Tegucigalpa.– La capital hondureña enfrenta una carestía de agua potable que ha obligado a las autoridades a racionamientos más drásticos, como el de distribuirla una vez cada cinco días, mientras que muchos de los habitantes de barrios marginales caminan largas distancias para abastecerse del líquido.

En el sector de Nueva Vida, en el noreste de Tegucigalpa, viven Mario Sevilla, de 47 años, y su esposa, Jessica Hernández (30), quienes todos los días descienden hasta donde cruza una quebrada para recoger agua en un recipiente de 5 galones (19 litros) que él carga, mientras ella lleva dos recipientes más pequeños.

Serpenteando un camino bajan unos 30 metros hasta llegar a la pequeña vertiente, que además le sirve a otros vecinos del sector para lavar ropa y bañarse.

Mario y Jessica aprovechan el viaje para bañarse y, según dijeron a Efe, la tarea de acarrear agua la hacen todos los días porque en su zona «no hay agua», algo que afecta severamente a varias regiones en el oriente, centro, occidente y sur de Honduras.

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«Bajamos a traer agua para lavar los trastos. Ahí (en su barrio) pusieron un tanque que no dio resultado», añadió Mario, quien se dedica a oficios de la pobreza para sobrevivir con su mujer y su hijo de nueve años.

A su barrio, que se localiza cerca del crematorio de la ciudad, como a muchos otros de la ciudad, a diario llegan cisternas que venden agua que la compran en estaciones del Servicio Autónomo de Acueductos y Alcantarillados (Sanaa).

Mario señaló que el barril (52 galones) lo venden a 30 lempiras (1,20 dólares), un costo «bueno», considerando que hay otros barrios marginales de la ciudad, de difícil acceso para las cisternas, en los que lo adquieren hasta por 40 lempiras (1,61 dólares) y consumen hasta tres por semana, dependiendo de cuántos sean en la familia.

En Honduras, con unos 9,3 millones de habitantes y un crecimiento demográfico que ronda el 2 % anual, el promedio de miembros de una familia es de cinco, aunque abundan casos de hogares, principalmente en zonas rurales, con más de ocho o diez, entre padres e hijos.

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Según dijo Mario, él no compra barriles, sino recipientes de agua más pequeños, por lo general «para beber y cocinar los alimentos», por los que paga 3 lempiras (unos 12 centavos de dólar).

Recorridos como el de Mario y Jessica son comunes en varios puntos de la capital hondureña, con hombres, mujeres y niños caminando a veces largas distancias en busca de agua.

En algunos casos, las pequeñas vertientes que bajan de algunos cerros están a orillas de la carretera que desde Tegucigalpa lleva hacia el oriental departamento de Olancho, por ejemplo.

Tegucigalpa, otrora pueblo minero, es una ciudad que creció de manera desordenada y los cerros que la rodean, que hace medio siglo estuvieron cubiertos de pinos y otros árboles, son populosos barrios a los que mucho nos les llega agua a través del servicio del Sanaa.

En muchos de esos barrios sus habitantes compran el agua a cisternas, las que no siempre llegan a diario, principalmente en temporadas de escasas lluvias, como ha ocurrido este año.

Héctor Álvarez es propietario de tres cisternas con capacidad para 7.000, 3.800 y 2.500 galones de agua (3,8 litros por galón) y uno de los que la compra en una de las estaciones del Sanaa para ir a venderla en varios sitios de la ciudad.

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Héctor dijo a Efe que «en condiciones normales (cuando hay buen invierno)» llena «de seis a siete cisternas diarias», pero que debido al riguroso racionamiento que se ha puesto en marcha este año por la sequía, «cuando mucho lleno de tres a cuatro cisternas».

«Tengo tres cisternas, vamos a donde nos piden agua en toda la capital. Aquí vienen algunas personas a decirnos queremos que nos lleve agua a tal parte, necesitamos una cisterna, en otros casos tenemos clientes que nos llaman para que les llevemos una», relató Héctor a Efe mientras esperaba turno con una de sus cisternas en una de las estaciones del Sanaa, cercano a la represa Los Laureles.

Añadió que el costo de la cisterna en la ciudad es de 900 lempiras (36,2 dólares), pero que si hay que llevarla a aldeas cercanas, el valor aumenta porque se consume más combustible y además «hay que cobrar la depreciación del vehículo».

La represa Los Laureles, junto con la de La Concepción, abastece con más 70 % del agua que consume Tegucigalpa, pero a raíz de la sequía su embalse está por debajo del 25 por ciento de su capacidad.

Eso ha obligado a drásticos racionamientos, por lo que algunos habitantes de Tegucigalpa reciben agua cada cinco días, pero hay zonas a las que llega cada diez días o más.

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En la víspera, el alcalde de la capital hondureña, Nasry Asfura, reiteró que la sequía es fuerte y que «si no llueve en septiembre la situación se va a agravar».

El panorama de Los Laureles y La Concepción es desalentador por el descenso que han tenido ambas represas.

Por esa razón, «me persigno y le pido a Dios que nos mande agua» y «lo preocupante es que si no llueve en septiembre y los otros meses del año vamos a tener crisis para el próximo verano de 2020», ha dicho Asfura a los periodistas.

La alcaldía de Tegucigalpa trabaja en otros dos proyectos para garantizarle agua a la ciudad en el futuro cercano, pero mientras eso llega, muchos de sus habitantes seguirán sufriendo por falta del líquido.