Tegucigalpa (Por Jorge Sierra) – Una familia venezolana, compuesta por cinco migrantes, que salió con la intención de llegar a Estados Unidos, por el momento han acogido a Honduras como una posibilidad de cumplir su sueño americano. Su historia está plagada de sacrificios y traumas como les pasa a miles que ni siquiera logran pasar el tapón del Darién, entre Colombia y Panamá, el primer gran obstáculo que deben pasar.
– “Nadie sabe las goteras de su casa, sino el que está adentro. Lo que pinta la televisión es una cosa, pero la realidad del venezolano es otra. El chavismo es horrible”, reflexionó Jesús.
– Los niños extrañan muchos a sus familiares en Venezuela, pero se sienten cómodos en Honduras.
– “El sueño americano no sólo es en Estados Unidos, también pudiera ser aquí en Honduras. Tenemos el dilema de seguir o quedarnos”, dijo Karina.
En los últimos años las calles de Tegucigalpa sirven de refugio para miles de venezolanos que deambulan en busca de agenciarse algunos lempiras que les permitan seguir su camino hacia el norte del continente.
El país registró un número sin precedentes de migrantes en tránsito por el país durante el mes de julio con 46 mil 779 personas, un promedio de 1 mil 500 personas por día, según los registros del Instituto Nacional de Migración (INM).
Honduras es país de tránsito de migrantes del Caribe y Suramérica, siendo este año los venezolanos los que ocupan el primer lugar, con 74,786, seguido por los ecuatorianos con un registro de 24 mil 509; Haití con 19 mil 258, Cuba con 16 mil 778 y China con 5 mil 621.
Proceso Digital tuvo la oportunidad de conocer la historia de una familia venezolana que hace una parada en Honduras y aunque no saben por cuánto tiempo, se sienten cómodos y queridos en esta tierra que también genera miles de migrantes que huyen del país.
Esta familia migrante venezolana la componen: Jesús Coello y Karina Montoya, así como sus pequeños José Ignacio (11), Mía Victoria (9) y Ana Paola (7).
La migración en Venezuela prácticamente es una obligación, contaron los entrevistados. Hace 10 años inició mucho la migración hacia el sur: Colombia, Perú, Argentina y Chile, pero cuando se abrió la ruta del Darién muchos optaron por irse hacia el norte del continente.
El 9 de octubre de 2022 salieron de su natal Venezuela hacia Colombia, que la cruzaron por Cucuta, Medellín y Necoclí para poder entrar a la selva del Darién.
“Fueron siete días y medio de selva caminando prácticamente de 6.00 de la mañana a 10.00 de la noche por zonas remotas, con mucho peligro y fango, y eso que tomamos la ruta más larga, pero menos peligrosa por los tres niños”, recordó Jesús.
Fue hasta el 25 de octubre que lograron llegar a suelo hondureño, no sin antes recordar que el trayecto por Costa Rica y Nicaragua fue un solo viaje de frontera a frontera.
“A Honduras entramos por Trojes (El Paraíso), veníamos en un grupo de 13, de los que dos se devolvieron, nosotros cinco que estamos aquí en Honduras y los demás ya lograron ingresar a Estados Unidos”, describió. Para retornar a Venezuela hay que hacerlo por la vía terrestre hasta Panamá y de ahí tomar un vuelo hacia Sudamérica.
Enumeró que las razones para abandonar Venezuela son por las que todo el mundo conoce. El país vive un caos económico, en salud y educación. El dinero no alcanza para vivir en esa nación sudamericana, donde el sueldo mínimo asciende a 1 mil lempiras (menos de 50 dólares).
El padre de familia reveló que por muchos años aguantaron el extremo que tener que migrar todos juntos como familia de su natal San Fernando de Apure, municipio en Venezuela.
Sumada a la terrible situación económica, un problema con un político (alcalde) de un municipio en Venezuela, también los empujaron a buscar “el sueño americano”.
Atrás dejaron familia, amigos e incluso hasta sus pertenencias, pero el anhelo de brindar una mejor educación a sus tres hijos, les da fuerzas para no abandonar el objetivo de llegar a la unión americana.
Para ayudas
Si usted quiere contribuir con esta familia venezolana de la forma que considere, puede llamar a Jesús Coello al teléfono (504) 3204-0951.
En el plano político, los migrantes reconocen que prácticamente han perdido las esperanzas de que las cosas mejoren en su país. Muchas elecciones se han efectuado y la situación tiende a empeorar. “Cada vez que hay elecciones hay una pequeña esperanza, pero luego volvemos a caer en que el gobierno controla todos los poderes, entonces decimos: ‘no, ya para qué’”.
Contó que para echar gasolina a los vehículos en Venezuela hay que hacer fila de tres a cuatro días, “te dan 120 litros de gasolina mensuales, pero la capacidad de producción es nula porque el gobierno lo dejó caer, se exporta gasolina, pero no se dan abasto. En las ciudades grandes la cosa es un poco más normal, pero en el interior es un caos total”, relató Jesús.
“Lo que vivimos en nuestro país es una dictadura disfrazada de democracia”, pronunció.
