Madrid – Aislado entre la acaparadora posesión del Manchester City, agobiado por Rüdiger y vigilado de cerca por Alaba, Erling Haaland disputó un partido errático, a veces fantasmal, desaparecido en combate en un escenario de nivel como el Bernabéu, el estadio que acostumbra a dejar heridas en los jugadores que anhela.
Le ocurrió a Kylian Mbappé la pasada temporada, cuando se las prometía felices después de exhibirse en los dos partidos de los octavos de final. Sobre todo en el segundo, ante la que iba a ser su afición que después se sintió traicionada por su renovación. Pero, al contrario que Haaland, aunque salió con derrota, se marcó un partidazo que no bastó al París Saint-Germain para alcanzar la siguiente ronda.
Haaland es otro de los nombres que desea la casa blanca. Perdido Mbappé, el futuro puede ser el noruego, que por primera vez en su carrera pisó el estadio Santiago Bernabéu. Se enfrentó a una prueba de fuego, parecidas a otras que no superó con anterioridad. Sus credenciales son los goles, el principal concepto que aparece en la factura que pasa a final de mes al City. Y, cuando se pasea por los estadios iconicos de Europa, no siempre cumple.
Menos en Anfield, donde marcó al Liverpool en la fase de grupos cuando vestía la camiseta del Salzburgo, en el resto de campos de postín que ha visitado se ha ido de vacío: en las filas del Dortmund, no celebró nada en el Parque de los Príncipes frente al PSG, ni en el Allianz Arena ante el Bayern, ni en el Etihah Stadium contra el City y ni en el Johan Cruyff Arena del Ajax.
En el Bernabéu tuvo otra oportunidad para reivindicar su figura ante una gran cita europea. Sin embargo, volvió a fallar. En la primera parte curiosamente acabó engullido por la posesión del City. Sobre todo en la primera media hora, en la que acumuló casi el 75 por ciento. Al final del acto inicial se quedó en el 68 tras la reacción del Real Madrid con gol de Vinícius incluido.
Hasta que el árbitro pitó el camino hacia los vestuarios, vio pasar la pelota de lado a lado del campo. Guardiola no se echó atrás como hizo frente al Bayern en Múnich o ante el Leipzig. Fue a controlar el duelo, a abusar de la pelota y a intentar llevar a cabo su venganza tras la remontada histórica del Real Madrid la pasada temporada. Y, en ocasiones, el City se perdió entre tanto pase y poco juego directo.
Haaland apenas pudo rematar en dos ocasiones. Una, desde dentro del área, que salvó fácil Courtois. La otra, un cabezazo tras una asistencia de Jack Grealish, también la detuvo sin problemas el portero belga. Eso fue todo su bagaje ofensivo mientras tuvo que pelearse con la pegajosa figura de Rüdiger, incansable hasta la pesadez para desesperación del noruego.
Y si Rüdiger no estaba, Alaba se convertía en su maldición. Al austríaco lo sufrió en uno de sus pocos acercamientos del segundo acto, cuando encaraba sin obstáculos a Courtois y se encontró con la salvadora pierna de Alaba que evitó el empate del City.
El tanto de Kevin de Bruyne alivió las penas del conjunto inglés, que se veía otra vez perdedor pese a gozar de casi todo el dominio. El medio belga se sacó un zapatazo impresionante que silenció al Bernabéu. Con Haaland fuera de combate, fue De Bruyne quien rescató a su equipo de sufrir una nueva derrota.
Al final, el noruego anduvo sin pena ni gloria por el Bernabéu. Pasó con mala nota su examen. Todo giraba alrededor de Haaland, que no llegó a entrar en el juego de su entrenador. No se doctoró ante la que un día puede que sea su afición. Fue un islote, un bicho raro en un equipo que parece jugar a otra cosa diferente que el voraz delantero del City.