Tijuana (México)En la frontera de México con Estados Unidos, a más de 4.000 kilómetros de su hogar, la nostalgia invade más que nunca a Miguel Martínez y a Keyri Valeria, dos migrantes de El Salvador que añoran familia, amigos y comunidad.
Aunque provienen de sitios donde la pobreza se ha encargado de marcar
la desigualdad, ambos recuerdan los días previos a la Nochebuena,
cuando no obstante sus bajos recursos se les ingeniaban para disfrutar
de una rica cena con sus familiares.
Hace dos meses, Miguel y Keyri se unieron a la Caravana Migrante,
conformada en su mayoría por hondureños, guatemaltecos y en menor número
salvadoreños y con varias semanas estacionados en Tijuana, esta navidad
será muy diferente para ellos.
Ambos conviven en refugio el «Barretal», en Tijuana, con unos 2.000 inmigrantes más.
En estas semanas Miguel y Keyri han vivido de todo un poco: Largas
caminatas, largas charlas sobre qué harán cuando lleguen a los Estados
Unidos y su anhelo por vivir el «sueño americano».
En el trayecto recibieron golpes, insultos, rechazo y odio. No obstante
reconocen que son minoría los mexicanos que los han tratado mal, porque
muchos más han sido amables y generosos.
Los sentimientos son encontrados. La nostalgia les pega doble.
Abandonaron tierra, familia y lo poco que tenían, pero «estamos
contentos porque está cerca el objetivo que es Estados Unidos», afirma
Miguel con ese acento particular centroamericano.
«Estamos felices, hemos estado con mucha gente durante más de dos meses,
ya nos conocemos mucho, nos cuidamos y tenemos pensando para el 24
armar un buen panchangón», expresa rodeado por compañeros en el
«Barretal» donde están las casas de campaña.
«Tendremos música, porque la música alegra hasta a los ancianos, la
comida es lo de menos para esa noche, todo mundo va a estar contesto»,
manifiesta Miguel.
Keyri, una adolescente de 16 años, conoció a Miguel en la caravana a la
que se unió con su mamá decididas a alcanzar a sus familiares que hace
muchos años residen en Los Ángeles, California, EE.UU.
«Estaremos tristes porque no estaremos con nuestros seres queridos, con
nuestros padres, con nuestros hermanos, pero por lo contrario estaremos
bien porque estamos cerca de cumplir nuestro sueño», agrega Keyri.
Con la voz entrecortada, relata como vivía con sus familiares en su
comunidad en El Salvador: «cada quien llevaba un platillo, nunca pueden
faltar las pupusas (tortilla de maíz gruesa con comida), cantamos,
bailamos», dice.
Para la adolescente el futuro inmediato es incierto. Por las noticias
sabe que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha advertido que
no cruzarán y que si lo hacen no recibirán asilo político.
También sabe que el Gobierno mexicano ha ofrecido a los miles de
inmigrantes centroamericanos el apoyo para que permanezcan el tiempo que
sea necesario en territorio mexicano, a fin de que logren el asilo
político.
Hoy, Miguel y Keyri disfrutan de su noviazgo, que nació en la caravana.
Comparten los mismos sueños y los mismos sentimientos: el amor y la
nostalgia por los suyos en El Salvador.
«Nos pega la distancia, pero estamos bien porque tenemos vida y estamos juntos», dice Miguel, al borde de las lágrimas.
Los niños juegan entre los pasillos, las mujeres limpian ropa y acomodan
enseres personales. La vida en el refugio parece normal.
Los pequeños se divierten con Santa Claus y un reno; por allá entre dos
casas de campaña un arbolito navideño recuerda a los inmigrantes la
época del año.
Más allá de la celebración, los migrantes esperan pedir asilo en Estados
Unidos y saben que algunos de ellos, desesperados, han decidido cruzar y
han sido atrapados por la Patrulla Fronteriza; algunos han resultado
lesionados y otros deportados de inmediato.
Este 24 de diciembre, asociaciones civiles solicitaron a través de las
redes sociales la donación 2.000 pollos, además de papas, pasta, pan
fruta entre otros, a fin de prepararles una cena de navidad a los
migrantes.