México – Los migrantes que cruzan México sufren inseguridad, violencia, y también son blanco de un discurso que les arrincona en dos categorías: o son delincuentes o son sumisos en busca de caridad, dijo a Efe el periodista español Alberto Pradilla, quien los acompañó en la primera caravana de octubre de 2018.
Pradilla (Pamplona, 1983), presenta este jueves su libro «Caravana. Cómo el éxodo centroamericano salió de la clandestinidad» (Debate), el cual narra el seguimiento que hizo durante mes y medio a la primera gran caravana humana que arribó a México, causando una gran atención política, social y mediática.
A este discurso xenófobo, Pradilla responde con contundencia: «son sujetos con vida, derechos y voluntad propia».
Y es que, desde que los migrantes centroamericanos pasaron de la clandestinidad a la visibilidad, se ha construido una retórica sobre el migrante que lo dibuja «como un ser sumiso, de cabeza gacha, mero receptor de caridad», denuncia.
Pero el drama de la migración tiene mucho más que eso: «hubo amores de caravana, hubo amigos que se enfadaron, hubo parejas que se hicieron y se rompieron».
«Y claro que hubo gente que se emborrachó, que fumó mota (marihuana), pero como hacemos todos en la vida. La caravana es la esencia del ser humano», considera Pradilla.
También se ha dibujado a los migrantes como delincuentes, propensos a la violencia, cuando realmente, cuenta el escritor, están huyendo de ella.
«No hubo agresiones, no hubo violencia, no hubo ataques, hubo problemas de malentendidos pero son cosas nimias en comparación con la carga de violencia de sus lugares de origen», asegura.
Honduras, Guatemala y El Salvador son tres países extremadamente violentos en los que sus habitantes tienen que convivir con la extorsión y los asesinatos.
Eso sin contar la pobreza: 6 de cada 10 guatemaltecos son pobres; 6 de cada 10 hondureños también. Y en El Salvador, son 3 de cada 10 los que viven en esta situación, dice el periodista.
Lo que fuerza a los migrantes a abandonar sus países es «que vienen de una situación de pobreza, que vienen de unas condiciones de violencia terrible y que vienen de países cuyos gobiernos les han dado la espalda».
Sin embargo, el presidente estadounidense, Donald Trump, los ha etiquetado en varias ocasiones a todos ellos como delincuentes o pandilleros.
«Donald Trump ha utilizado el tema de la pandilla para criminalizar a los migrantes cuando son precisamente los migrantes los que están huyendo de ese fenómeno», critica el autor.
Existe un elemento fundamental en el contexto de la migración del que no se habla: el origen de estas pandillas.
Estas empezaron en barrios conflictivos de Estados Unidos y se expandieron a Centroamérica a raíz de las deportaciones masivas de los años 90.
Los deportados fueron devueltos a países que contaban con «Estados tremendamente débiles» en los que estas pandillas aprovecharon para desarrollarse y crear una espiral de violencia de la que hoy huyen miles de personas.
Pradilla conoce los numerosos conflictos que suceden en Centroamérica, donde trabajó como periodista antes de lanzarse a México a seguir a la marea humana de migrantes, a quienes define como «indestructibles» tras haberlos visto pasar por todo.
Aunque desde mucho tiempo atrás miles de centroamericanos al año cruzan México -y sus parajes violentos en los que habitan los secuestros, la extorsión y los asesinatos- en busca del sueño americano, ahora han dejado de ser invisibles.
Y eso, a ojos del escritor, «les fortalece».
En un intenso periplo, el periodista vivió en primera persona cómo los migrantes «salieron a la superficie» y se posicionaron en el centro de la vida pública.
Esa irrupción ha generado conflictos diplomáticos entre Estados Unidos y México, cuyo Gobierno se ve ahora intensificando los esfuerzos para frenar el flujo migratorio.
De no hacerlo, Trump amenaza con poner aranceles a los productos mexicanos y se aprovecha del discurso del miedo a una posible guerra comercial.
Esto hace que, ahora, el paso silencioso de los migrantes se vuelva estentóreo y la clandestinidad sea cosa del pasado.
Pradilla se muestra muy crítico con esto y concluye esta entrevista diciendo que, probablemente, «era más cómodo para la gente cuando morían en silencio».
«Pero cuando no se les ve, vuelven a ser vulnerables, vuelven a estar a expensas de lo que pueda decidir el crimen organizado, de las personas que puedan extorsionarles, violarles», lamenta.