Recife (Brasil) – A Moacir Barbosa Nascimento le acompañó hasta el fin de sus días una pena: la de haber sido el portero vencido el día del ‘Maracanazo’.
Y hoy, viernes, cuando se cumplen 20 años, 1 mes y 1 día de su muerte ocurrida el 7 de abril de 2000, no hay dudas de que ante el silencio de los brasileños su paso por la selección Canarinha y el Vasco da Gama quedó irremediablemente condenado al ostracismo.
Los títulos regionales, nacionales e internacionales conquistados con el Vasco da Gama en las décadas de 40 y de 50 y los cuatro torneos ganados como titular con la selección no quedaron en la memoria de los brasileños.
Para todos, todavía 20 años después de su muerte y para muchos que ni lo llegaron a ver entre los tres palos, Barbosa será el «portero maldito» de Brasil, un estigma que cargó durante 50 años.
Hay quienes dicen que persiste aún después de su muerte en la ciudad paulista de Praia Grande cuando tenía 79 años.
El gol que no pudo evitar del también fallecido ariete uruguayo Alcides Ghiggia, en el minuto 79 de la final del Mundial, cuando Brasil y Uruguay empataban 1-1 el 18 de julio de 1950, manchó la carrera de Barbosa.
Ghiggia remató raso al palo que cubría el cancerbero, el derecho, pero el balón le pasó por debajo del cuerpo y enmudeció a los 199.854 espectadores en el estadio Maracaná.
El ‘Maracanazo’, apoteósico para los uruguayos y lapidario para los brasileños, cumplirá en julio siete décadas como una de las grandes tragedias deportivas de Brasil.
Según los periódicos de la época, que tuvieron que correr para corregir el titular que ya tenían impreso en primera página de «¡Brasil, campeón mundial!, muchas personas se suicidaron y otras literalmente enloquecieron por la inesperada derrota en la final ante Uruguay.
Desde aquel 18 de julio de 1950 creció el mito de que Barbosa atraía la mala suerte.
Se llegó a conjeturar que en 1993, cuando tenía 72 años, pasó la vergüenza de ser desautorizado su ingreso en la concentración de Brasil que se alistaba para enfrentar a Uruguay en el Maracaná en crucial partido de las eliminatorias del Mundial de Estados Unidos.
El portazo que, al parecer, recibió de uno de los directivos de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), del que nunca reveló su nombre, ocurrió cuando intentaba saludar al entonces guardameta Claudio Taffarel.
En un programa de televisión, un año antes de su muerte por una hemorragia cerebral Barbosa dijo la frase que bien podría haber sido su epitafio.
«La máxima pena para un crimen en Brasil es de 30 años. Yo pago por aquél gol hace 50», lamentó.
Ni los elogios de su verdugo, Alcides Ghiggia, quien lo calificó como «uno de los mejores porteros del mundo», lo redimieron de culpa en el gol.
Nacido el 27 de marzo de 1921 en Campinas, interior del estado de Sao Paulo, Barbosa nunca se cansó de pedir la paz, casi que a manera de perdón, que le fue negada en vida.
«Sólo seré absuelto por la justicia divina, porque por la de los hombres sé que seré un eterno condenado», solía repetir Barbosa a quien le preguntaba por aquel gol.