Tegucigalpa – La Iglesia Católica de Honduras reflexionó hoy sobre “los olvidados” y clamó por dignidad humana al tiempo que recordó que un buen trato al recurso humano mejora los resultados de la empresa o la entidad.

Así lo expresó el arzobispo de Tegucigalpa, José Vicente Nácher quien celebró la eucaristía  en la Iglesia San Miguel Arcángel de Tegucigalpa.

“La economía moderna está retomando en su análisis científico: el buen trato al recurso humano mejora los resultados de la empresa o entidad. La Iglesia no se cansa de recordar la irrenunciable dignidad del trabajo humano y que cada trabajador es un fin en sí mismo y no un simple medio de enriquecimiento ajeno”, caviló el arzobispo Nácher.

La doctrina social de la Iglesia proclama con claridad la prioridad de la persona humana frente al capital, agregó.  

Resumió que todos tenemos derecho a un trabajo digno y lamentó que los ambientes de trabajo no están exentos de abusos y envidia.

Razonó que la lógica de los hombres es el que más puede que sea primero, el que sea más capaz que gane más, aparentemente es un criterio justo, pero dejado a la propia lógica puede generar y justificar enormes desigualdades.

Es así que pronto aparecen los olvidados en la gran plaza de la indiferencia, añadió.

“Para los cristianos las personas no son solo valoradas por sus fuerza de trabajo o por su capacidad de influencia política, sino por su dignidad misma de hijos e hijas de Dios”, acentuó.

Qué triste cuando olvidamos a nuestros semejantes  simplemente porque son más pobres que nosotros, reprochó el religioso.

Concluyó que en quienes se saben amados desde la primera hora no cabe ni la envidia, ni el olvido, sino la alegría de poder colaborar con el Señor.

“El gozo auténtico, como el de la Virgen María, es hacer la voluntad de Dios, no quedar desesperados y si fe en la plaza del olvido”, cerró.

 A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomada Santo Evangelio Según San Mateo (20,1-16):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.» Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?» Le respondieron: «Nadie nos ha contratado.» Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña.» Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.» Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: «Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.» Él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»