Nueva York – Los indocumentados que cumplen 10 días de huelga de hambre para exigir ayuda financiera a los excluidos del estímulo federal para los afectados por la pandemia aseguran que se mantendrán en pie de lucha, a pesar de que las fuerzas empiezan a flaquear, pero no el entusiasmo ni la esperanza.
Los inmigrantes, entre ellos trabajadores esenciales, iniciaron una huelga de hambre como parte de la campaña «Ayuno por los olvidados» que busca que la legislatura de Nueva York apruebe un paquete de medidas que incluyen la creación de un fondo de 3.500 millones de dólares para los excluidos del alivio económico, y entre los beneficiados estarían los indocumentados que pagan impuestos.
“¡Esta lucha la vamos a ganar!”, dice con mucha firmeza Sixta León, de 59 años, una de las personas que han dormido en la iglesia que les acoge desde hace 10 días en Manhattan.
León, que durante 20 años trabajó para una familia cuidando a los niños, cocinando y limpiando el hogar, pero que perdió el empleo con la pandemia de covid-19, asegura que se siente bien y está dispuesta a continuar la lucha porque necesita dinero pada pagar su alquiler y sus cuentas acumuladas, y por las muchas madres que ahora no tienen cómo alimentar a sus hijos pese a que han pagado impuestos como ella.
Durante el día, y pese a las bajas temperaturas que han impactado la ciudad durante los últimos días, el grupo comparte fuera del templo, en medio de carteles con mensajes, juegos para entretenerse, bromas y conferencias de prensa; pero sobre todo comparten la solidaridad.
Los calambres y la debilidad han comenzado a asomar pero no han logrado doblegar a Ana Ramírez, mexicana, y Rubiela Correa, colombiana, que han sido parte de la huelga desde su inicio y aseguraron a Efe que no desistirán.
«Sí hay angustia y sí hay hambre, pero más es el miedo de lo que va a pasar si no nos dan ese dinero», afirmó Ramírez, una trabajadora de restaurante que hace un año no trabaja y ha comenzado a sentir mareos y calambres.
«Los calambres ya empiezan y esta mañana sentí un mareo al bajar las escaleras» de la iglesia, señaló la mexicana, que corre maratones, entre ellos el de Nueva York, y que insiste permanecerá en la huelga porque se preparó para ello.
Para Ramírez, que envía dinero a su madre en México, esto es un asunto moral. «No somos una carga pública», insiste al recordar que han pagado impuestos y que merecen recibir un alivio.
Correa, de 48 años y que limpiaba casas antes de la pandemia, apertrechada de un abrigo y su mascarilla, permanecía sentada fuera de la iglesia tras sentir calambres en las piernas.
«Es muy doloroso porque el músculo se contrae y le pido a Dios que me quite este dolor porque lo que hago lo hago por todos (los indocumentados) y voy a seguir aquí hasta que esto salga adelante. No voy a flaquear», aseguró la colombiana, que también ha tenido un alza de la tensión arterial.
«Mi familia en Colombia supo la noticia (de la huelga). Me llamaron y dijeron que no arriesgara mi vida, que me fuera allá. Están muy preocupados», dice, pero insiste en que continuará adelante «porque vale la pena arriesgarse para que todos tengamos esa ayuda”.
“Nos merecemos respeto, somos parte de este país», acotó.
Los inmigrantes tienen previsto continuar la huelga hasta que se apruebe el presupuesto, que debe estar listo para el 1 de abril, aunque los legisladores proponen que el fondo, que beneficiaría a unas 500.000 familias inmigrantes sea de 2.100 millones de dólares, mientras los huelguistas y la coalición que les apoya se mantienen firmes en los 3.500 millones.