El drama en El Darién
Lo más duro que recuerda esta familia venezolana es su paso por la selva del Darién. Allí muchos se quedan y no los vuelves a ver, dijo el pequeño José Ignacio.
“Un día que estamos en la selva, yo iba con mi tío adelante y mi mamá iba atrás. Hubo un momento en que los esperábamos y no llegaban, al final del campamento nos reencontramos, nos dimos un abrazo…”, contó con lágrimas en sus ojos.
La familia recuerda que un día tuvieron que subir un cerro por siete horas y luego bajarlo por el mismo periodo de tiempo, pero con el cuidado que si resbalaban prácticamente caían al vacío. En la zona nunca vieron personas fallecidas, pero el hedor era insoportable, lo que indicaba que muchos no logran salir de esa selva.
El último día en la selva fue fuerte, recordó Jesús. “Yo venía con una niña, mi esposa con otra y mi cuñado con el niño. Ellos se perdieron y llegué a pensar lo peor porque en la selva es difícil, de haber sabido que las condiciones son tan difíciles, mi esposa e hijos estuvieran en Venezuela. Pero, bueno, gracias a Dios que permitió que estuviéramos aquí”.
Yo en mi caso -dijo Karina- pienso en los niños luego del trauma de la selva, no sé qué vaya a pasar en Guatemala y México, por mi parte me quisiera quedar, pero somos una familia y debemos apoyarnos todos.
Enamorados de Honduras
Consultados sobre las razones que los hicieron quedarse en Honduras, respondieron que fueron los designios de Dios porque como familia migrante llegaron hasta Guatemala, donde tuvieron una mala experiencia con la Policía de ese país.
Muchas personas que los conocieron en Honduras les dijeron que tenían las puertas abiertas para regresar y poder subsistir mientras las cosas mejoraran si las condiciones empeoraban en la ruta migratoria. Fue así que deciden volver a la capital hondureña, mientras las cosas mejoren.
“Decidimos quedarnos por un mes o dos meses, pero ya vamos por sobre siete meses. Dios así lo ha querido. La idea de nosotros es llegar a Estados Unidos, no sabemos qué pasará”, declaró.
Aunque no tiene idea cuándo emprenderán de nuevo el viaje rumbo al norte, expresaron su esperanza para que las condiciones legales y migratorias mejoren, y que su familia no corra mucho peligro.
Jesús Coello trabaja en un taller mecánico y gana salario mínimo, en tanto su esposa Karina Montoya puso un puesto de venta de arepas en la colonia La Joya de Tegucigalpa.
Dijo que tenía apenas conceptos básicos de mecánica, pero en poco tiempo ha ampliado sus conocimientos. “Cuando hablo con mi papá, le digo hazte la idea que vine a Honduras a un curso de mecánica y todavía me están pagando, aquí he aprendido mucho”.
Mientras, Karina ha conquistado el paladar de muchos capitalinos con la venta de arepas. Cada una vale 60 lempiras en su puesto que atiende de viernes a domingo. Un buen día le pueden dejar una ganancia de hasta 1 mil 500 lempiras.
El núcleo familiar migrante contó que nunca han sido discriminados en Honduras y que únicamente tienen palabras de agradecimiento para este país que les abrió las puertas y el corazón.
Degustan mucho de la comida catracha. Les gusta especialmente la baleada y la pupusa, no así las tortillas de maíz que aún no las pasan del todo. “La arepa venezolana se prepara con harina pan, un empaque amarillo que venden en algunos supermercados, sin embargo la he comido con maseca y no me acostumbro”.
Estos cinco venezolanos añoran con volver a su país en algún momento, pero no bajo las actuales condiciones.
Los tres pequeños venezolanos cursan sus estudios en una escuela pública, donde reciben un trato especial por parte de los maestros y compañeritos.
“A mí lo que más me gusta de aquí es la gente que es muy buena”, expresó Mía Victoria. En tanto José Ignacio contó que una compañera le regaló una bolsa llena de útiles, “hemos tenido muchos oportunidades acá”.
Cuando la plática se extendía, la pequeña Mía dijo entre lágrimas que quiere volver a Venezuela porque extraña mucho a su abuela. “Aquí las personas son muy buenas, estamos mejor establecidos aquí que allá en Venezuela, no quiero seguir ahorita, me quiero quedar. Cuando sea grande quiero ser doctora para salvar muchas vidas”, manifestó.
Familia en EEUU
El jefe de la familia, dijo que pese a lo maravilloso que han sido tratados en Honduras, pese a su calidad de migrantes, no pierden de vista la oportunidad de encontrarse con sus familiares en Estados Unidos. Él tiene dos hijos allá -uno de 15 y otro de 19- producto de su primer matrimonio.
“Queremos ir a La Florida, pero al llegar debemos analizar cómo está la situación y qué es lo que más nos conviene”, pronunció.
Aunque los sueños de la familia venezolana Coello-Montoya es permanecer unida. Jesús quiere seguir, Karina se quiere quedar en Honduras, y los niños piensan en volver a Venezuela para ver a los suyos. Así los cinco se hacen un nudo todos los días y sin saber qué es lo que el futuro les depara se apoyan para no desfallecer en el intento por llegar a EEUU, pero para eso aún faltan miles de obstáculos por vencer. El tiempo lo dirá. JS