Nueva York, 7 jun (EFE).- Medio siglo después de que fuera fotografiada desnuda, llorando en una carretera mientras huía de un bombardeo estadounidense en un campo de Vietnam, la conocida como «la niña del napalm», Kim Phuc, hoy una mujer de 59 años, aún clama contra todas las guerras.
Fue tal el poder icónico de aquella foto, tomada un 8 de junio de 1972, que se considera como uno de los factores que hizo más impopular esa guerra de Vietnam y que precipitó la derrota y salida del ejército estadounidense un año después.
Al cumplirse 50 años de aquella fotografía, Kim Phuc se encuentra en Nueva York para participar en un papel de reporteros de guerra junto con Nick Ut, el fotógrafo de la agencia AP que tomó aquella imagen pero que no se limitó a eso, sino que después la acompañó a un hospital para curarla de sus heridas en carne viva.
En una entrevista con Efe, Phuc habla con serenidad de su propia tragedia, pero se echa a llorar cuando piensa en las guerras actuales, y la de Ucrania en particular: «No hay guerra justa, toda guerra es un error, consiste en matar gente, hacer sufrir a la gente (…) Se me rompe el corazón solo de pensar en todos los que murieron a mi lado, y ahora que se repita eso… Tengo que decirlo: ¡No más guerras, no más muertes!».
La historia de Kim Phuc da para una película: tras ser quemada por el napalm estadounidense y ser sometida a 17 intervenciones para salvarla, el régimen comunista de Vietnam la sacó de la universidad -donde estudiaba Medicina- y la convirtió en un arma de propaganda política contra Estados Unidos.
En uno de esos viajes propagandísticos entre Moscú y La Habana, Kim aprovechó en 1992 una escala técnica en Canadá y desertó; le acompañaba su novio, otro vietnamita al que había conocido en Cuba; juntos consiguieron asilo político y luego la plena ciudadanía. Llevan 30 años casados y ya son abuelos.
En varias ocasiones Kim ha descrito su piel reconstruida como «la de un búfalo», una piel rugosa sin poros que le impide sudar y todavía le da dolores, pero no le importa hablar de ello y hasta mostrar sus extensas cicatrices y dice que prefiere ver su piel «como un recordatorio de que tengo una misión, ya no como víctima, sino como superviviente, una madre y esposa y abuela que llama a la paz».
De hecho, Kim lleva varias décadas dedicada a contar su historia -generalmente al lado del Nick Ut, el fotógrafo convertido desde hace mucho en un amigo-, y ha creado la Fundación Internacional Kim Phuc con el fin primordial de sanar a los niños que las guerras deja heridos o huérfanos.
La entrevista, de hecho, se desarrolla con una gran pantalla donde aparece aumentada la icónica foto de Kim huyendo del napalm.
Kim reconoce que tenía un sueño, el de llegar a ser médica, y aunque no pudo titularse, «he conseguido llenar mis sueños de algún modo, no sanando a uno por uno, sino contando mi historia y ayudando a aliviar otros dolores, tanto físicos como emocionales».
Aquella foto que la hizo sufrir y le dio fama llegó a odiarla durante mucho tiempo: «Pensaba: ¿por qué me fotografiaron así? Era una niña desnuda que huía , fea, avergonzada… Sin embargo, ahora lo agradezco: Fue un poder que me fue dado, el de cambiar mi vida. Mírame: nunca pensé que sería una Embajadora de Buena Voluntad (de la UNESCO) o que me recibiría el Papa en Roma», como sucedió el mes pasado.
Sorprende observar que Kim no guarda rencor contra nadie -«ni siquiera contra el piloto que soltó el napalm», precisa- y ha conseguido perdonar a todos sus enemigos. Cuenta que fue el descubrimiento del cristianismo el que la ayudó a conseguirlo, pero se cuida mucho de hacer cualquier comentario proselitista y precisa que esa ha sido simplemente su «experiencia personal».
A Kim no le incomoda volver una y otra vez sobre las tragedias de su vida, porque cree que tiene «un deber» de contarlo todo sabiendo el poder que tienen los medios de comunicación, el poder de «contar la verdad de lo que está pasando y mostrar a las nuevas generaciones las consecuencias de todas las guerras».
Pero para que nadie piense que Kim idealiza su vida, deja clara una cosa: que si tuviera el poder de volver atrás y cambiar el pasado, sencillamente borraría aquella secuencia del bombardeo y elegiría «la vida de una niña normal».