vaticano – El papa Francisco lamentó que la humanidad que puede «garantizar la dignidad de todos» camine, sin embargo, «en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos» en un pasaje de su mensaje dedicado a la Cuaresma, el periodo de 40 días que precede la celebración de la Semana Santa.
En el mensaje para la Cuaresma, en el que se dan las indicaciones a los católicos para este periodo, Francisco dice que «el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos llega al cielo” y pregunta: «¿Nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve?.
Asegura que, como en el pasado, seguimos bajo «el dominio del faraón» que «es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro. La tierra, el aire y el agua están contaminados por él, pero también las almas».
«¿Quiero un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a salir de compromisos con el viejo?”, son algunas preguntas que plantea el papa que denuncia «un déficit de esperanza».
“El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de trabajadores por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza”, sostiene Francisco.
«De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos», lamenta el pontífice.
Por ello, el papa afirma que la Cuaresma «es tiempo de conversión, tiempo de libertad» y que «en Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido».
Francisco destaca que «existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven, los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo».
E indica que en este tiempo «la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan.
Respecto a la Iglesia, también indica que «la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados».
«Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo», agrega.
Y concluye pidiendo que este tiempo de Cuaresma «sea de conversión. Entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza».