Tegucigalpa –Vicenta Cerón tiene 100 años, sabe de música y fue profesora en la materia en sus años mozos. Con su siglo de existencia es la más grande de los 51 ancianos que se alojan en el Asilo de Inválidos del Hospital San Felipe.
-El asilo cuenta con 51 pacientes en la actualidad, de los cuales 34 son hombres y 17 mujeres.
-Una de las pacientes tiene 100 años y nunca ha recibido la visita de un familiar.
Originaria de Puerto Cortés, en el Caribe hondureño, no pierde el gusto por la música y aún recuerda que su pasatiempo siempre fue ver como zarpaban los barcos en el puerto.
Reservada y de parca conversa, contó a Proceso Digital que tuvo un hijo, el cual murió cuando ella tenía 40 años, por lo que decidió salir de Puerto Cortés y trasladarse a la capital, una ciudad que la acogió y le brindó trabajo hasta que cuando rondaba los 70 años tuvo un accidente vehicular.
Fue entonces cuando le trasladaron al hospital San Felipe, los médicos al ver que nadie iba por ella, tras superar la convalecencia, decidieron refugiarla en el asilo, mismo que desde entonces ha sido su hogar.
Han pasado ya 30 años desde que ella ingresó al hogar y desde entonces nunca recibió una tan sola visita.
Vicenta es uno de los huéspedes más queridos por las enfermeras quienes relataron que es una mujer fuerte a pesar de su edad.
“Ella pasa el mayor tiempo acostada en su cama, en la mañana pide que la bañen, la cambiamos y se vuelva a acostar, por la tarde sale un ratito en la silla de ruedas, pero como se marea, pide que la vuelvan acostar en su cama, ella es muy colaboradora”, relató la enfermera que la estaba asistiendo en ese momento.
La historia de Vicenta se reedita en casi todos los internos en el hogar de acogida del viejo hospital San Felipe. El asilo tiene más de 70 años de funcionamiento y en él los viejos olvidados viven y sobreviven con sus necesidades modestamente cubiertas.
El asilo atiende a 51 pacientes de diferentes edades y múltiples dolencias.
María Luisa
María Luisa es otra de las acogidas en el asilo del San Felipe, ella tiene 77 años y en los últimos nueve ha habitado en ese hogar.
Las prolongadas arrugas en su tez canela muestran el paso de los años; su pelo cortó con algunas canas y su vestido de tela floreada le dan un aire desenfadado. Sentada en una silla de ruedas en uno de los pasillos del asilo, ella mira el tiempo pasar, mientras explica la razón para estar allí.
María Luisa, quien padece de diabetes, cuenta que un percance en su salud le encadenó a una silla de ruedas, lo que hizo que su familia le dejará en el asilo.
“Mi familia es muy pobre, vive largo y aquí tengo todo lo que me hace falta, medicamentos y alimentación”, dijo la anciana, intentando exculpar su abandono, al tiempo que se quejaba de los fuertes dolores en su columna vertebral.
La mujer es originaria de Concepción de María, Choluteca, al sur de Honduras, ella vendía tortillas para sobrevivir, no tuvo hijos y con sus ojos húmedos dice que sus sobrinas la visitan una vez al año.
“Aquí no me falta nada, pero sí quisiera ver a mi familia porque me hacen falta”, manifestó con palabras entre cortadas.
José e Irma
En el asilo también se escriben historias tristes de amor como la de José Solórzano y su esposa Irma Amador. Ellos fueron encontrados viviendo en condiciones infrahumanas debajo de un puente en Comayagüela, en noviembre de 2016.
José de 78 años y ella de 75, vivían debajo del puente Guacerique, donde miembros del Ministerio Público los rescataron y los llevaron al asilo para que ahí gozarán de un techo, ropa, medicinas y alimentación. Ambos disfrutan uno del otro y agradecen a Dios por el techo y las atenciones que reciben del sanatorio.
Juntos asisten a misa dentro del asilo y pasan las tardes disfrutando en el verdor de la zona de recreación.
En este asilo cada paciente tiene una historia, esos relatos también son un llamado a la solidaridad, tanto de instituciones como de las personas de buena voluntad. Los huéspedes del asilo requieren atenciones especiales y una dosis de afecto.
Atención sanitaria contrasta con su soledad
Este centro para adultos mayores da atención a los que necesitan tratamiento. Asimismo, los ancianos que son abandonados por sus familiares o están en riesgo social, pueden vivir en el albergue, detalló a Proceso Digital la encargada de este centro de ayuda, Roxana Araujo.
La persona con más edad que está viviendo en el asilo tiene 100 años y 30 de estar viviendo en el albergue, manifestó.
“Nadie nunca la ha venido a visitar” explicó Araujo. “De los más de 50 hondureños que viven en el asilo, 41 han sido abandonados”, informó Araujo.
Por otro lado, hay familias que por sus bajos recursos económicos vienen a dejar a los adultos; sin embargo, no los abandonan, “prefieren que los tengamos aquí, pues aquí suplimos las necesidades” agregó Araujo.
Detalló que para ingresar al asilo no se necesita de requisitos, los ancianos son enviados porque los dejan abandonados en las salas externas y son remitidos al refugio, otros por su enfermedad deben de estar en el lugar o porque son rescatados de la calle y los traen para que tengan un tipo de techo y alimentación.
Agregó que el presupuesto para la atención del asilo depende del Hospital San Felipe, sin embargo, el Congreso Nacional aprobó una partida para que el mismo tenga un poco más de recursos.
“A los ancianitos no les hace falta medicamento, ni alimentación, también hay personal para atenderlos”, comentó.
Atención integral
El asilo también cuenta con un centro que ofrece una atención integral diurna a los que allí residen, así como a todas aquellas personas longevas que necesiten de los servicios que aquí se ofrecen.
Servicios que van desde atención médica, terapias psicológicas y terapias ocupacionales, hasta el proporcionar alimentación básica a los ancianos, todo encaminado a que los adultos mayores se sientan respaldados y apoyados y no en el abandono.
Ellos están cuidados y de alguna manera son privilegiados en medio de un sistema sanitario con insuficiencias profundas y vacíos enormes, pero aún así, las carencias emocionales siguen pesando en la recta final de sus vidas.