México – «¿Qué es, qué es, que al pasar los meses más delgado es?» Las adivinanzas y las risas suenan en un pequeño rincón del complejo deportivo en que se refugian miles de migrantes de la caravana, donde se intenta que los más pequeños se diviertan y canalicen sus emociones.
Los niños y niñas se miran entre sí pensando la respuesta a la adivinanza, sin poder dar con la solución, y se rinden antes de que la monitora les dé la respuesta correcta: el calendario.
En el siguiente acertijo, se les promete un premio si dan con la solución. Dos de los niños aciertan y les revelan que el regalo es un abrazo.
Desde que el pasado domingo la caravana de migrantes centroamericanos empezara a llegar a Ciudad de México, el complejo deportivo ha sido el punto de encuentro para todos los contingentes que se desplazaban dispersos por varios estados del país.
Entre los miles de personas que se mueven por las instalaciones corretean multitud de niños, solos o acompañados por sus familias. Aunque no se sabe con certeza su número, Unicef calcula que unos 2.300 menores han entrado a México como parte de la caravana que partió el pasado 13 de octubre del norte de Honduras.
Pese a que sus familiares arrastran duras historias en las que se vislumbra la pobreza o la violencia que sufren en sus países de origen, en la carpa instalada por el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de Ciudad de México todo son sonrisas.
Con una actitud muy dinámica, las monitoras reciben a los niños que se acercan y les preguntan qué quieren hacer. «Pulseras», contesta un recién llegado.
En la mesa se acumulan las cuentas para hacer colgantes y pulseras, la purpurina, el pegamento y las pinturas. Unos colorean mandalas compuestas por frutas o animales, otros hacen manualidades y un pequeño juega con unos muñecos.
Cuando una monitora pregunta si alguien sabe cuáles son los colores de la bandera mexicana, una niña contesta rápidamente «verde, blanco y rojo».
Es Nury Yuliza, quien sabe la respuesta porque, en otro punto de la caravana, había voluntarias que dibujaban la bandera de México en el rostro de los niños, explica esta hondureña a Efe.
La niña, que sueña con ser médica en un futuro, llegó a Ciudad de méxico acompañada de su madre y sus hermanos, y afirma que lo que más le gusta es hacer máscaras.
«Tengo tiempo para divertirme», comenta Nury.
Casi todos los niños que están jugando en la mesa levantan sus manos cuando les preguntan quiénes son de Honduras, aunque también hay algunos de El Salvador.
Un pequeño registro escrito a mano da fe de que durante el día han pasado niños que van de los pocos meses a los 14 años.
«La idea de estas carpas es que estén trabajando cosas para que logren distraerse, tengan actividades todo el día y no estén aburridos en los espacios en los que se encuentran», afirma a Efe la psicóloga del DIF Cristina Trujillo, quien asegura que hasta ahora han tenido una «buena respuesta».
Las actividades lúdicas y recreativas intentan fomentar «las redes de apoyo», y además «canalizar sus emociones».
A esto se le suman diferentes brigadas que proporcionan apoyo psicológico: «Nuestro equipo de psicología forma grupos de niños y niñas para actividades de relajación, contarles cuentos, adivinanzas…», explica Trujillo.
Mientras siguen llegando nuevos integrantes de la caravana, la actividad no cesa. En el exterior de la carpa del DIF, unos payasos saltan la cuerda y entretienen a unos niños. Ellos forman parte de una brigada llamada «rescatistas de emociones».
A unos pocos metros de allí, adolescentes y jóvenes juegan un partido de fútbol en un campo, mientras son observados por numerosos espectadores que les miran con curiosidad, a la espera de que se definan los siguientes pasos de este multitudinario movimiento migratorio.