El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.

Ankara/Estambul – El temor a una llegada masiva de afganos que huyen de los talibanes en Afganistán ha desatado en Turquía -que acoge ya a más de cuatro millones de refugiados sirios- una polémica en la que se mezclan xenofobia y populismo.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que durante años ha defendido acoger a los sirios por su condición de musulmanes que huyen de la guerra en su país, ha comenzado a cerrar la mano, entre otras razones, por las críticas de la oposición ante la posible llegada de una oleada de migrantes afganos.

El pasado mes, Kemal Kiliçdaroglu, líder del socialdemócrata CHP, la mayor formación de la oposición, prometió que si llega al poder repatriará en dos años a todos los refugiados sirios.

Y este mes alertó del deterioro de la situación en Afganistán, donde aumentan los desplazados que huyen del rápido avance de los talibanes tras la retirada de las tropas de Estados Unidos y la OTAN, describiendo “el flujo de refugiados afganos” como “una cuestión de supervivencia nacional”.

La comunidad afgana en Turquía se estima entre 400,000 y un millón, con 116,000 registrados como solicitantes de asilo.

Ataques a migrantes

La hostilidad hacia los migrantes ha llevado a propuestas populistas en el CHP, como la del alcalde de Bolu, Tanju Ozcan, quien sugirió cobrar las facturas de agua diez veces más cara a los extranjeros para incentivar que se vayan. Su partido le desautorizó.

El alcalde socialdemócrata de Esmirna, Tunç Soyer, dijo a Efe que intentaría “asegurar la paz social en la ciudad y tratar por igual a todos los ciudadanos”, frente a las quejas de algunos vecinos por “asaltos y robos” atribuidos a afganos y sirios.

El pasado miércoles, la muerte de un joven turco en una pelea callejera en Ankara desató un pogromo contra la comunidad siria en la capital, con una muchedumbre atacando y saqueando comercios, viviendas y vehículos pertenecientes a sirios. Más de 70 personas fueron detenidas por los incidentes.

La economía turca ha pasado en los dos últimos años grandes apuros debido a la pandemia de la COVID, con una moneda muy debilitada y una inflación galopante, lo que también ha podido influir en la creciente hostilidad hacia los migrantes.

El muro contra los afganos

En julio, las autoridades turcas anunciaron la construcción de un muro de hormigón en la frontera turco-iraní en la provincia de Van, con 3.5 kilómetros ya completados y con una extensión proyectada de 64 kilómetros, para reducir tanto el contrabando como la llegada de migrantes irregulares.

Esta semana Erdogan subrayó en una entrevista que ese muro estaba diseñado para detener a los inmigrantes afganos y que el país tomará más medidas en función de la situación, aunque por el momento la cifra de llegadas no ha aumentado.

El objetivo es blindar los 295 kilómetros de frontera con Irán, y, según Erdogan, se ha instalado un sistema de video vigilancia en 79 kilómetros y se ha reforzado la frontera con fuerzas adicionales.

“Los muros se están construyendo para evitar que estos migrantes irregulares entren en nuestro país”, subrayó el presidente turco.

Pese a todo, los afganos siguen llegando y la policía solo ha empezado a actuar en las últimas semanas, tras el debate político desatado, sostiene en conversación telefónica con Efe el abogado Mehmet Karatas, presidente de la sección turca de la Asociación de Derechos Humanos (IHD) en Van.

Flujo constante

El flujo de llegadas desde ese país no ha cambiado en los últimos tres años, asegura este jurista.

“Ni aumenta ni se reduce. Puedes ver todos los días a grupos de 30 o 40 personas caminando por las colinas; de ahí se puede deducir que llegan unos 100 o 200 al día”, describe.

Karatas considera “exageradas” las estimaciones de algunos medios, que cifran en hasta 2.000 las llegadas diarias de afganos.

Los datos oficiales turcos muestran que en lo que va del año han sido interceptados en todo el país 32,000 migrantes afganos irregulares, frente a 50,000 el año pasado y 200,000 en 2019.

Presionar a la UE

Otro jurista de Van, que prefiere el anonimato, asegura a Efe que la policía turca dispone de torres de vigilancia con cámaras térmicas a lo largo de toda la frontera iraní, por lo que “sabe con certeza cuántos llegan”.

Y expresa la sospecha de que Ankara podría utilizar este colectivo para aumentar la presión sobre la Unión Europea (UE), como ya hizo con los sirios en febrero de 2020, facilitando el envío de autobuses a la frontera griega.

“Hay una reacción comprensible contra los inmigrantes. Los partidos de la oposición intentan utilizar este sentimiento contra Erdogan, y el Gobierno los usa como una carta de negociación en sus relaciones con Occidente y la Unión Europea”, explica a Efe la socióloga Helga Rittersberger, especializada en migración.

“Podemos ver la misma actitud por parte de la UE: su relación con el Gobierno turco se basa en mantener a los inmigrantes lejos de Europa”, concluye.

Los afganos ya son mayoría entre los migrantes rescatados por la guardia costera turca en el Egeo, pero otros muchos solo vienen para buscar trabajo en Anatolia, a menudo como pastores de ovejas.