Washington/Pekín – La creciente rivalidad entre China y Estados Unidos fue este 2021 más allá de las pugnas económicas y geopolíticas para adentrarse en la confrontación ideológica, con definiciones contrapuestas sobre la democracia y reproches mutuos sobre sus respectivos modelos políticos.
Esta disputa se escenificó a todas luces con el boicot diplomático estadounidense a los próximos Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín o con la «Cumbre para la Democracia», organizada por Washington este mes con el objetivo de «hacer frente a las amenazas que afrontan las naciones libres».
El encuentro toma como lema una cita del presidente estadounidense, Joe Biden, poco después de llegar a la Casa Blanca: «La democracia no ocurre por accidente. Debemos defenderla, luchar por ella, fortalecerla, renovarla».
La lista de países invitados -y sobre todo, los ausentes- ha sido toda una declaración de intenciones, al excluir a China o a Rusia e incluir a Taiwán, uno de los grandes puntos de fricción entre Washington y Pekín.
En señal de protesta, los embajadores de Rusia y China lamentaron antes de su arranque que la reunión solo va a «alimentar la confrontación ideológica» y generar «nuevas líneas divisorias».
«La democracia no es como la Coca-Cola»
Pekín viene insistiendo en que China es también una democracia -con una «representatividad diferente» a la Occidental- pese a que el régimen comunista no permite la existencia de mecanismos independientes que fiscalicen al poder.
«La democracia no es como la Coca-Cola, que debe saber igual en todas partes. China es una democracia en toda regla», argumentó el pasado abril el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, quien exigió a Washington que «respete» el sistema «elegido por el pueblo chino».
Mientras, la propaganda china incide en que la democracia estadounidense está «en declive», que «la controlan los plutócratas» y que «ha fallado» a la hora de lograr una forma de gobierno «efectiva».
«Gran parte de la desconfianza existente entre China y Estados Unidos proviene del resurgimiento de una competición ideológica. Los dos países cuentan con valores contrapuestos», comenta a Efe el experto Tong Zhao de la Universidad de Tsinghua.
Según el académico, este problema «subyacente» no tiene fácil solución: «Los países occidentales valoran la libertad individual y la separación de poderes, mientras que el sistema chino promueve la centralización en torno a una autoridad nacional», anota.
Tambores de Guerra Fría
La llegada de Biden a la Casa Blanca en enero no supuso un enfriamiento de las tensiones bilaterales, que se mantuvieron si bien de manera más sofisticada tras la descarnada guerra comercial y los exabruptos que caracterizaron la presidencia de Donald Trump (2017-2021).
Ambas partes siguen sin ceder en cuanto a lo que consideran sus líneas rojas, y prueba de ello fue el agrio intercambio de reproches durante el primer encuentro entre los respectivos jefes diplomáticos celebrado en marzo en Alaska.
Allí, el secretario de Estado, Antony Blinken, aseguró que «tener fuerza no es lo mismo que tener razón» y criticó a Pekín por tomar medidas que «amenazan el orden (mundial) basado en reglas».
El responsable de Exteriores del Partido Comunista chino, Yang Jiechi, contraatacó con un encendido discurso en el que aseveró que «EEUU no puede hablarle a China desde una posición de fuerza» ni criticar al país asiático por sus ambiciones en el Mar de la China Meridional, por los presuntos abusos de los derechos humanos en la región de Xinjiang o por la pérdida de libertades en Hong Kong.
Pekín insiste en que Washington debe «abandonar la mentalidad de guerra fría» pero aboga por una «coexistencia pacífica», término propio de ese período. Y como entonces, la contienda ideológica tiene consecuencias sobre las respectivas esferas de influencia.
Andrew Yao, investigador del centro de estudios Brookings, advierte de que algunos gobiernos de la región podrían «optar» por acercarse a potencias que, como China, tienen menos inclinación a «predicar» con los ideales democráticos como sí hace Washington.
«La desconfianza no va a desaparecer»
Las relaciones parecieron relajarse con la liberación de la directora financiera de Huawei, Meng Wanzhou, quien regresó a China en virtud de un acuerdo con las autoridades estadounidenses, las cuales habían pedido su extradición desde Canadá por un caso de fraude. Al mismo tiempo, China liberó a dos canadienses a los que había condenado por «robar secretos de Estado».
Esta medida posibilitó una nueva reunión en Suiza entre representantes de los dos países que, a su vez, condujo a finales de noviembre a la primera reunión formal entre Biden y el presidente chino, Xi Jinping.
Los dos líderes hicieron gala de buenos propósitos durante tres horas de teleconferencia en las que departieron sobre cómo encauzar la rivalidad de modo que la sangre no llegue al río.
Pero ninguno dio el brazo a torcer, particularmente en lo que atañe a Taiwán, isla sobre la que China reclama su soberanía y a la que Washington se comprometióó a proteger; o sobre la seguridad en la estratégica región del Indopacífico, donde ambas potencias tienen puesta su mirada.
«China quiere defender sus intereses a toda costa pero no entrará en ninguna guerra. No creo que invada Taiwán», acota el experto Jean-Pierre Cabestan, de la Universidad Bautista de Hong Kong, quien cree que «la nueva guerra fría ya ha comenzado».
Tong coincide: «Ninguno quiere un conflicto militar, pero las sospechas no van a desaparecer. La lucha por el relato también se intensificará, y será cada vez más difícil evitar disputas».