Ciudad de Guatemala – Patricia Flores vive con angustia desde que, en septiembre pasado, una correntada repentina mató a 18 de sus vecinos en un asentamiento de alto riesgo bajo un puente en Ciudad de Guatemala. Hoy, cada vez que llueve con fuerza, el barrio teme lo peor.
Flores, comerciante de 44 años, es una de las líderes del asentamiento «Dios es Fiel», ubicado en la profundidad de un barranco en forma de cañón bajo el puente El Naranjo, a escasos cinco kilómetros del centro histórico de la capital guatemalteca.
«Vivimos acá desde 2011 y, aunque estamos abandonados por el Estado, nunca pensamos que íbamos a sufrir la pérdida de 18 personas en este invierno», relató Flores a EFE, mientras caminaba por las empinadas e improvisadas gradas que conectan el barrio.
En el lugar, de carácter humilde, la mayoría de viviendas son de techo de lámina, madera y carecen de drenajes.
La pesadilla empezó el pasado 25 de septiembre cuando un río de aguas negras que atraviesa el asentamiento creció repentinamente y una correntada de aproximadamente 14 metros de altura arrastró ocho viviendas y se llevó a 18 personas, incluidos diez menores de edad.
A la fecha, siete de las víctimas mortales de la tragedia no han aparecido. «Los bomberos dicen que tal vez los cuerpos fueron arrastrados hasta el río Motagua, cerca de Honduras», añade Flores, quien no pierde la esperanza de que puedan ser encontrados.
Para ella, los fallecidos son más que amigos o vecinos, pues junto a ellos levantó una comunidad para sobrevivir en la capital guatemalteca.
De acuerdo con una versión, la correntada fue provocada por las intensas lluvias de la temporada y también por los desechos de material de construcción e industrial que se encontraban acumulados en la parte alta del barranco.
Fueron precisamente los escombros los que aumentaron la fuerza del río, que arrancó cimientos, destruyó postes de luz y pozos de agua.
«Para nosotros el mañana no existe. Es triste vivir con el temor de que pase otra tragedia o que venga una orden de desalojo. ¿A dónde nos vamos a ir?», se pregunta Flores con preocupación, mientras observa el altar que se construyó en honor a las víctimas, justo al lado del río de aguas negras.
Una ciudad de asentamientos vulnerables
«A nosotros, que vivimos en los barrancos, nos ven como si fuéramos la coladera de la ciudad. Se les olvida que somos humanos, que si nos lastimamos, sangramos, y que merecemos un lugar digno dónde vivir», reflexiona Flores.
La situación de las 94 familias que habitan en «Dios es Fiel» no es un caso aislado, ya que Ciudad de Guatemala tiene una superficie de 997 kilómetros cuadrados y el 42 % está atravesada por barrancos, según datos oficiales.
Conforme a un censo realizado por la organización Techo Guatemala en 2021, hay identificados 150 asentamientos en condiciones marginales en el área metropolitana del país, donde viven miles de personas con casi nulo acceso a agua potable, saneamiento y energía eléctrica.
El luto por este tipo de tragedias es una constante en la capital guatemalteca: en 2015, un alud le quitó la vida a 280 personas en la comunidad El Cambray II, en un barranco ubicado en la periferia de la ciudad. Y hace apenas dos semanas, un deslizamiento hizo desaparecer a otras seis personas en un barrio del centro de la capital.
Luchan por reconstruir su comunidad
La mayoría de vecinos de «Dios es Fiel» son comerciantes originarios del suroeste del país, que navegan contra la corriente para intentar mejorar la seguridad de su comunidad con la construcción de muros de contención y formalizar sus viviendas.
«El Gobierno no nos quiere ayudar a reconstruir», asegura Flores. Ello debido a que, desde 2014, la Coordinadora para la Reducción de Desastres (Conred) dictaminó que el sector es inhabitable al encontrarse en un área de alto riesgo.
«Tenemos una década acá en la que hemos visto nacer niños y tenemos la facilidad de llevarlos a las escuelas y salir a trabajar. Sabemos que es un lugar sencillo, pero para nosotros es hermoso», concluye Flores.
Hasta la fecha, algunos de los vecinos, principalmente los niños, no duermen por las noches, recordando el estruendo de aquella correntada que arrastró a muchos de sus amigos.