Lisboa.– Ni están invadiendo el país, ni vienen a aprovecharse de los beneficios sociales. Son dos de los mitos que afrontan con más frecuencia los inmigrantes en Portugal, donde al caldeado debate sobre el racismo se ha venido a sumar un proyecto decidido a acabar con las mentiras que alimentan el rechazo al extranjero.

La idea se llama «Migra Myths» y parte de la Casa do Brasil de Lisboa, aunque se dirige a todos los inmigrantes, de cualquier nacionalidad, porque todos deben soportar en algún momento prejuicios similares.

Por ejemplo, que Portugal está siendo «invadido» por inmigrantes, cuando en realidad representan apenas el 5 % de los residentes totales, o que absorben los beneficios sociales sin contribuir, aunque la verdad es que aportan sumas millonarias a la Seguridad Social.

INCREMENTO DE MENSAJES DE ODIO

Estos son algunos de los datos que ofrece el proyecto, fundamentalmente pensado para redes sociales, porque ahí es donde empiezan a notar, desde la Casa do Brasil, un incremento de mensajes de odio.

«Entendimos que necesitábamos hablar más sobre estos mitos y fake news, y que la gente pensara si es real o una construcción que no tiene nada que ver con la realidad», explica a EFE Ana Paula, de la dirección de la Casa do Brasil.

En un contexto en que Portugal enfrenta el debate del racismo, azuzado por la extrema derecha del partido Chega, con apenas un diputado pero con crecimiento en los sondeos (le dan ya hasta un 7 % en intención de voto), los mensajes referidos a la inmigración son un apartado en el que decidieron contraatacar.

«El proyecto, justamente, buscar colocar esos mitos, deconstruir esas informaciones que no son verdaderas y a través de las redes sociales, que tienen un gran alcance y son importantes», comenta Ana Paula.

Los estereotipos más desagradables llegan incluso a la sexualidad de los extranjeros.

«LA MUJER BRASILEÑA ES FÁCIL»

«No me refiero a los brasileños como usted, pero tenemos la imagen de que la brasileña es fácil», le espetaron hace poco a Thais Gonzalez en un contexto profesional.

Se lo dijo un portugués, cuenta Gonzalez a EFE, que en 2018, el mismo año en que ella y su marido fueron asaltados en Rio de Janeiro, hizo las maletas para empezar una nueva vida en Portugal.

«Quedé sorprendida cuando llegué y viví la cuestión de los prejuicios», comenta. Además de la presunta facilidad de las brasileñas, también notó dudas sobre su formación, como si fuera de inferior calidad por provenir de Suramérica.

«Cuando se hacía un trabajo, había una desconfianza sobre si yo podría entregarlo a tiempo, porque era brasileña», recuerda.

Vio, además, recelos por pretender un salario ajustado a su experiencia y conocimientos, y encontrar un apartamento en el que vivir fue algo parecido a un calvario: «Me colgaban después de oír mi voz. Me decían que estaba alquilado y colgaban».

Cuando pedía a una amiga portuguesa que llamase inmediatamente después, la vivienda estaba disponible.

También su hija ha tenido problemas por su acento. Después de vivir desagradables episodios, como cuando otros niños portugueses le explicaron que no podían jugar con ella por ser brasileña, la pequeña no quiere hablar en el colegio.

«Le da vergüenza hablar en la escuela, que alguien escuche su acento. Le dicen que habla brasileño. ¡No existe! Hablamos portugués de Brasil. Es como si hubiésemos inventado una lengua que ellos no reconocen», dice Gonzalez.

Su caso está lejos de ser único. Los brasileños son la comunidad extranjera más numerosa en Portugal, representando un cuarto del total de inmigrantes.

Según datos del Servicio de Extranjeros y Fronteras (SEF) portugués, actualmente residen en el país 151.304 brasileños, un número que se ha incrementado un 43 % de 2018 a 2019, principalmente por la crisis de seguridad en el gigante suramericano y también por la incertidumbre económica.

Y muchos relatan experiencias xenófobas.

«Después de llegar, uno de mis pocos amigos portugueses me dijo una cosa que me dejó en shock: expliqué que iba en transporte público y me dijo ‘No, no; compra una moto, un coche… no vayas en transporte publico. Eso es para negros y brasileños», relata Cristiane Cruz.

Cruz, de São Paulo, lleva cuatro años en Portugal y todavía recuerda aquella conversación.

«Le respondí: ¿qué soy yo? ¿No soy yo brasileña? Y él me dijo: ‘no, tú eres diferente», sostiene.

Al final, el 95 % de sus amistades son brasileños. Como Gonzalez, tuvo problemas en alquilar un cuarto y también en el trabajo, donde se le ofreció un puesto muy inferior a su cualificación.

Sin olvidar el comentario de la «facilidad» para con su cuerpo.

«Ya no hago caso y cuando me afectan (los comentarios) rebato en el mismo el momento», zanja.